En esta ocasión iba a hablar sobre los nombres de los candidatos del PRI a las diputaciones locales, pero como la lista estará hasta el fin de semana el tema queda en stand by.

Si me permites lector, en lugar de eso hablaré de algo de mucha actualidad pero que cada día se demerita más: la quincena.

No sé tu, pero de unos años a la fecha no recuerdo un día, uno sólo, en que me haya hecho feliz recibir mi quincena. Antes de que me la entreguen ya la repartí y el problema es que nunca cubro ni la mitad de mis deudas.

Literalmente tengo que hacer malabares para pagar un poquito aquí, otro poquito allá y otro poquito acullá y siempre quedo debiendo, siempre ando en la quinta chilla. Por aquí la estoy recibiendo y por acá la estoy pagando al grado que en cuestión de horas no traigo ni un clavo en la bolsa.

La víspera de la quincena que debería ser motivo de alegría, se ha convertido en la más grande de mis angustias. Hay días en amanezco peor que crudo haciendo cuentas y más cuentas y sopesando mis deudas más apremiantes.

Si pago la renta, no pagaré la letra del auto; pero si pago la letra del auto de sopetón, no alcanzaré a cubrir la colegiatura de mis hijos. Y si no pago la colegiatura, en menos de 24 horas me los ponen de patitas en la calle.

Y ahí me tienes, rogando a Dios que me ilumine con sus luces; que me brinde la oportunidad de pegarle a la Lotería, al Melate o ya de perdis a la rifa de cinco  mil varos que hicieron en la oficina y de la que compré diez números.

Pero nada, ni la Lotería, ni el Melate ni la rifa.

Y cada quince días es la misma desazón y zozobra.

Ay Dios, qué hare.

Y luego las tarjetas. En mala hora me fui a embarcar con las condenadas tarjetas de crédito. Tengo tantas que parecen mazo de barajas y todas están hasta el gorro de sobregiradas y yo hasta el full de sobreendeudado. Para colmo ya subieron medio punto de interés.

Conforme el banco me autorizaba una, pagaba con ese crédito parte del adeudo de las otras y así me fui ensartando yo solito.

Si antes me ofrecían las bondades de las tarjetas, ahora me están ofreciendo un viajecito al reclusorio si no pago mínimo los intereses de los intereses.

Hay días en que añoro la época de mis abuelos. Cómo me hubiera gustado vivir en los tiempos de Chava Flores donde con dos pesos se arreglaban los asuntos de la casa y todavía le alcanzaba a su esposa doña Bartola para comprarle su alipus.

Aunque para un fregado, fregado y medio.

La verdad es que no sé cómo carambas le hará el titular de la Sefiplan, don Antonio Gómez Pelegrín al que cada quincena le caen los aboneros en la persona de campesinos, empresarios, maestros, hoteleros, constructores, jubilados, la Universidad Veracruzana y demás fauna de acreedores exigiendo a gritos su dinero.

El sí que es un deudor moroso, para que veas, lector.

Esta vez se le pusieron al brinco sus propios empleados a los que no se les pagó el estímulo mensual. En respuesta, cerraron los accesos a la dependencia y no dejaron entrar ni salir a nadie.

-No se vale que este señor nos quiera esquilmar el estímulo, es una lanita extra que nos ganamos a ley y nos sirve de mucho apoyo porque la quincena ya no alcanza- dijo uno de los empleados.

Y en efecto, lo quincena ya no alcanza. Tiene años que viene sucediendo así.

bernardogup@nullhotmail.com