Las figuras de los llamados candidatos independientes en un sistema democrático surgen de la necesidad de permitir la presencia de individuos ajenos a los partidos políticos en las distintas contiendas electorales.
Esta concesión supone la existencia de casos excepcionales en los que esta situación es aceptable, bajo el principio de que la democracia representativa funciona a través de instituciones denominadas partidos políticos, que son la expresión legítima de un conjunto de ciudadanos identificados con una determinada opción de poder.
Cuando en la percepción ciudadana se produce un desgaste significativo de la legitimidad partidaria, la imagen de los independientes surge como el sustituto del sistema en su conjunto, con consecuencias casi siempre negativas.
Y es que, en el fondo, el candidato independiente se presenta ante el electorado como un ente apolítico, apartidario y ajeno a las partes sucias y oscuras de la lucha por el poder y su ejercicio mismo.
La independencia partidaria termina, en la mayoría de los casos, legitimando el poder individual de un candidato carismático, poseedor de valores y principios superiores a los de los políticos comunes y que, por lo tanto, puede hacer mucho mejor las cosas que los hombres tradicionales del poder.
Se trata, en realidad, de la construcción de la imagen del superhombre, del iluminado, del salvador de la patria ajeno a los vicios de la política y sus perversiones.
Además, suponer que los candidatos independientes pueden triunfar sin conexión alguna con el mundo del dinero, es una fantasía propia de esa imagen idílica que se pretende construir alrededor de estos personajes.
Por supuesto que el triunfo de Jaime Rodríguez El Bronco se explica por muchos factores, entre ellos, la presencia de capitales regiomontanos dispuestos a romper con la clase política tradicional y un grupo periodístico convertido en ariete político del candidato.
Ahora el problema que tiene el gobernador independiente es cómo satisfacer las demandas de sus patrocinadores, al mismo tiempo que negocia con la propia clase política a la que despreció y derrotó y que controla el Congreso, sin el cual no puede moverse libremente en su intento por hacer algo diferente en la entidad.
Así las cosas, en Veracruz, Gerardo Buganza Salmerón mejor decidió retirarse cuando se percató de que Fidel Herrera Beltrán, su patrocinador, lo estaría empinando en cualquier momento.