Javier Duarte de Ochoa es el hombre de las tormentas políticas. Uno lo imagina despertando una mañana tranquila y, acto seguido, buscando cómo convertirla en un vendaval que no deje nada en su sitio. Durante toda su gestión ha estado en el ojo de un huracán tras otro.
No parece afectarle ni molestarle la debacle de su imagen pública. Al contrario, si no hay un conflicto en ciernes, ya lo veremos declarando a la prensa esas frases que lo han hecho el centro de los debates en noticiarios, portales y medios impresos del Distrito Federal y, a veces, del mundo, y ocupar la creatividad de las tribus digitales dedicándole memes e insultos.
Del “Aquí no pasa nada” y el “Antes se hablaba de balaceras y asesinatos, y hoy hablamos de robos a negocios, de que se robaron un Frutsi y dos Pingüinos en el Oxxo”, a “El Caso Narvarte no me ocupa ni me preocupa”, Javier Duarte ha ido hilando un rosario de desencuentros y fuegos de artificio, y no pocos veracruzanos manifiestan cierta vergüenza ajena por la percepción que existe en el país y el mundo ya no sobre su gobernador sino sobre el estado mismo y sus pobladores.
Ha puesto de moda a Veracruz. No solo porque ha caído sobre su antigua fama de bullanguero la pesada loza de la violencia criminal y el mayor número de periodistas muertos, desaparecidos y exiliados, sino también porque la deuda pública se ha multiplicado a niveles inimaginables sin que parezca que hay una solución factible para sosegarla, y todo lo que tocan los funcionarios, sobre todo recursos públicos, desaparece como por arte de magia sin que se exprese en obra pública, pago de obligaciones laborales, cumplimiento de compromisos con contratistas y proveedores o transferencia de recursos a programas y organismos que sobreviven con ellos.
Pero, en los últimos días, la creatividad para perturbar aún más el ambiente político, en la etapa germinal de la sucesión gubernamental, parece haber ido demasiado lejos. Su confrontación con los enemigos de su grupo político, abiertamente identificado con el exgobernador Fidel Herrera Beltrán, no ha requerido del dirigente de su partido ni de funcionarios menores: la ha emprendido personalmente.
Los grupos priistas tradicionales no salen de su asombro. A la andanada judicial contra Miguel Ángel Yunes Linares, a través de los diputados federales priistas y verdes de Veracruz, más preocupados por la sucesión que por su labor legislativa, y los perdigones del mismo calibre enderezados contra el alcalde de Boca del Río, Miguel Ángel Yunes Márquez a través de los diputados locales, el gobernador Javier Duarte ha salido con voz en pecho para definir al choleño como enfermo del síndrome del perro chihuahueño.
Que haya empleado expresiones coloquiales como esa, coinciden los analistas políticos locales, le restaría estatura de estadista, pero a él no parece preocuparle.
La debacle pescadora de Héctor Yunes
Lo que sí ha tenido perturbados a los mismos priistas son las expresiones nada menos que contra los dos senadores de su partido, marcadamente Héctor Yunes Landa, a quien no le habría perdonado las expresiones de que iría contra los funcionarios corruptos de su gobierno, pese al apoyo que le ha brindado para su exposición política y mediática por territorio veracruzano en busca de ganarle el brinco al otro senador, José Francisco Yunes Zorrilla.
Ya todo se ha dicho al respecto. La entrega de una caña de pescar a Héctor Yunes el domingo, durante el acto de toma de protesta del dirigente cenecista Juan Carlos Molina Palacios, para que pesque los peces gordos, con énfasis en los que viven en el estero (familia Yunes Linares), en un acto vergonzante para quien cumplía años, y un par de ojivas contra Pepe Yunes por haber aprobado el incremento en el porcentaje del IVA y la reforma fiscal (propuestas ambas del presidente Enrique Peña Nieto); ambas expresiones pusieron el hormiguero al rojo vivo.
Pero no podemos negar que Javier Duarte de Ochoa ha actuado en consecuencia. Es cierto que ha roto la liturgia priista que dicta no golpear a los propios y menos por boca del jefe político local, pero necesitaba meter presión, contragolpear a quienes han cuestionado sus medidas y políticas, y ha hecho caer estrepitosamente tanto el supuesto idilio con Héctor Yunes como el contenido (aunque evidente) distanciamiento con José Francisco.
¡Fuera máscaras, señores! Ese parece ser el grito de guerra del cordobés. Pongamos en claro las cartas y quién las juega, cerremos el paso a los actos de prestidigitación y a los intrincados horóscopos; abolamos los guiños, los cuchicheos, las puñaladas por la espalda, las hipócritas alianzas, los devaneos y las cuentas alegres. ¡Es hora de las definiciones! El PRI está fracturado. No se hagan bolas con supuestos apoyos al enemigo interno.
Y ya hemos visto renacer de entre los recién fallecidos el espíritu crítico de Héctor Yunes Landa que jugaba al ensarapado tratando de emparejar y rebasar a Pepe Yunes con el apoyo duartista, mientras trataba de convencer de una supuesta alianza para noquear a la Fidelidad. Porque a Pepe no le pudo bajar un solo punto, al contrario, lo acercó aún más con Luis Videgaray, gestor de la reforma hacendaria y el aumento al IVA.
Lo que hizo Duarte fue poner en ridículo a Héctor, le atizó en su orgullo, y ahí lo tiene usted lanzando declaraciones sin ton ni son, tratando de lograr su venganza y esconder con dos o tres comunicados críticos cada día el dardo venenoso que su ‘aliado’ le encajó certeramente en su corazón político, frente a más de cien alcaldes y los diputados locales y federales de su partido, ante dirigentes nacionales y regionales del sector campesino, en presencia de lo más granado del priismo veracruzano, que lo vieron levantarse para recibir sonriente la caña de pescar y tragarse el discurso beligerante de un gobernador ensombrerado.
Porque abandonó el recinto solo al terminar Duarte su discurso y antes de que se cantara el himno agrarista, dejando la caña de pescar en el asiento vacío, lleno de coraje porque antes del chistorete que lo puso contra las cuerdas se creía el fiel de la balanza para la elección del nuevo dirigente campesino, porque se sentía dueño del evento.
Ahora viene la etapa para remediar el fuerte daño político infringido del que difícilmente se levantará. Y Duarte, dígase lo que se diga, ya tiró a uno de sus oponentes. Y va por el otro, el más duro, el más fuerte y el que cuenta con mayor apoyo allá donde Duarte no cuenta ni con canicas para jugar.
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