Además del resultado que tenga la estrategia de la rectora Sara Ladrón de Guevara en su lucha para que se le paguen los pendientes gubernamentales por más de 2 mil millones de pesos, la lucha que ha emprendido la primera mujer que ha estado al frente de los destinos de la Universidad Veracruzana (UV) tiene una consecuencia virtuosa.

Es el liderazgo.

Ya desde hacía muchos años, la UV tuvo rectores que tuvieron otras fortalezas, pero no ejercieron una función de líderes de la comunidad universitaria.

Pienso en el sempiterno Raúl Arias, que en sus casi tres periodos al hilo prefirió gozar las mieles del poder y ponerse a mano con algunas privaciones de su adolescencia; recuerdo a Víctor Arredondo, quien nunca terminó de establecerse como un dirigente respetado y querido.

Y traigo a la memoria a buenos rectores, como Carlos Aguirre Gutiérrez -que puso orden en las finanzas universitarias-; como Salvador Valencia Carmona -un jurista excepcional, tal vez demasiado académico para las exigencias políticas del cargo-; como Rafael Hernández Villalpando -atrabancado, pero con resultados-; como el doctor Rafael Velasco Fernández -que es con toda seguridad el hombre más inteligente de Veracruz-.

El único rector de la época contemporánea de la UV que ejerció un liderazgo pleno fue Roberto Bravo Garzón (1973-1981), y todos seguimos recordando su época como la más floreciente de la máxima casa de estudios veracruzana.

Ave de tempestades, polémico, y al mismo tiempo sumamente productivo, don Roberto hizo crecer en todos los órdenes a la Universidad, y la convirtió en un referente internacional de las artes y la cultura.

Un líder reconocido como Bravo Garzón no se volvió a dar en la UV,

La noticia de que la Junta de Gobierno de la UV había designado a la doctora Sara Ladrón de Guevara para el periodo del 2 de septiembre de 2013 al 31 de agosto de 2017, cayó bien entre la comunidad universitaria por varias razones.

La primera, es que el gobernador Javier Duarte de Ochoa no había intervenido para cargar los dados en favor de la elección de alguna persona y con eso la Junta de Gobierno había tomado la decisión con toda libertad y basada en el currículum de los aspirantes a la Rectoría.

La segunda, es que la doctora Ladrón de Guevara tiene un historial académico impresionante (en su área, de la misma consideración que el del doctor Velasco Fernández).

La tercera, es que era gente de casa: se había formado en nuestras aulas y había sido Secretaria Académica y Directora del Museo de Antropología; era además irreprochablemente xalapeña y compartía toda la entrañable carga sentimental que tienen los atenienses por nuestra alma mater.

Y luego, el hecho de que era la primera mujer que llegaba a ese delicado puesto (y para más, nombró también a féminas en las dos siguientes posiciones en importancia de la estructura universitaria: la experimentada Clementina Guerrero García en la Secretaría de Administración y Finanzas -toda una contratación de lujo, según los enterados-, y Leticia Rodríguez Audirac en la Secretaría Académica).

La expectativa, pues, era muy alta y no faltó quien esperara resultados mágicos, golpes de timón contra las tormentas, un proactivismo permanente.

Por el contrario, la Rectora pasó sus primeros años poniendo orden en casa, rehaciendo la administración de la Universidad, planteando mejoras a los modelos educativos. Fue una labor laboriosa y callada, poco proclive a la noticia rimbombante. No faltó quien opinara que el rectorado de Sara Ladrón de Guevara era gris…

Sin embargo, la Rectora…

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