Hay cuatro mexicanos que en este momento yo diría que son de excepción, históricos. Se llaman Josefina Ricaño Bandala, Armando Santacruz González, José Pablo Girault y Juan Francisco Torres Landa Ruffo.
Ellos pueden salir a la calle, a cualquier calle de cualquier ciudad o pueblo de México y encenderse una bachita, un chumo o hasta un churro de dimensiones considerables (todas estas cosas, rellenas obviamente de cannabis índica, como se le llama vulgarmente a la mota) sin que algún policía, ministerial o preventivo; federal, estatal o municipal; de azul, de café, de negro o de paisano; algún militar naval, de tierra o de aire… sin que ninguna autoridad competente -o no- les pueda decir ni la más mínima cosa y mucho menos hacerles una reconvención, amenazarlos o arrestarlos.
Y es que de acuerdo con un ordenamiento de la Suprema Corte de Justicia de México, esos tres señores y esa dama recibieron un amparo que protege sus derechos humanos consagrados en la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos, y por tanto pueden sembrar, cultivar, cosechar y consumir mariguana hasta donde les dé el deseo y la voluntad.
Son una cuarteta por ahora única entre los 118 millones 400 mil mexicanos que dice el Consejo Nacional de Población que somos. Nadie más. Sólo ellos. Aunque pronto vendrán otros amparos en el mismo tenor, y la corte dará cuatro sentencias más iguales y entonces se hará jurisprudencia.
Y todos podrán fumar mota en la calle y en cualquier lugar público sin que los lleven a la cárcel, al bote, a chirona. Bueno, de acuerdo con la sentencia, podrán fumar la yerbita milagrosa siempre y cuando no atenten contra el derecho de terceros a mantenerse sobrios (en términos técnicos, permanece prohibido darle hornazos al vecindario).
Mi compadre, que fue jipiteca de hecho en sus años mozos y lo sigue siendo de corazón a su edad, dirá feliz que por fin este país vale la pena, que ya se instaló en la plena modernidad, que estaremos pronto a la altura de Holanda y Uruguay, mientras se prende discretamente un carrujo de la mera Golden, de esos que siempre trae a la mano, por lo que se ofrezca.
Bueno, esos cuatro mexicanos que están amparados, en realidad no van a consumir mariguana porque ellos no tienen ese vicio (como nunca lo tuve yo, y mírenme hablando bien de la despenalización de la mota). Hicieron el procedimiento legal no por una adicción, sino por un principio: el de que cualquier ser humano tiene derecho a meterse entre pecho y espalda las sustancias que quiera, si así es su voluntad, siempre y cuando no atenten contra su vida, en lo inmediato.
Y por eso fundaron la Sociedad Mexicana de Autoconsumo Responsable y Tolerante (por sus siglas: SMART, que en inglés quiere decir “inteligente”, y vaya que lo son).
Ellos son parte de una buena porción de la sociedad, entre la que hay muchos intelectuales y escritores, que ve como un remedio al azote del narcotráfico que se legalicen las drogas. Piensan bien y consideran que al ser legal el consumo y sobre todo la comercialización de enervantes, se acabaría el negocio clandestino que tantos dividendos deja al crimen organizado, pues sus integrantes tendrían que entrar a la economía formal, y ahí Luis Videgaray se encargaría de echarles a perder el negocio por la vía de los impuestos, lo que para los delincuentes resultaría más catastrófico que enfrentarse a las fuerzas armadas mexicanas.
Por lo pronto, nuestros magistrados acaban de dar un gran paso, y pronto vendrán otros…
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