Una de las principales aspiraciones de cualquier sociedad moderna es poder desarrollarse bajo la tutela de un Estado de Derecho. Que se respeten las leyes, pues. Pero algo debe andar mal, cuando en aras de ese Estado de Derecho, los que nos gobiernan y los que lo harán en breve, desfilan en los juzgados en busca de amparos que alivien su atribulada circunstancia.
A lo largo de la campaña electoral, los veracruzanos nos enteramos de toda clase de travesuras –dicho así para no perder el optimismo- adjudicadas a los más connotados actores de su clase política; no hubo cuartel en una lucha mediática entre el gobernador en funciones y el gobernador electo, lo que paradójicamente alejó de la competencia al único personaje que no fue señalado de corrupción: Héctor Yunes.
Los resultados electorales del 5 de junio supondrían que la sangre no llegaría al río, y que vencedores y vencidos asumirían el papel que les corresponde en cualquier democracia que se jacte de serlo. Pero no fue así. Por el contrario, la tormenta arreció y lo que parecía una guerra de descalificaciones, fue tomando forma rumbo a los tribunales a partir de denuncias duras y macizas, muchas de ellas vestidas por detallados reportajes en medios nacionales.
Así, los que llegan denunciaron a los que se van; los que se van a los que llegan; la Auditoría Superior de la Federación a los que ejercieron indebidamente los recursos; y el Sistema de Administración Tributaria (SAT) investiga a unos y otros, no sólo por sus enormes fortunas –por fin, en algo debían coincidir-, sino también por la forma en que lograron amasarlas y si estás corresponden a lo que han venido declarando fiscalmente.
Todo este tiempo, Veracruz ha sido un escándalo. En esta tragedia los veracruzanos empiezan a temer que la noche se alargue dos años más, porque si bien la suerte de quienes hoy gobiernan parece estar echada, el gobernador electo no se puede confiar en que el fallo del Tribunal Electoral (TEV) lo va a salvar de la hoguera de la justicia.
Así, mientras unos deberían estar preparando su entrega recepción, dar las últimas pinceladas a su informe de gobierno e inaugurando las últimas obras de la administración; y otros dedicados a preparar los planes y programas de gobierno, gestionando recursos en el presupuesto 2017 o revisando los perfiles de funcionarios eficaces que puedan dar nueva vida a un estado que se mantiene en coma, ambos han convertido el Estado de Derecho en el estado de los amparos.
Tan sólo ayer conocíamos de los amparos otorgados al gobernador Duarte –aunque negado por su vocero- como a los hijos del gobernador electo. Días antes, la misma decisión de recurrir al amparo la habían tomado funcionarios del más alto nivel, cuyos nombres siguen en la picota del sacrificio sexenal. Y decenas más, de menor pelaje, han visto cómo la riqueza que les cambió la vida, puede volverse su peor pesadilla.
Hoy parece que no hay funcionario público, presente o futuro, que transite por la calle sin su amparo bajo el brazo. Y lo que es peor, a pesar de las denuncias, muchos de ellos siguen ejerciendo su encargo –en cualquiera otra época, la denuncia hecha este jueves por el diario Reforma en contra del delegado de la Secretaría de Economía hubiera resultado en un cese inmediato-, sin el menor gesto de incomodidad.
Es cierto, el estado requiere que las leyes vuelvan a regir nuestra convivencia. Que el ejercicio de la justicia plena inhiba el estado de guerra en el que vivimos, donde nadie está a salvo en ningún lugar. Que la política vuelva a ser el mecanismo de solución de conflictos y no el medio fácil y directo para volverse millonario en un santiamén.
Pero no es sano que las autoridades gasten nuestro tiempo y recursos para defenderse en los tribunales frente a denuncias que cada día que pasa parecen más que fundadas. El circo romano ha dejado de divertir a los veracruzanos que ven con preocupación que sus problemas son cada vez más graves y que nadie está ocupado en resolverlos.
La del estribo…
Alguna vez, mi abuela decía de alguna alma descarriada que en la soledad de la edad madura, iba a refugiarse en los brazos de la iglesia. “Mira, fulanita de joven le dio la carne al diablo y ahora viene a ofrecerle los huesos a Dios”. Lo recordé porque en los últimos 12 años, muchos dieron el dinero al diablo, y ahora le ofrecen las leyes a Dios.