En la actualidad, es lugar común decir que un país debe invertir en la educación de sus habitantes si aspira a altos niveles de desarrollo.
No importa si los políticos son de derecha o de izquierda, dirán siempre lo mismo.
El dilema es qué tipo de educación se requiere.
En México estamos en el proceso de implementar una Reforma Educativa, pero ésta ha sido más una serie de cambios legales que tienen que ver con el entorno laboral de los profesores que con la currícula en el salón de clases o los grandes objetivos de la enseñanza.
Un ejemplo de modelo educativo que nos debe llamar la atención es el de Alemania, país que puso en práctica una forma de entrenamiento laboral y orientación vocacional en sus Pequeñas y Medianas Empresas (Pymes), o Mittelstand, que emplean a 70% de quienes trabajan. Bajo este esquema, las escuelas se vinculan con las empresas de la misma localidad para que la educación se base en las necesidades de éstas.
No se trata de importar mecánicamente modelos de otros países, por muy exitosos que hayan sido, pero lo logrado en Alemania –y otras naciones que han alcanzado altos niveles de desarrollo y el incremento de su ingreso per cápita gracias a la educación– debiera hacernos reflexionar.
En México hemos desdeñado las posibilidades de la educación técnica. No la hay en cantidad suficiente y sobre ella pende lamentablemente un estigma. En cambio, hemos sobrevalorado el beneficio de contar con una licenciatura en un puñado de carreras, aunque los jóvenes que egresan de las universidades con el título equivalente no encuentren empleo.
¿Qué tipo de educación necesita el país para aspirar a un desarrollo sustentable? Esa es la gran interrogante.