Lo menos que uno esperaría de un gobernador es que, en los últimos días de su mandato, estuviera trabajando duro con su gabinete para dejar la impresión de que está desquitando su salario, que quiere aprovechar los días que le quedan para preparar la casa y dejarla a quien viene lo más ordenada posible, que el próximo inquilino no la vea sucia ni con desperfectos o que al menos ponga la basura debajo de la alfombra.
Pero, no. Solo hemos visto a un mandatario encerrado en su oficina o en la Casa Veracruz tramando travesuras legislativas, buscando infructuosamente blindarse de posibles llamados de la justicia porque en todo su sexenio, aunque pidió mucho dinero prestado, no le alcanzó para pagar la hipoteca, jamás pudo hacer mayor obra de mejora y, en cambio, las deudas crecieron como la espuma, lo mismo con el abarrotero que con el lechero y con la servidumbre, aunque siempre pareció que a él le iba de maravilla.
En el último mes, Javier Duarte de Ochoa se ha encerrado con sus abogados que, a la luz de los resultados, deben estar pensando en regresar a la Facultad de Derecho; se ha reunido con ellos en largas sesiones para elaborar cuanta iniciativa de ley se le ha ocurrido para llenar los hoyos financieros, proteger el pellejo y tapiar las entradas de la casa para que quien viene, viva y duerma en la calle, sin poder revisar el estado del estado ni tener un espacio para mejorar las cosas.
Aunque estábamos acostumbrados a tener un gobernador siempre concentrado en la grilla, tramando circunstancias adversas para sus enemigos, cancelando carreras políticas a sus correligionarios que no le aplaudían su torrente de ocurrencias, aprovechando un Congreso que él compró mucho antes de que se constituyera, difundiendo su credo triunfalista a través de una prensa tomada de los huevos… a pesar de todo ello, cada día nos sorprende más.
Este miércoles todo mundo estaba al tanto de la reunión de gabinete convocada en Casa Veracruz (la segunda en menos de 15 días).
Aunque el torpedeo contra su gestión al frente del gobierno estatal ha provenido de todos los frentes (y no solo del PAN), cuando el propio presidente Enrique Peña Nieto ha desactivado a través de la PGR su intento por protegerse de acciones en su contra por actos de corrupción, cuando el nuevo dirigente nacional de su partido se refirió directamente a él para señalar que el PRI no protegerá a gobernadores que hubieran defraudado a sus coterráneos, cuando el excandidato priista a gobernador lo ha conminado a que renuncie de inmediato por dignidad… cuando todo hace suponer que el mundo lo quiere fuera de Palacio de Gobierno de inmediato, lo que a él se le ocurre es redactar cartas a Peña Nieto y obligar a que alcaldes, diputados federales y funcionarios lo respalden, aunque en el fondo estos prefieran no saber más de él.
Es un triste final, sin lugar a dudas. Todo mundo tiene deudas con él, con su gobierno; nadie sabe dónde están miles de millones de pesos que han seguido llegando a las arcas estatales y que no han servido para reducir la deuda, ni para cubrir las facturas con proveedores, ni para cumplir con las miserables sumas que está obligado a pagar a pensionados y jubilados, ni para evitar que la Universidad Veracruzana eche atrás en los avances logrados con muchos esfuerzos, ni mucho menos para hacer obra pública.
Y todavía presiona a alcaldes, la mayoría serviles y sinvergüenzas, a que le respalden en una carta al presidente Peña Nieto, aunque su gobierno les ha escatimado recursos estatales, ha retenido o desaparecido recursos federales etiquetados para los ayuntamientos y ni siquiera los ha visitado en sus territorios para conocer sus necesidades (como para que la población reclame a sus alcaldes por qué andan apoyando a un gobernador que no les ha brindado el mínimo respaldo); y presiona a sus diputados (que chillan porque se sienten víctimas, amenazados por Miguel Ángel Yunes, que les quiere hacer juicio político) para que saquen cuanta medida contra los veracruzanos les manda, como la de la basificación de burócratas de medio pelo, como antes lo quiso hacer para que lo blindaran.
Para colmo, tiene a todo mundo encima, salvo a quienes han hinchado sus talegas con dinero público y están dispuestos a doblar la cerviz para que el joven gobernante, que ya se va, pueda tener algo de tranquilidad.
A estas alturas, Javier Duarte debe estar arrepentido de haber hecho todo lo posible porque el candidato de su partido, Héctor Yunes Landa, perdiera los comicios, esperanzado en que quien lograra el triunfo fuera Cuitláhuac García Jiménez, de Morena, un inusual aliado, según muchas versiones. También, de haber comprado el pleito de su mecenas político, Fidel Herrera Beltrán, con el próximo gobernador, Miguel Ángel Yunes Linares, y de haber profundizado la brecha con una estela de odio y guerra sucia que hoy lo tiene en un ataque de nervios.
Y, bueno, tendremos que seguir viendo a nuestro gobernador más interesado en la grilla que en los veracruzanos. ¡Qué más podemos esperar!
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