La madrugada del domingo, en Orizaba, tuvo lugar una balacera en el bar Bulldog, situado a unos metros de la inspección de policía. Durante cerca de una hora, según los medios locales, grupos delictivos antagónicos se enfrentaron con armas de fuego. Uno o dos murieron y la confrontación dejó un número incierto de lesionados. “Cuando arribaron los elementos de la Fuerza Civil de la Secretaría de Seguridad Pública estatal, continuaba el enfrentamiento y los agentes lograron observar cómo varias personas huían del lugar con heridos en camionetas blindadas”, dice la nota de Noreste.
Más o menos a la misma hora, en Xalapa, un comando de cuatro individuos ingresó al antro Madame y vació varios cargadores sobre los clientes. Cinco de ellos murieron y otros 13 resultaron con lesiones de diversa gravedad. En ambos casos las autoridades estatales ofrecen como simple explicación una disputa entre bandas rivales por el territorio de distribución de drogas ilícitas.
Si hubiera sido en un par de ciudades europeas el mundo estaría conmocionado, pero los hechos ocurrieron en dos ciudades veracruzanas y fueron sólo dos picos en la gráfica de la violencia que padece el estado; ese mismo día, por ejemplo, ocurrieron al menos dos “levantones” y hallaron a un ejecutado en un municipio conurbado al puerto de Veracruz.
El domingo por la noche, en Boca del Río, se llevó a cabo el último debate entre los candidatos a la gubernatura.
Así funciona siempre. Las mafias que temen perder el poder en las urnas suelen recurrir a actos de terror, para que los electores conscientes no salgan de sus casas, piensen que la violencia no tiene remedio (o que el único remedio es la violencia del Estado) y abandonen el territorio de las urnas, al arbitrio de los aparatos clientelares y corruptos, eso que antes se llamaba voto duro y que, hoy, por el deterioro de las tres principales patentes partidistas del régimen (PRI, PAN y PRD) se ha reducido casi exclusivamente a voto comprado, en tanto que los partidos menores se conforman con vender sus sufragios al mejor postor.
Pero ese recurso puede volverse, en la circunstancia veracruzana actual, en contra del propio régimen y de sus candidatos, porque el hartazgo ha llegado al límite y el gobierno y su abanico de candidatos no tienen nada que ofrecer, salvo la perpetuación de la inseguridad, el saqueo y la violencia.