A finales de 1957, tras su paso por el grupo del bajista Oscar Pettiford, Cannonball Adderley acarició el cielo con la convocatoria Miles Davis para integrarse a su quinteto. El azar o algún espíritu benefactor lo colocaron en la nómina de dos grabaciones de culto, Milestones, en 1958, al lado de Paul Chambers, John Coltrane, Red Garland, Philly Joe Jones y el trompetista que para entonces ya era una de las figuras más importantes del jazz, y uno de los discos más importantes de toda la historia del género, Kind of Blue (1959), joya labrada por otra conjunción de talentos: Miles Davis, John Coltrane, Bill Evans, Paul Chambers, Jimmy Cobb, Wynton Kelly como invitado en una pieza, Freddie Freeloader, y el propio Adderley.

El impulso creativo de Milestones lo condujo a la concreción de su segundo proyecto fonográfico personal (había grabado Presenting Cannonball Adderley en 1955) arropado por otro pókar de titanes: El propio Davis en la trompeta, dos de los hermanos Jones, Hank en el piano y Sam en el contrabajo, y el explosivo Art Blakey en la batería.

La participación de Miles era un honor que para muchos críticos se convirtió en error dado que muy pocos podían darse el lujo de tener al trompetista como sideman pero estaba ante un líder que no podía renunciar a tal condición y el resultado es un disco de factura casi totalmente davisiana, Somethin’ Else.Somethin Else

Enrique Martínez opina: «‹Somethin’ Else› casi es en realidad una grabación más de Miles Davis, publicada bajo el nombre de Cannonball Adderley. Esencialmente el equipo es el de Miles (Cannonball al saxo alto, Hank Jones al piano, Sam Jones bajo, Art Blakey, nada menos, a la batería) y el método, el control lato de Davis, es el mismo.».

Con todo, yo considero la inclusión del trompetista menos como un dislate que como un acto de humildad y de reconocimiento al maestro. Desde el primer tema, Autumn Leaves, la voz de Miles es casi omnipresente. A la breve introducción de la sección rítmica sobreviene la entrada de los alientos que, en unísno, van generando una tensión in crescendo que desemboca en un remanso, la presentación del tema por la trompeta sobria, elegante y cargada de emoción que tan bien conocemos. La posterior confrontación de solos nos mantiene absortos, con la respiración contenida hasta el regreso al tema, nuevamente a cargo del trompetista, al que sobreviene el bordado de Hank Jones que lo devuelve Davis para compartir un cierre capaz de hacer vibrar al más frígido de los escuchas.

El resto del disco va más o menos en el mismo tenor pero en el tema que cierra la edición original (la sexta pista, Alison’s Uncle, fue incluida posteriormente), Dancing In The Dark, el líder de la sesión se las cobras todas. Es acompañado por la sección rítmica pero aborda la voz melódica en solitario con impecabilidad técnica y sobrecogedor felling a los que suma una imaginería desbordada que lleva la balada a íntimas regiones de la sensibilidad a las que no se llega cualquier día. Aun cuando esta pieza fuera la única de la que es responsable el altista (pero no es así), sería suficiente para adjudicarle la autoría uno de esos discos de los que no puede prescindir cualquier fonoteca jazzera que se respete.


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