Uno vuelve a los discos viejos como regresa a los lugares de la infancia o de la adolescencia pero no a los ruinosos, no a la casa abandonada de los abuelos ni a la troje solitaria, telarañosa y polvorienta sino a los sitios que siguen vivos, a la fachada de la primaria, añosa sí pero que ha sido pintada y embellecida tantas veces durante nuestra ausencia que se parece a la jovencita que nos abrazaba, o a la prepa que ya no nos reconoce porque ella y nosotros hemos cambiando tanto, hicimos nuestras vidas cada uno por su lado y este encuentro, para volver a ser entrañable, debe recuperar la magia de la sorpresa, del hallazgo feliz por eso en el reencuentro descubrimos parajes novedosos, rincones que no estaban cuando pasamos tantas veces por ahí, o estaban pero nunca los vimos, o los vimos pero a nuestra memoria no le pareció importante conservarlos. Así volvemos a los discos que mucho tiempo se aburrieron colocados en un mueble por el que no pasaba sino, a veces, un trapo para liberarlos del polvo y cuando los devolvemos a la charola del reproductor, felices vuelven a contarnos las historias que creíamos conocer pero resulta que hay pasajes que no estaban antes e inevitablemente pensamos en el querido viejo Heráclito: Nunca bajarás dos veces al mismo disco, entonces vuelve la emoción a sacudirnos igualito que en el primer encuentro.

 Kind of BlueEso me pasó ayer con Kind of Blue al que volví porque recordé se cumplieron 57 años del inicio de una aventura que habría de desembocar en el disco más vendido de toda la historia del jazz y uno de los más prestigiados y queridos.

El 2 de marzo de 1959, a las dos y media de la tarde, llegaron al estudio de grabación que tenía la disquera Columbia en la calle 30 de Nueva York, en primer lugar Jimmy Cobb (el único sobreviviente) cuyo sino, como el de todos los bateristas, es el de ser el primero en llegar y el último en irse porque tiene que armar y desarmar el laborioso instrumento. Después fueron llegando, en ese orden, Paul Chambers, Cannonball Adderley y John Coltrane, Bill Evans y Wynton Kelly, y Miles Davis.

Algo de culto tenía la grabación desde el origen dado que ese estudio estaba ubicado en una vieja iglesia de madera abandonada que la disquera adquirió por la extraordinaria acústica que el material le confería.

Miles Davis llegó con una idea apenas bocetada para desarrollar un monumento a la improvisación cimentado en los preceptos del jazz modal que había empezado a desarrollar en el disco Milestones y que aquí alcanzaron su punto más elevado.

La propuesta era, más que una simple sucesión de piezas, emprender juntos un viaje sonoro de principio a fin, una obra total. Para lograrlo, por supuesto, era necesario contar con la complicidad de esos monstruos que fueron capaces de enfrentar el reto con modestia y sencillez y lograron una de las obras más sólidas y bellas de la historia de la música no escrita.

Muchos lo ubican como el mejor disco de jazz grabado hasta ahora, es difícil sostener una afirmación tan contundente pero sí es una grabación que por su importancia ha merecido innúmeros análisis, comentarios y elogios de gente muy capaz, para mi gusto, la mejor definición la da Bill Evans que fue el encargado de redactar la nota de presentación:

 Kind of Blue«Existe un arte visual japonés en el que el artista está obligado a ser espontáneo. Tiene que pintar en un pergamino delgado extendido con un pincel especial y pintura negra de acuarela, de tal manera que un brochazo forzado o interrumpido destruirá la línea o atravesará el pergamino. No son posibles los borrones ni los cambios. Estos artistas deben practicar una disciplina específica, la de permitir que la idea se exprese a sí misma en comunicación con sus manos de forma tan directa que no puede interferir la deliberación. Las pinturas resultantes carecen de la composición compleja y las texturas de la pintura convencional, pero se dice que aquellos que saben ver encontrarán algo capturado que escapa a cualquier explicación. Esta convicción de que la acción directa es la reflexión más llena de significado, en mi opinión, ha inducido a la evolución de disciplinas extremadamente severas y especiales como son las del músico de jazz o el improvisador.»

En la primera o en la enésima escucha, la seducción empieza con los primeros compases, a cargo de Bill Evans y Paul Chambers, de So What y nos mantiene embelesados hasta la última nota de Flamenco Sketches, dada al unísono por el propio Evans y Jimmy Cobb. Escucharlo nuevamente es como volver a enamorarse de la novia de la prepa y volver abandonarla porque, allá afuera, la vida tiene que seguir, yo que ustedes dedicaba un par de horas para honrar a un sublime amor.

CONTACTO EN FACEBOOK        CONTACTO EN G+        CONTACTO EN TWITTER