Tras la columna de ayer, CuentEros en la Tasca el 14 de febrero, no queda sino cerrar la semana con un Eros y jazzeros, esta vez a cargo de la escritora mexicana Issa Martínez, el fotógrafo ruso Igor Koshelev y la cantante estadounidense recién desaparecida Natalie Cole (Ver: Gloria a dos en la alturas│ Natalie y Nat, los inolvidables Cole / I)
Arroz con leche
(Microrelato)
Agua hirviente: la olla no sabe que es otoño, la piel evoca y el silencio muere desde los ojos cerrados. Agua y canela arden el preludio que la corteza exhala sobre mis ansias…y se me encoje el vientre con tu nombre. Agua, canela y arroz: manos en desliz sobre todas las horas que sucumben en la carne.
Jadea el agua, atraviesa el vestido, y tu beso llena mis lágrimas. Mi brazo hace círculos sobre la apacible infusión, y mis dedos buscan la entrepierna.
Agua, canela, arroz y leche: en soledades íntimas que se expanden, cocinera a medias desnuda, tarde aromada a placer solitario, dedos húmedos que entreabren los labios de la ausencia.
Agua, canela, arroz, leche y azúcar: y tu mirada, y tu voz, para acompañar mi orgasmo.
Lágrimas dulces
(Prosa poética)
Me llenaste ojos y manos, escalé las paredes del aire que te contenían, y la brevedad dejó de latir para ser historia.
No hubo cielo para alcanzar porque todo el cielo se hacía lluvia desde la voz que tus dedos llevaban a mi entrepierna, y al murmullo de mi sexo despojado de vergüenza.
Sentí la sangre del mundo pulsar y detenerse en el ancla de tu brazo en mi cintura, en la devoción de mi espalda en tu pecho, en la inclinación de mis caderas colmadas de tu vaivén. Sostuviste entonces mi universo gimiente y trémulo en tu vientre, indagante en la cavidad de tu boca.
Todas las palabras sin voz se fueron vaciando, una a una, desde mis ojos a los tuyos, iluminando las horas de la noche. Solo el movimiento sugerido de los cuerpos marcó las pautas de los deseos. Gotas de lascivia pergeñaron cada hueco de mi cuerpo, para amoldar tus acomodos de hombre. Fui una virgen húmeda por dentro y fuera, ungida y comulgada por la blancura de tu semen.
El placer corrió por el rostro y las lágrimas me supieron dulces: qué niña, qué pequeña, qué princesa puede ser una mujer, entre los brazos de un hombre.
Sicalipsis de agua
(Prosa poética)
Colmenas: fluir de anhelos desde los pezones resignados a tu boca, soplos eléctricamente dúctiles se acumulan en el ombligo para nacerme madrugada desnuda, con la infinita noche que se arropa en tus ojos negándose a desfallecer.
Clepsidras sin tiempo florecen amapolas crucificadas por debajo de mi pubis, se funden en la espina de tu lengua y, el gemido de mi sexo hilvana el aire; y crece…crece el martirio dulce entre tus muslos hasta el arco de viento desde el que mi espalda se nutre.
Alcanza las nubes el dique desbordado en la tempestad de tus manos bajo mis nalgas: nuestros sexos se inventan en la nada y el todo desde su voz de agua, y se desmoronan los alcázares erigidos en la profundidad mística de las arenas del desierto…
Inacabable mi orgasmo se fragmenta en mil pedazos de aliento, te engaña mi mirada casi sometida, casi suplicante; te acercas a la perversidad exquisita y, tus labios, tu lengua y tus dientes -vínculo de tormento- abraza el sollozo de mi clítoris.
Me dejo subyugar por tu ímpetu de amante orgulloso, leve instante en el que la hembra se domeña y renace indócil: luz, amante, prostituta con tiara de estrellas…y vislumbras mi sombra como un presagio que arrincona tus entrañas desamparadas, y emerges paralelo a ti, queriendo reflejarte en la ausencia de mis pupilas; porque mi boca es aguafuerte que acaricia tu ingle, y tu miembro eréctil sufre la infamia complaciente de mi boca.
Tu espasmo, tu olor y tu sabor: ungen mis papilas de un nosotros en el silencio de un beso -y hasta las piedras del fondo del río conciben flores- cuando me niegas la victoria en el asalto húmedo de tus dedos que penetran mis orificios…entre tus almizcles se moja el velo con que cubro mi esencia de dama.
Mujer
(Dedicado al Hombre)
Alajú en beso:
azul o aire,
rojo o transparencia,
lágrimas alibles en el reproche taciturno del almácigo.
Verde o lluvia que se prende a tu cintura,
sentencia de abrazo para derrochar las noches,
en negro o ausencia, amanecer de tu pene orgulloso.
Rota
a fuerza de porqués
mudos…
cosida a la pureza de un himen podrido.
Fuerza, ímpetu,
para de lo perdido reinventar ternuras de cristal,
porque hay soledades de mujer
que no pueden amanecer en los brazos de nadie…
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