En 2007 se reformó el artículo sexto constitucional. Esta reforma pasó relativamente inadvertida, pero constituye uno de los cambios más radicales que hayamos visto, es más importante que las presumibles reformas de hoy.
«Toda la información en posesión de cualquier autoridad, entidad, órgano u organismo federal, estatal o municipal, es pública y sólo podrá ser reservada temporalmente por razones de interés público en los términos que fijen las leyes», dice la Constitución.
Este párrafo acabó de tajo con la tradición del secreto administrativo que permitía un manejo discrecional de la información gubernamental o simplemente que se le considerara como patrimonio de los funcionarios y autoridades. Por ello, nada era más normal que «llevarse los archivos a casa», aunque eso parece no haber sido erradicado.
El nuevo principio convierte a las organizaciones gubernamentales en grandes bibliotecas públicas, donde cualquiera puede solicitar y obtener los documentos que ahí se generan, usan o conservan, sin necesidad de justificar su uso o propósito bajo el criterio de que la información pública es eso, pública.
Nunca se pensó en la información como un recurso estratégico de toda la organización. Esto explica en parte el catastrófico estado de los archivos, la dramática falta de recursos humanos capacitados en gestión documental, la subinversión en tecnologías de la información, así como la carencia absoluta de arquitecturas de información y de procedimientos documentados.
Las obligaciones generadas por las nuevas leyes de transparencia obligaron a poner información en los portales, pero cuya operación y diseño ha sido, en muchos casos, improvisado, ante la ausencia de una política capaz de repensar la gestión de la información desde una perspectiva organizacional.
Y para aterrizar lo propuesto en el título del texto de hoy, Sergio López Ayllón, especialista jurídico y miembro del Sistema Nacional de Investigadores, considera que la transparencia se está entendiendo en muchos sectores como un concepto de moda, una bandera política; por ello es de suma importancia considerar que “quizá el hilo conductor esté en la idea de información. Cuando una persona u organización entrega información, contribuye a dar legibilidad a su pensamiento y acción, y por ello genera un mejor entendimiento y comunicación con su entorno”, afirma López.
El problema es que esto no siempre sucede así. Un flujo continuo y abundante de información puede, por el contrario, generar confusión o desorientar (pensemos, por ejemplo, en las tácticas de «intoxicación de información» que usan algunos servicios de espionaje).
Por ello, la transparencia alude a ciertas características de un flujo de información, tales como la oportunidad, la pertinencia, la verificabilidad, la calidad, la integralidad o la facilidad de acceso. Eso, quizá, signifique la transparencia. Escriba a mrossete@nullyahoo.com.mx formatosiete@nullgmail.com www.formato7.com/columnistas