Para Alejandro Rossi, “quien quiere siempre ganar, es un traidor en potencia”. Con más de 80 años en el poder sin compartirlo y con ánimo de prolongar su jerarquía, el PRI veracruzano quiere destruir la noción del narrador y filósofo, estableciendo una infausta alegoría: lo suyo es un matrimonio con Veracruz y no “un simple acostón”.
Que las palabras de los políticos puedan tener un mayor efecto que los hechos, es algo que ha funcionado desde hace más de siete décadas. Falta ver si volverán a servir en una coyuntura marcada por el nulo crecimiento, la corrupción y la violencia.
La celebración este domingo del Consejo Político Estatal del PRI en Boca del Río, al que muchos lo vieron como una ocasión propicia para la capitulación de un Alberto Silva Ramos recién catapultado, está marcando nuevas rutas para imaginar cómo será la selección del candidato de ese partido a la gubernatura de dos años que se dirime en 2016.
Los priistas han pasado de un escenario marcado por la profunda debilidad política e, incluso, desprestigio mediático del gobernador Javier Duarte de Ochoa, a otro en que hasta los más acérrimos antifidelistas dentro del PRI empiezan a sospechar que el mandatario tendrá más que una participación simbólica en esa decisión.
¿Qué ha mostrado y hecho Javier Duarte para lograr ese viraje? Además de alimentar el anecdotario político con frases como la que se aventó en el evento priista (“Nuestra alianza no es un acostón, es un matrimonio con el pueblo veracruzano”), ha logrado arrinconar a los senadores Héctor y Pepe Yunes, en particular al primero, con quien ha tenido una serie de choques y ditirambos.
Con la decisión tomada ayer (razón única del cónclave) de que la selección del candidato priista a Gobernador se salve por convención de delegados y no mediante encuestas, como se había empecinado el senador oriundo de Soledad de Doblado, Duarte le ha dado un nuevo revés.
Y el trámite se realizó, incluso, de una manera malévola. Todos sabemos que Juan Carlos Molina, dirigente estatal de la CNC, ha sido un político muy cercano a Héctor Yunes (pese a lo cual, fue en su asunción cuando ocurrió el famoso ‘cañagate’), y que la dirigente del sector popular, Érika Ayala Ríos, es su suplente en el Senado. Pues ambos fueron instruidos, el primero para proponer este mecanismo de selección para el caso del candidato a Gobernador, y la segunda, para el caso de los candidatos a las diputaciones locales (la mitad de ellos, por lo menos).
Duarte no ha desperdiciado ninguna oportunidad para señalar que, como primer priista de Veracruz, nadie lo sacará de la decisión relacionada con quien habrá de sucederle, incluso, en una comida con columnistas a la que llegó sorpresivamente para acompañar a Alberto Silva Ramos, divulgó un supuesto mensaje de Enrique Peña Nieto en que prácticamente le dejaba abierto el camino para que él determinara el nombre del candidato.
Aunque se han hecho aclaraciones por parte de algunos columnistas nacionales, a quienes les habrían aclarado el verdadero designio peñista (que hiciera triunfar al candidato que se decidirá en el altiplano), lo cierto es que Duarte ha ganado terreno y, con él, su pieza fuerte para relevarlo: Alberto Silva Ramos.
Y he dicho que ha arrinconado a los senadores porque, desde la comida celebrada en el rancho San Julián, en terrenos de Pepe Yunes cerca de Perote, ha logrado desactivar en buena medida las baterías que los senadores enfocaban contra su gobierno, bajo el lema dejado como tarea por el dirigente nacional Manlio Fabio Beltrones de “consenso y unidad”.
Y sí, desde entonces casi el único en manejar el tema ha sido Duarte, incluso por sobre el dirigente estatal priista, quien en propias palabras del gobernador tenía el peor asiento: todo mundo podía madrearlo y él estaba impedido para defenderse en los mismos términos por ser quien debe asegurar la unidad.
Como será mediante convención de delegados, y no mediante encuestas (como ocurrió en la selección priista de candidatos a las gubernaturas que se votaron este año), cada vez se vuelve más cercana a las oficinas del Gobernador la decisión sobre el próximo candidato a sucederle.
Cada día es más claro que la selección del candidato será entre José Yunes Zorrilla y Alberto Silva Ramos, y ya sabemos que Duarte (y el equipo de la Fidelidad, o de la Duartidad) hará hasta lo indecible porque la balanza se incline a favor de este último, aunque para hacerlo ganar (en caso de que sea el abanderado) deba invertir carretadas de billetes.
En el Consejo Político estatal destacó, de nueva cuenta, la presencia de Héctor y Pepe Yunes, quienes ya habían hecho deporte de su ausencia en actos convocados por Duarte y el PRI silvista. Y pareciera que hubieran quedado con poco margen de maniobra, aunque siguen construyendo sus respectivas estructuras políticas que, en caso de que alguno de ellos sea, podrían constituirse en plataforma común.
Ahora lo que falta, en respuesta a Javier Duarte, es que el pueblo veracruzano pida su divorcio del PRI para irse a dar un acostón con los opositores.
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