Orlando García Ortiz, que está tan informado de tantas cosas de Xalapa, de Veracruz y del mundo, me lo contó con la nostalgia que sólo amigos tan antiguos podemos compartir:

—¡Se murió El Zorro, toda una institución!

El gran periodista se refería al bolero que estuvo décadas dando su servicio afuera del Pasaje Enríquez, y que se nos fue en los días de Semana Santa, a la en estos tiempos temprana edad de 70 años.

Yo volteé a ver mis zapatos y me di cuenta de que nunca más podría volverlos a traer tan limpios, tan impecables, tan aparentemente nuevos como los dejaba don Antonio Ortiz García, un verdadero maestro de su oficio, único en la ciudad si me perdonan sus colegas que se esfuerzan día a día en que los xalapeños anden con el calzado reluciente, sobre todo los hombres, pero ahora muchas damitas que usan junto con un femenino pantalón, zapatos o zapatillas que se prestan para la grasa y la crema y el cepillo y la venda.

A El Zorro lo recuerdo desde siempre; desde los años setenta en que vivía yo precisamente en el Edificio Enríquez y él ya tenía su silla y su cajón de bolear, pero sobre todo ese carácter que lo hacía saludarse con toda la gente, alburear a sus amigos, animar a las vendedoras de billetes, saludar a todo el mundo y siempre tener el comentario adecuado, la información precisa, el silbido saludador.

Por 20 pesos, quien se sentaba en la silla de El Zorro obtenía -además de su calzado científicamente aseado- un largo rato para observar el discurrir de la calle más xalapeña de todas, la más céntrica; para conversar con este hombre que sabía de todo lo que pasaba enfrente de su negocio, de su callejera empresa, que le sirvió para levantar a su familia y hasta para ayudar a amigos en la desgracia.

Es más, don Antonio Ortiz se había dado el lujo y el gusto de poner una silla adicional, donde llegaban a sentarse muchos amigos suyos para pasar el rato y platicar con él sobre el mundo inmediato, mientras desempeñaba su impecable labor a ras de suelo.

Con todo y lo modesta que pueda parecer a algunos su profesión de bolero, su vida fue una larga sucesión de hazañas, como sacarle brillo a unos zapatos negros que compré en un mal momento y que sólo él lograba que parecieran presentables, o saber el chisme más inmediato de la ciudad, a mayor rapidez que las más veloces redes del Internet y con mejores detalles, porque era un gran narrador, que con sus palabras casi te hacía sentir que estabas en el lugar del hecho sangriento, de la pelea marital, del pleito entre cófrades.

Se ha ido -y hay que decirlo así- un ícono más del centro xalapeño, más chico en dimensiones corporales, pero del mismo tamaño sentimental del Juanote, que tiene su placa del recuerdo unos metros más adelante.

No sería mala idea decirle al alcalde Américo Zúñiga, tan xalapeño y sensible para las cosas de su ciudad, que don Antonio Ortiz García merece también un homenaje y un monumento por sus servicios a la causa de la distinción de esta ciudad, que se nota en la conciencia limpia de sus buenos habitantes… y en los zapatos limpios que tantos y por tantos años le debimos a El Zorro.

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