Doña Esther Levet Lambert era la mujer más bondadosa que yo he conocido en la vida. Ella nomás se me quedaba viendo cuando yo le bromeaba que cuando la veía me recordaba el poema de Ricardo Castillo sobre su abuelo, que decía que era tan noble y sencillo que si hubiera sido vaca, la leche jamás hubiera subido de precio.

Mi tía Teche nomás se reía y me regañaba amablemente:

—¡Ay mijo, qué cosas se te ocurren!

Era la última de seis hermanos -tres varones y tres mujeres: – entre los que creció y amó y se divirtió mi madre, Irene, a quien la tía Teche siempre vio como una segunda madre, porque el abuelo Onesto la mandó a mi casa en el pueblo a que estudiara la primaria y se hiciera mujer, allá en la lejanía de los años 40 del siglo pasado (y una segunda madre fue ella para mi hermano y para mí, que hoy la lloramos).

Y debo decir que además de ser la más bondadosa, era la persona más divertida que pude conocer en este mundo, porque la tía Teche tenía un impulso vital y un sentido del humor que la hacían olvidar los trabajos arduos de su vida, y vean que fueron muchos, porque trajo al mundo a ocho hijos a los que levantó con amor y muchas risas, siempre divertida hasta en medio de la desgracia.

Ésa era la fortaleza de esta mujer menudita y guapa que iluminaba con su alegría plena cualquier lugar al que llegara. Ésa era la fortaleza que enseñó cuando arrostró estoica el dolor más grande que puede sufrir una madre: la pérdida de su primogénito Stelio por un lamentable accidente a los 18 años.

A la tía Teche nada la dobló y permaneció siempre fiel a su talante bondadoso y alegre. Por eso sus hijos la querían tanto, por esos sus sobrinos la queríamos tanto, por eso tuvo tanto amor en su vida (“Y al final, el amor que recibes es igual al amor que diste”: Lennon-McCartney).

La tía Teche se fue a seguir viviendo una mejor vida en un lugar que seguro es mejor, y para hacerlo su cuerpo ya cansado escogió el 15 de agosto, el día de nuestra señora de la Asunción, que es cuando se celebra a la patrona de Misantla y se hace la fiesta de fiestas del año, una feria que ella alumbró en su juventud tantas veces con sus cantos y sus bailes y sus memorables actuaciones.

Porque ella pudo haber tenido una vida diferente cuando, muy jovencita aún, la invitaron a que se fuera a hacer carrera en la ciudad de México dos amigos que le tenían un enorme afecto, los hermanos Bojalil (que se habían impuesto como nombres artísticos los de Chucho Martínez Gil -cantante extraordinario- y el Güero Gil -el legendario requinto de Los Panchos-). Seguro hubiera triunfado en los escenarios y estaríamos ahora llorando a una artista famosa, pero todos consideramos que fue mejor que se quedara en el terruño porque así pudimos gozar a plenitud su luz y su alegría inconmensurable.

Sus siete hijos vivos la lloran, mis queridos primos Pineda Levet: Paco, Paty, Teche, Martín, Beatriz, Irene y Gloria; igualmente sus 15 nietos y muchas amistades entrañables, que nunca olvidaron su picardía y sus buenos modales.

Se nos fue la tía Teche, pero sabemos que está allá en donde pasará tardes agradables con sus hermanas, besará nuevamente a su hijo querido y hará el paraíso todavía más gozoso con su ingenio y su humor que nunca olvidaremos.

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