México es el país donde un porcentaje importante de la población admira a los criminales y su estilo de vida, a pesar del daño que estos han producido a la sociedad –asesinatos, desapariciones, extorsiones, etcétera–, pero regatea cualquier éxito a las autoridades que arribaron a su cargo por la vía del voto y administran los impuestos que pagan los contribuyentes. Autoridades a las que se les tunde con la crítica, pero no se les exige con la razón.
Es el país donde la parte más politizada de la población demanda mayores libertades, pero elude las responsabilidades. Y que sigue soñando con que un buen día regrese Quetzalcóatl y nos conduzca a todos al paraíso terrenal. Desconfía de los políticos al tiempo que espera todo de ellos. Quiere el paraíso, pero sin trabajar por él.
Es el país de Veracruz, Oaxaca y Querétaro. Una parte de México está hundida en la dependencia, presa del paternalismo y no crece ni en defensa propia, mientras que otra parte del mismo país apuesta por el emprendedurismo, la inversión productiva y la innovación, y logra así niveles de crecimiento que últimamente no han conocido, incluso, muchos países desarrollados.
México es el único país grande de América Latina que crece, pero la mayoría de sus habitantes persiste en creer que está en crisis. Tiene la inflación más baja de la historia, calculada por una de sus instituciones más respetables (el Inegi), pero la mayoría duda que eso sea posible. Le gusta pensar en el Estado sobreprotector y le achaca a éste la devaluación del peso, cuando la explicación está en otro lado.
México es uno de los últimos países que abrieron su sector energético. Quienes siguen gritando que eso fue una mala idea se quejan de los precios de la gasolina en las estaciones de servicio de Pemex. No entienden o no quieren entender que es justamente el control estatal el que ha permitido al gobierno –algo que todavía continuará este año– cobrar los combustibles al precio que quiera.
México es el país que cuando se mira en el espejo se percibe más feo de lo que lo ven otros. Y que cree que los defectos y malformaciones que objetivamente tiene son culpa de alguien más, no de él. Para muchos mexicanos, lo feo de este país es culpa del imperialismo o del mal gobierno o de ambos, pero nunca de ellos.
Este es el país que cuando ha tenido buena estrella se queja de que lo deslumbra. Nada bueno puede pasarle a México, ni lo mande Dios. Si el destino le impone una bendición ha de ser una trampa urdida por alguien. Acá todo tiene que ser sucio, malo y perverso para ser auténticamente mexicano. Lo bueno, si existió, se quedó en los tiempos anteriores a la Conquista, cuando, claro está, nada malo sucedía y todo era esplendor.