Hasta hace dos décadas, la organización de toda campaña política tenía tres ejes fundamentales: la estructura electoral, la movilización ciudadana y la agenda de partido y candidato. Sin esos tres elementos era prácticamente imposible el triunfo en las urnas.
Hasta hace treinta años, más o menos, el resultado de una contienda electoral dependía casi en su totalidad del partido en que militara el candidato en cuestión; un priista, por ejemplo, tenía la victoria segura; los partidos de oposición jugaban un papel combativo pero estaban lejos de los cargos en disputa. Basta recordar que el PRI perdió la primera elección para gobernador de un estado hace 27 años, en 1989, cuando en Baja California ganó el panista Ernesto Ruffo Appel.
El caso es que poco a poco llegó la competencia política, el PRI perdió la hegemonía y partidos como Acción Nacional, el de la Revolución Democrática y de forma más reciente el Movimiento de Regeneración Nacional, se convirtieron en opciones muy competitivas. Tanto, que entre esas tres fuerzas políticas sumaron, en el proceso electoral federal de 2015, más de 14 millones 600 mil votos, algo así como el 40 por ciento de los sufragios totales.
Hoy, a pesar de que los factores citados líneas arriba siguen siendo determinantes, existen otros temas, dentro de la estrategia de campaña, que cobran mucha importancia; por ejemplo, el marketing político y la propaganda en medios y en redes; o herramientas muy útiles para la toma de decisiones, como las encuestas o los llamados focus group.
Es tan importante la llamada “campaña de aire”, que a ello podríamos atribuir el desplome de la alianza PAN-PRD y la competitividad del PRI en la contienda veracruzana.
Sin embargo, una extraordinaria promoción en una campaña política no necesariamente puede representar un triunfo contundente; sobre todo si los partidos o candidatos descuidan la estructura electoral y la movilización.
Ese asunto sirve como contexto para abordar un tema que ha sido muy comentado en los corrillos políticos y en las charlas de café: de manera insistente ha corrido la especie en el sentido de que el candidato de la coalición “Para Rescatar Veracruz”, Miguel Ángel Yunes Linares, estaría recargando la estructura electoral en los candidatos a diputados locales de su partido; nada más peligroso que ello, sobre todo por los antecedentes de aspirantes que han sido señalados por negociar el resultado a cambio de posiciones o prebendas.
En la estructura electoral y no en la campaña mediática en contra, que ha sido muy dañina por contundente, se encuentra el mayor riesgo de una derrota para Acción Nacional y su candidato en Veracruz.
El enemigo del PRD
Los perredistas veracruzanos ya observan con preocupación el activismo en Veracruz del máximo dirigente del Movimiento de Regeneración Nacional, Andrés Manuel López Obrador.
Este martes, Rogelio Franco, dirigente estatal del PRD, llamó a los veracruzanos a no dejarse engañar por “El Peje”, quien, ante la falta de un candidato sólido en su partido, prácticamente encabeza el proselitismo de su partido en la contienda estatal.
Franco Castán apuntó que López Obrador no es el candidato a gobernador y que, en ese sentido, la gente se confunde. De igual manera, dijo que el abanderado de Morena, Cuitláhuac García, es un “Juanito veracruzano”, refiriéndose a Rafael Acosta Ángeles, aquel pintoresco personaje de Iztapalapa que fue ridiculizado hasta el cansancio cuando contendió por la delegación de ese lugar, para renunciar después y dejar en el cargo a Clara Brugada, propuesta de López Obrador.
Pues bien, la declaración del dirigente estatal del Sol Azteca sólo puede interpretarse como producto de la desesperación, ante el crecimiento que en Veracruz ha registrado Morena, partido que desplazó al PRD de la tercera fuerza en la entidad.
Los perredistas saben bien que cada voto por Cuitláhuac García será un sufragio menos para Miguel Ángel Yunes.
Magno, pronta recuperación
Magno Garcimarrero Ochoa es un personaje de la vida cultural de Veracruz y, en particular, de la capital del estado; hace más de una década era referente de la izquierda veracruzana; por el PRD, fue diputado en la Legislatura Local y después, suplente del senador Heberto Castillo Martínez. En 1997, debido a la muerte del propietario, Magno llegó a la Cámara Alta.
Se le recuerda, además, por sus propuestas para defender a los centros históricos de algunas ciudades de Veracruz y para la protección de los animales.
Autor de diez libros, Garcimarrero Ochoa goza del prestigio que le ha dado su paso por diferentes espacios.
Por cierto, el trabajo más reciente de Magno Garcimarrero fue un estudio sobre el tema de la voluntad anticipada y la iniciativa correspondiente para que el Congreso local legisle en esa materia. Ese punto, aunque fue retomado por algunos personajes de la izquierda, no avanzó en la Legislatura del Estado, donde era propuesto por dos legisladores, el extinto Fidel Robles Guadarrama y Cuauhtémoc Pola Estrada.
Pues bien, recientemente, Magno Garcimarrero, cuya amistad es un privilegio, enfrentó problemas de salud que le obligaron a guardar reposo; por fortuna, nos comentan que poco a poco se recupera, ya en su domicilio particular. @luisromero85