Por Bernardo Gutiérrez Parra
De noche cuando pongo mis sienes en la almohada y hacia otro mundo quiero mi espíritu volver, me pregunto si Javier Duarte soñó alguna vez que todo Veracruz y una parte sustantiva de la República hablarían de él.
Si llegó a pensar que su nombre aparecería en los titulares de los portales de internet y en los diarios locales, estatales y nacionales. Me pregunto si deseó ser el protagonista de las columnas que escriben los analistas políticos más picudos y leídos del país.
Si imaginó la Plaza Lerdo atascada de miles de sujetos y sujetas coreando a una voz su nombre.
Si pensó que unificaría en torno a su persona a los estudiantes de la Universidad Veracruzana, a los jubilados del IPE, a los campesinos, a los burócratas y empresarios, a los jóvenes becarios y a los periodistas como ha sucedido las últimas semanas.
Me pregunto si alguna vez como estudiante de prepa, tirado boca arriba sobre su cama y mientras se rascaba la entonces incipiente barriga, Javier Duarte llegó a lucubrar que sus acciones futuras harían que los puños de miles se cerraran y levantaran nomás de la pura emoción.
Y la respuesta es que probablemente sí.
Y es que en algún momento de nuestra niñez o adolescencia casi todos los seres humanos soñamos con la popularidad, la fama y lo que éstas conllevan. Y aquel mocoso que fue un día Javier Duarte no tenía por qué ser la excepción.
Me pregunto si aquella vez que lo fotografiaron engulléndose unas suculentas gorditas con una coca-cola en una modesta fonda, llegó a soñar que estaría en la mente de la rectora de la UV y que su imagen, su pura imagen, le quitaría el sueño a esta mujer.
Si llegó a imaginar que la multitud futbolera del “Pirata” Fuente aullaría ante su presencia con delirante frenesí.
Si deseó alguna vez ser el centro de atención de todas las miradas.
Y la respuesta sigue siendo que probablemente sí.
Hoy el nombre de Javier Duarte ha traspasado nuestras fronteras, los diarios lo cabecean a ocho columnas; un día sí y otro también sale en la tele y es tema de columnistas y analistas políticos porque es el ejemplo más palpable que tenemos de lo que es la corrupción y el latrocinio.
Hoy su nombre es coreado en la Plaza Lerdo por estudiantes, maestros, jubilados, amas de casa, empresarios, campesinos, burócratas y mil etcéteras, que le están exigiendo que rinda cuentas y después se vaya.
Duarte se ha convertido en el dolor de cabeza de la rectora, Sara Ladrón de Guevara, que ha perdido el sueño por el adeudo que él y su gobierno tienen con esa casa de estudios.
Si este viernes hubiera asistido al “Pirata” a ver el empate a cero entre Tiburones y Pumas, la raza lo habría recibido y despedido a puras mentadas de madre.
Si alguna vez soñó que su nombre se escuchara más allá de México, es evidente que nunca deseó oírlo en los tonos en que se pronuncia.
Y es que Javier Duarte se ha convertido en sinónimo de todos los epítetos que tengan que ver con robar y corromper.
Si en su adolescencia anheló ser famoso ya lo es, pero su fama es la antítesis de la de cualquier rockstar. Si éste se esconde para evitar que las multitudes casi lo encueren por el cariño y admiración que le tienen, Javier tendrá que esconderse para evitar que le den una pedrada.
Ni hablar, así de veleidosa es la fama, señor Gobernador.