La víspera de su cuarto informe de gobierno, la estrategia mediática de Los Pinos está encaminada a repetir y repetir, en voz del propio Presidente Enrique Peña, que las buenas noticias no calan, él las repite una y otra vez, pero en la sociedad hay algo refractario que las rechaza. La sociedad es hoy otra. El asunto es estructural. Que sean los propios responsables de las políticas públicas los encargados de publicitar sus éxitos, en automático genera un conflicto de interés.

Qué va a decir el secretario de Educación sobre la Reforma Educativa. Predecible. Y el de Hacienda sobre el futuro económico de México. Qué incomodidad más disfuncional. Que el Presidente salga en defensa de sus actos una y otra vez genera desconfianza. Tienen que ser los hechos mismos, los juicios independientes, la propia sociedad los que sustenten la defensa.

Como siempre, el exceso deforma. Peña prepara sus discursos, los lee de manera cuidadosa, da lo mismo dónde esté, rostro y ademanes aparecen multiplicados exponencialmente todas las semanas.

El sexenio es largo y cansa. No hay administración de su imagen, se ha convertido en su propio enemigo. ¿A qué horas estudia los asuntos, discute, cavila, reposa y decide? Las giras nutren pero alteran. La imagen que ha propiciado de sí mismo es la de una hiperactividad sin límite.

Sube al helicóptero, al avión, a otro helicóptero, al autobús o camioneta, inaugura, habla, otra vez a la camioneta, habla, otra vez, de allí a un recorrido a pie, habla con la prensa, helicóptero, avión y el día siguiente a Asia. Es custodiado por el Estado Mayor, que cumple profesionalmente con los múltiples encargos, pero a la vez es rehén de esa mecánica. La hiperactividad disfraza. La falta de autenticidad merodea. ¿Cuándo va el Presidente a un restaurante?

Más allá de las múltiples apariciones televisivas siempre bajo control, además de las intervenciones perfectamente estudiadas, la sustancia, la persona, no aparece. Si el Presidente juega golf, que se sepa.

Tanto profesionalismo lo convierte en un maniquí. No come, no suda, no se le ve cansado, no tiene canas (como Obama), el set up es perfecto, pero humanamente hablando no transmite, no es asible, no sabemos quién es.

Cómo creerle a un extraño que lleva cinco años apareciendo en los principales espacios sin dar prenda personal. Ni siquiera ofrecer disculpas le ha funcionado. Qué le queda… nada.