Otra de Facundo Cabral. Contaba que alguna vez, en un teatro de la provincia de Rosario en Argentina, coincidió con la inolvidable Nacha Guevara. “¿Cómo es que te va?”, preguntó el cantautor. “Más o menos, las cosas no me han marchado muy bien”, respondió ella.
Pero que te sucede- insistió Cabral. Pues nada –dijo ella con un gesto de fastidio y resignación-. “Me he puesto a componer decenas de canciones de protesta, he cuidado sus letras, su música; me dediqué meses a trabajar en este disco. Y en eso, que llega la democracia… y que me arruina”.
En realidad, la democracia no sólo arruinó a Nacha Guevara; ha arruinado a decenas de millones en todo el continente, empoderando a una clase política depredadora que sólo ha servido para envilecer la política y corromper a los gobiernos hasta la médula. Así, vemos escándalos lo mismo en la misma Argentina –donde prácticamente expulsaron a la presidenta Kirchner-, que en Brasil –Dilma Rouseff está a un paso del juicio político-, o como sucede en México en prácticamente todos sus niveles.
Ayer, en una histórica visita a Xalapa, el Secretario General de la OEA, Luis Almagro Lemes ofreció una conferencia magistral donde identificó a los cuatro jinetes de la apocalipsis de esta democracia inútil y perversa: la desigualdad social, la brecha de oportunidades, la desconfianza ciudadana en los políticos y sus autoridades, y la corrupción galopante en prácticamente todos los gobiernos del continente.
Tras décadas de inestabilidad social, de golpes de estado, de gobiernos militares, de revueltas y guerrilla, los países del cono sur lograron transitar a gobiernos elegidos democráticamente. México ya había logrado esa transición sin tantos problemas de violencia e inestabilidad. Entonces, ¿qué fue lo que falló?
En estos años, la democracia en América Latina ha utilizado todas las formas posibles: con políticos experimentados que se han formado dentro de las instituciones del gobierno; con administraciones encabezadas por políticos formados en la lucha social, incluida la guerrilla; con nuevas generaciones de jóvenes preparados en las mejores universidades del mundo; con gobiernos encabezados por mujeres y activistas. ¿Quién falta?
El resultado ha sido prácticamente el mismo: países sumidos en la pobreza y la corrupción, con gobiernos embelesados en proteger un sistema de privilegios creados al amparo de una democracia que legitimó su llegada al poder. Con una clase política ajena y arrogante ante los problemas de seguridad, salud y educación.
Pero sobre todo, con un gran cinismo. A ellos poco importa que en muchos países, incluido el nuestro, la población no crea en sus instituciones, que las desprecian tanto como a quienes las representan. No se sienten representados y menos aún, responsables del estado de las cosas.
Según Almagro, en América Latina los partidos políticos tienen un nivel de aprobación de apenas el 32.3%; la credibilidad de instituciones fundamentales para el desarrollo de cualquier país, como lo son su Congreso y su sistema judicial, rondan en todos los casos cifras menores al 50 por ciento. Son cifras alarmantes para países que se dicen democráticos.
Al amparo de la libertad de elección, hemos construido democracias sin ética, dónde a la clase gobernante poco importan los resultados de sus acciones, sino mantener una estratificación social y política que hoy amenaza con romperse.
Esta desigualdad, esta impunidad, ha generado la depredación de la sociedad a sí misma. Ha sido el terreno fértil para el surgimiento de las distorsiones sociales llamados “lords”, “ladys” o “virreyes”, impensables en una sociedad de leyes.
Pero al igual que otro uruguayo universal, José Mújica, el ex canciller no pierde el optimismo. Las condiciones para superar esta crisis democrática arrastrada por la desigualdad y la corrupción de los gobiernos, deben ser la transparencia, la honestidad (probidad, dice él), una ética republicana y un bueno gobierno.
¿Estas condiciones realmente son impensables en una democracia? Sí. Debieran ser condiciones inherentes, pero cuando los ciudadanos han dejado que la clase gobernante decida por ellos mismos, estas condiciones se han esfumado. Hoy los ciudadanos deben replantear su papel y forzar a los gobiernos a que cumplan condiciones mínimas de pulcritud económica y gobernabilidad, de lo contrario, la democracia no sirve para un carajo.
La del estribo…
Expulsado del paraíso duartista, Américo Zúñiga se ha convertido en una revelación. A la par que organiza el Festival de las Flores, reivindicando a la ciudad como emblema cultural, asiste a la ciudad de México al Encuentro Nacional de Presidentes Municipales que él encabeza. Así, mientras se codea con el gabinete, los otros siguen en la barandilla.