En cualquier gran ciudad es posible
un despliegue de expectativas que
no parecen tan valiosas como son
porque ya estamos acostumbrados a ellas
(Antonio Muñoz Molina)

Las ciudades son su asfalto, sus baldosas, las ramas de sus aves, los cielos de su lluvia, los pétalos que otean desde balcones cultivados por manos que se hicieron viejas sin saberlo. Tienen piel de musgo, de ladrillo, de cristal o calicanto y algunas veces, para las ocasiones especiales, se atavían con atuendos que diseñan los artistas. Así está Xalapa ahora, luciendo un vestuario de gala que se puso para ensalzar la segunda edición del Xalapa Jazz Festival. Ciudades Musicales del Jazz se llama la exposición tripartita que Héctor Montes de Oca ha aportado para hacer de la fiesta del jazz promovida por el Ayuntamiento un acontecimiento que mueva y conmueva también a las pupilas.

Las vigorosas aguas del Misisipi, las portentosas aguas del Hudson y las apacibles aguas del Paseo de los Lagos son los vértices de un triángulo trazado por la nómada mirada de Montes de Oca, cazador que paciente espera el momento en que la cotidianidad tenga un descuido para atraparlo, llevarlo a su laboratorio de alquimista y transfigurarlo en una imagen que jamás estuvo en el mundo pero que ya forma parte de él, que se ha integrado al repertorio de formas del caleidoscopio urbano.

El recorrido de la obra dibuja otro triángulo que arranca en el Circuito Presidentes (entre Murillo Vidal y Obreros Textiles) con los colores y los sonidos de la cuna del jazz, de Buddy Bolden y de Louis Armstrong, Nueva Orleans. La algarabía de Bourbon Street, seres de carne y hueso que la lente convierte en músicos de bronce, hombres de bronce que, por gracia de la lente, se transforman en músicos humanos, noctambulantes, arlequines, fachadas, bicicletas, portales, el íntimo romance, que mucho tiene de blues, de una banca y un farol, la soledad de dos puentes paralelos, los más largos del mundo, una partitura escrita en el aire y el majestuoso Misisipi de los vapores musicales, de Faulkner y de Twain son algunas de las notas con las que Montes de Oca construye su solo para que los ojos escuchen esta música desquiciante. Al final del recorrido, un tranvía que parte entre haces de colores nos conduce a la siguiente estación en la que nos espera el emblemático Tren «A» de Billy Strayhorn, Nueva York, «la Capilla Sixtina del jazz» según la definición del propio fotógrafo xalapeño, que se ha instalado en el Corredor Carlos Fuentes.

La melodía es un conjunto de notas que aparecen en el pentagrama de manera horizontal, su interpretación lineal nos provee la noción de la sucesión del tiempo. La armonía es un grupo de notas que aparecen en sentido vertical, su ejecución unísona nos revela la simultaneidad del tiempo.

En la fotografía, el formato panorámico generalmente es usado de manera horizontal para registrar largos paisajes gracias a la amplitud de su horizonte. En la muestra neoyorkina, el fotógrafo gira la cámara constantemente para que podamos, simultáneamente, escuchar la melodía de los rascacielos que presenta en forma horizontal sobre el pentagrama del Hudson y los acordes de los grandes edificios que podemos ver de los pies a la cabeza. La alternancia entre ambas posiciones genera un ritmo, el tercer componente de la música. Con estos elementos, la exposición se convierte en partitura del cosmopolitismo y al mirarla parece que la pieza de Kander y Ebb (New York, New York) estuviera brotando de los labios de Sinatra.

En una de las imágenes, un edificio se refleja en el de enfrente y tiembla porque, como en un juego borgeano, ignora si es el reflejo o el espejo, en otra, un azulado David enfrenta a un grupo de Goliats que, aterrorizados, huyen en contrapicada para fundirse con el cielo, y así, con catedrales religiosas, catedrales del jazz, esculturas, avenidas, estaciones del metro, muelles y gaviotas, el fotógrafo escribe un arreglo de New York, New York para un ensamble de miradas con muchos solos de pupila.

El tercer punto del recorrido está en el Andador Atenas (antes Puente Atenas) del Paseo de los Lagos, ahí, los instrumentos de la Orquesta Sinfónica de Xalapa, convertidos en transeúntes, se suman a los oficios cotidianos del corazón de la ciudad. El Parque Juárez alberga alientos, cuerdas, percusiones, atriles, partituras que se mimetizan con los globos, con el café lechero, con los peatones que cruzan la calle Enríquez, con los carros que brotan del túnel como hormigas, con los boleros, con todos los participantes en la jam session de la cotidianidad xalapeña.

Quizá porque en esta ciudad, de la que es oriundo, dio sus primeros clicks, en la muestra de Xalapa vuelve a los cánones de la tradición fotográfica. La renuncia al color, el equilibrio de los encuadres, la persecución obsesiva de la luz, los claroscuros, el control de la apertura del diafragma y la velocidad de obturación nos remiten al minucioso ritual del artesano, a la factura manual de cada imagen, de cada historia. La espera felina del instante decisivo cartier-bressoniano halla su premio en la captura de una pareja que se dirige a la catedral con una risa que escucharán sus hijos y sus nietos. El par de timbales que espera a los novios para oficiar el sacramento de su unión resonará, también, más allá de nuestro tiempo.

Las ciudades son también las manos que las palpan, los olfatos que las huelen, los oídos que las escuchan y las miradas que acechan en espera de esos episodios que parecen baladíes pero tienen una carga de belleza que solamente los fotógrafos, esos atrapasueños, pueden capturar y perpetuar. Así, Héctor Montes de Oca en esta muestra se vale de la exacerbación del color, del estoico blanco y negro, de la alteración por medio de la computadora (prefiero evitar el término «manipulación» porque tiene un tufo peyorativo), del minucioso ritual del laboratorio, de cuanto recurso sea necesario (los fotógrafos profesionales, y él lo es, los dominan todos) para intimar con tres ciudades y llevar las resonancias de su jazz hasta las pupilas que cuando las miran oyen, cuando las oyen bailan y cuando bailan, ya no paran de soñar.

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La exposición permanecerá hasta agosto en las tres galerías urbanas (Circuito Presidentes, Corredor Carlos Fuentes, Andador Atenas del Paseo de los Lagos), no se la pierdan.

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