Al licenciado y notario Miguel Molina todos lo vamos a recordar siempre en acción, en movimiento; acción física y acción mental, porque las ideas no le paraban a este verdadero profesional del Derecho, y como pocos conocedor de las leyes (y del manejo de las leyes en México).
Don Miguel era un torbellino al caminar y un torbellino al pensar. Con esa imagen de él me quedaré para siempre, yo que siempre lo vi así y que recibí sus enseñanzas sobre lo poco que sé del Derecho como una ciencia humana.
De ese abogado lleno de pasión por las leyes supe que en este país y al menos en el papel todo el mundo es inocente hasta que no se compruebe su culpabilidad, o que las leyes se hicieron para ser violadas (era un principio lógico que le explicó con toda paciencia a mi mente adolescente: si una ley no pudiera ser violada no sería necesario expresarla; como si en la Constitución se dijera que todos los mexicanos están obligados a respirar; me quedó absolutamente claro).
Y del licenciado Molina aprendí también el afecto por los mayores, porque lo quise como a alguien de mi sangre, como si fuera el padre de mi hermano, como si fuera el progenitor de Miguel junior, mi compadre de toda la vida, que en efecto lo era.
Había nacido en Huatusco (donde le pusieron Miguel Prudencio, aunque él siempre obvió el segundo nombre, que de plano no le gustaba) pero creció en Xalapa, donde se convirtió en un buen estudiante y un muchacho atlético, que jugaba un buen futbol al lado de compañeros como Rafael Velasco Fernández, quien llegó a ser un buen Rector de la UV y se convertiría en una de las cumbres de la siquiatría de México, todo un orgullo para nuestro estado.
Pero Miguel Molina era un orgullo para el Derecho en Veracruz. Sus innumerables clientes sabían que era un abogado eficaz, al que no se le podía ganar ni a las buenas ni a las malas, porque conocía los intríngulis de las cortes estatales y sabía de todos los recovecos legales que se podían aprovechar en nuestra singular justicia mexicana, o a la mexicana.
Llegado muy joven a Misantla, apenas salido del cascarón de la Facultad de Leyes de la UV, conoció a la mujer que fue el amor de su vida, Palina Chacón, con la que formó una bonita familia de siete hijos (Miguel, Juan Carlos, Ana Gabriela, Sergio Eduardo, Ana María -Chiquis-, Ana Verónica -Mame- y Rodolfo).
A todos ellos me uno hoy en el dolor y me reconforto también con la buena vida que vivió el licenciado Molina en ese pueblo al que tanto quiso y en el que lo reconocían como un nativo, de tanto que vivió e hizo allí.
Sé y nos reconforta que don Miguel Molina ya descansa de los males que lo aquejaron durante sus últimos años, y sé que en esa parte en donde está debe estar pasándola muy bien, jugando dominó con sus cuates que se le adelantaron y echándose unas sabrosas pláticas -como tanto lo hizo- con Camilo, con Juan Pablo, con Rubén, con Sergio, con Chalino, con Tano, con Julio y con tantos otros que hacen imposible este breve espacio en el que sí están.
Descansa en paz el licenciado Miguel Molina García: abogado, misanteco, padre y hombre de gran honor, a quien tanto quería.
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