En la columna que dediqué a la memoria de Eraclio Zepeda (Ver: Eraclio Zepeda, el hablador) cité un texto de Mario Vargas Llosa, Viaje a la ficción, en el que el escritor peruano imagina los orígenes de la civilización, cuando el nacimiento del lenguaje permitió la desanimalización del ser humano.
«Para mí, la idea del despuntar de la civilización se identifica más bien con la ceremonia que tiene lugar en la caverna o el claro de bosque en donde vemos, acuclillados o sentados en ronda, en torno a una fogata que espanta a los insectos y a los malos espíritus, a los hombres y mujeres de la tribu, atentos, absortos, suspensos, en ese estado que no es exagerado llamar de trance religioso, soñando despiertos, al conjuro de las palabras que escuchan y que salen de la boca de un hombre o una mujer a quien sería justo, aunque insuficiente, llamar brujo, chamán, curandero, pues aunque también sea algo de eso, es nada más y nada menos que alguien que también sueña y comunica sus sueños a los demás para que sueñen al unísono con él o ella: un contador de historias.
«Quienes están allí, mientras, embrujados por lo que escuchan, dejan volar su imaginación y salen de sus precarias existencias y viven otra vida –una vida de a mentiras, que construyen en silenciosa complicidad con el hombre o la mujer que, en el centro del escenario, fabula en voz alta–, realizan, sin advertirlo, el quehacer más privativamente humano, el que define de manera más genuina y excluyente esa naturaleza humana en ese entonces todavía en formación: salir de sí mismo y de la vida tal como es mediante un movimiento de la fantasía para vivir por unos minutos o unas horas en sucedáneo de la realidad real, esa que no escogemos, la que nos es impuesta fatalmente por la razón del nacimiento y las circunstancias, una vida que tarde o temprano sentimos como una servidumbre y una prisión de la que quisiéramos escapar. Quienes están allí, escuchando al contador, arrullados por las imágenes que vierten sobre ellos sus palabras, ya antes, en la soledad e intimidad, habían perpetrado, por instantes o ráfagas, esos exorcismos y abjuraciones a la vida real, fantaseando y soñando. Pero convertir aquello en una actividad colectiva, socializarla, institucionalizarla, es un paso trascendental en el proceso de humanización del primitivo, en la puesta en marcha o arranque de su vida espiritual, del nacimiento de la cultura, del largo camino de la civilización»
Si avalamos esta hipótesis (y no tenemos por qué dudar de ella) podemos afirmar que la historia de la humanidad es la historia de la invención de ficciones y que su socialización más primitiva es la oralidad. Lo más sorprendente es que esta necesidad de narrar y de escuchar a los brujos se conserva exactamente igual que en los albores de la civilización; cuando escuchamos un cuenta cuentos volvemos a estar acuclillados en la caverna, en estado de trance.
Así le sucedía a Teresa Castelló Yturbide cuando escuchaba los cuentos de su nana, que también fue nana de su madre. Los relatos de esta mujer causaron tal impacto en su vida que cuando creció adoptó el oficio y el nombre, desde entonces se le conoció como la Nana Pascuala Corona, colectora de relatos populares mexicanos.
En uno de sus textos recuerda las vacaciones navideñas de su infancia, cuando la familia viajaba a «Chapala y a las haciendas de Jaral de Berrio y de Santa Inés de la Borbolla, (…) [que] estaban unidas por un trenecito de mulas que nos divertía mucho»
Recuerda especialmente una ocasión que se reunieron en la cocina para ver a Felipa hacer tamales, «cuidado y me hagan amuinar, porque los tamales no se esponjan; la masa se escurre y hay que contenerla rociándola con pulque y bailándole a la olla alrededor mientras los tamales se están cociendo», decía la cocinera.
Cuando la olla tamalera fue colocada sobre el anafre, inició una suerte de ritual: «Todos nosotros nos sentamos entonces alrededor a esperar que estuvieran listos, para entretenernos, cada uno de los que estaban allí contó un cuento.
«El primero en hablar fue el caporal, a quien llamábamos el Vale, era un simpático viejecillo que había sido arriero entre Morelia y Tierra Caliente. Él empezó por decir: ‹Y ahora, muchachos, a echar cuentos, porque estas cosas tienen sabor en la noche y hay que contarlas para saber pasar el rato›»
A esta chamana, Pascuala Corona, estará dedicado el Festival Internacional Cuentos y Flores, una fiesta de la narración oral única en el país que hoy inicia su tercera edición.
Desde la tarde de este lunes 12 de octubre la ciudad se llenará de historias que llegarán viajando de boca en boca desde muchas versiones y muchas visiones del idioma. El Foro Abierto del Ágora de la Ciudad será la sede de la función inaugural y un foro permanente donde las familias podrán escuchar, todos los días a las cinco de la tarde, algunos de los 15 narradores que participarán en el encuentro. Todas estas funciones serán gratuitas gracias al apoyo del Instituto Veracruzano de Cultura y de su director, Rodolfo Mendoza Rosendo.
La Galería de Arte Contemporáneo, el auditorio de la Escuela Normal Veracruzana Enrique C. Rébsamen, el restaurante coatepecano Al-Andalus, la histórica Tasca del Cantor, el Parque Juárez, los callejones y el Foro Permanente de Narración Oral Cuentos y Flores, ubicado en Moctezuma 39-B, sede principal del encuentro, serán el resto de los espacios en los se rebosarán de historias hasta derramarse los labios de los colombianos Jonathan Gato y Fabián David Ortiz, el peruano Wayqui César Villegas, el costarricense Juan Madrigal, el cubano Aldo Méndez, la queretana Angélica Azkar, el zacatecano César Rincón, los defeños Norma Torres, Benjamín Briseño, Selene de la Cruz y Gloria Ávila Dorador, y los veracruzanos Honorio Robledo, Ricardo Rodríguez e Iván Zepeda Valdés, director general del Festival.
Talleres y presentaciones de libros completarán esta semana que será una suerte de mester de cuentería que compilará leyendas, historias infantiles, fantásticas, eróticas y todo lo que quepa en los sueños de quien lo sepa acomodar.
El programa completo se encuentra en la página de Facebook Festival Internacional Cuentos y Flores. Vayan y cuenten.
Ver también: El cándido cuentero y su abuela bien amada │Iván Zepeda Valdés / I
Que la vida es un festival/ y yo quiero vivir contando…│Iván Zepeda Valdés / II
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