Abril es el mes más cruel: engendra
lilas de la tierra muerta, mezcla
recuerdos y anhelos, despierta
inertes raíces con lluvias primaverales.
Yo tendría 17 o 18 años, era un adolescente pueblerino que se estrenaba como ente urbano en la difícil y seductora Ciudad de México. Los Materiales de Lectura, esa serie de libros de la UNAM que costaban ocho o diez pesos, poco más que una cajetilla de Baronet, era uno de los grandes hallazgos.
Desde la infancia fui seducido por la poesía, no era infrecuente que en la primaria se me encomendara la recitación patriota en los honores a la bandera; durante la secundaria y la prepa vibraba en los concursos de declamación. Amado Nervo, Manuel Acuña, José Asunción Silva y Salvador Díaz Mirón formaban parte de mi acervo más preciado. Había leído algo de Pellicer, algo de Reyes y, claro, los Veinte poemas de Neruda. Tenía alguna experiencia con la palabra lírica pero esos versos de Eliot me inquietaron a primera vista, esa manera de acomodar palabras cotidianas y, sobre todo, esa sonoridad producían (siguen produciendo) en mí efectos desconocidos, sensaciones recién inauguradas.
¿Aquel cadáver que plantaste el año pasado en tu jardín,
ha empezado a germinar? ¿Florecerá este año?
¿No turba su lecho la súbita escarcha?
¡Oh, saca de allí al Perro, que es amigo de los hombres,
pues si no lo desenterrará de nuevo con sus uñas!
Tú, hypocrite lecteur! — mon semblable — mon frère!
Los versos finales de El entierro de los muertos se me presentaban como una galería de imágenes insospechadas que me conducían a vericuetos interiores por los que jamás había transitado.
Gracias a esa misma serie conocí a José Emilio Pacheco y a Homero Aridjis y, claro, nadie puede ser el mismo después de leer Alta traición, Aceleración de la historia o Crónica de Indias del entrañable José Emilio, ni sus noches serán iguales tras enfrentarse a Perséfone o Antes del reino, del militante michoacano de la palabra y la ecología.
Unos años después, gracias al ensayo de José Luis Martínez ‹Nezahualcóyotl, vida y obra› tuve noticia de la riqueza metafórica y la fuerza expresiva no solo del gran texcocano sino de toda la producción poética que se había acuñado en lengua náhuatl antes de que llegaran los españoles.
En algún otro momento de la vida se cruzó Allan Poe y aún sigo sin descifrar los misterios que envuelven a El cuervo y todos sus cuentos.
Estos cinco poetas, entre muchísimos otros, forman parte indeleble de mi biografía pero son tan disímiles entre sí que no me imagino cómo hilvanar sus líneas para confeccionar el vestido de una noche del mes más cruel. Enrique Cancio y Estela Lucio conocen el secreto y lo han plasmado en el recital La Tierra Baldía.
«Producciones Cañandonga ofrece un recital de poesía en movimiento de cinco extraordinarios poetas: T.S. Eliot, Edgar Allan Poe, Homero Aridjis, Netzahualcóyotl y José Emilio Pacheco, que nos desperezan espiritualmente y nos comunican la urgencia de activarnos en defensa de la destrucción del medio ambiente», dice su parte de prensa. En la presentación participarán Julio César Hernández, Lena García y Jade Cancio Lucio, bajo la dirección de Enrique Cancio y los lineamientos coreográficos de Estela Lucio.
Habrá dos oportunidades de participar de tal comunión: el jueves 7 de abril a las 21 horas en el Bar de Poesía (Insurgentes 39) y el sábado 16 de abril a las 20 horas en Vía Lúdica (Úrsulo Galván 61). La cooperación, en ambos casos, será de 40 pesos.
Si no aman a su patria, vayan. (1)
Si alguna vez han recibido un visitante tocando quedo a la puerta de su cuarto, vayan. (2)
Si les han gritado DE PRISA POR FAVOR QUE YA ES HORA, vayan. (3)
Si alguna vez han amado ahí, contra el muro destruido, vayan. (4)
Si tienen la certeza de que como una pintura se irán borrando, no pueden faltar. (5)