Cuando llegué a la rueda de prensa en la que se confirmaba la realización del Séptimo Festival Internacional JazzUV (Ver: ¡Ya viene el Festival JazzUV!), Memo Cuevas jazz-taba allí.
«Hasta donde alcanza mi memoria, que ya no alcanza mucho, allá por el año 63, casi recién inaugurado el Teatro del Estado, el primer grupo de jazz que, dentro de mi archivo, estuvo en Xalapa fue el trío 3.1416 de Juan José Calatayud, fue un acontecimiento inusitado porque el jazz era un acto irreverente en una sala recién estrenada, principalmente, para la Orquesta Sinfónica de Xalapa. De ahí nos podemos brincar hasta la presencia de un nombre como McCoy Tyner y otro nombre, y digo nada más nombres, como Jack DeJohnette; el equivalente sería, para los amantes de la ópera, haber tenido en Xalapa a Cecilia Bartoli; para los amantes del piano sería como haber tenido aquí a Daniel Barenboim o a Martha Argerich; para los amantes de la dirección de orquesta, como haber tenido a Claudio Abbado o, incluso, a Von Karajan en su momento o, para los amantes del futbol, como si Messi y Cristiano Ronaldo alinearan un día, en un juego de exhibición, con nuestros Tiburones Rojos en el Pirata Fuente», dijo entre otras cosas.
Tenía varios meses que no lo veía y esa mañana apareció como siempre, con una gran cantidad de información que distribuyó en comprimidos provistos de una capa entérica elaborada a base de ingenio y buen humor. En pocos minutos habló de jazz, de música clásica y de futbol. Cuando terminó su intervención, el árbitro dio el ocarinazo final y, a manera de tiempos extra, sobrevino el desayuno.
Yo estaba sentado junto a Raciel Martínez; mientras degustábamos los sacrosantos alimentos que tan generosamente nos ofreció el Asadero 100, me recordó que nos conocimos en una comida que organizó una amiga común hacia finales del siglo pasado, la locación para el convivio fue el jardín de su casa en Briones. Había un número desmedido de mosquitos catárticos que zaherían cuanto fragmento de epidermis se topaban sin respetar edad, sexo ni posición social. Era un hecho inusitado, en esos tiempos los feroces insectos comenzaban a arribar a esta, entonces frígida, región. Ramón Gutiérrez estaba entre los comenzales y le hice ver que esos bichos habían sido importados por él y sus secuaces desde las mismísimas márgenes del Papaloapan, eran parte de su escenografía, de su atrezo.
Ese episodio lo recordaba, lo que había olvidado y Raciel me recordó, entre risas, es que cuando terminó la comida y comenzó el espectáculo de Son de Madera, agobiado por la andanada de lujuriosos insectos, tuve un momento de iluminación: descubrí que el zapateado jarocho no es producto de la tradición ni una fuerte herencia cultural ni ninguna de esas cosas, los bailadores brincan y brincan para espantarse los zancudos.
En eso estábamos cuando miré hacia la mesa de los presentadores y, ¡oh! sorpresa, Memo Cuevas ya no estaba allí.
Ignoro cuál es el antónimo de ubicuo, le dije, pero Memo posee ambas cualidades, la omnipresencia y la ausencia absoluta. Entre risas y comentarios diversos transcurrió el desayuno y Raciel se despidió.
Cuando volví a mirar la mesa principal, Memo Cuevas seguía ahí. Entonces me nació una duda que sigue persiguiéndome: ¿existe, de verdad, Memo Cuevas?
Cuando todo concluyó fui a saludarlo, salimos del lugar y nos fuimos a un café; platicamos alrededor de tres horas y nuestros senderos que se bifucaron.
Esa noche, en la intimidad de mi habitación, volví a preguntarme: ¿existe o es producto de la imaginación colectiva?, ¿nació o lo inventamos entre todos y propiciamos, a fuerza de sumar voluntades, sus apariciones casi fantasmales?
En esa duda estaba cuando se me ocurrió una idea casi perogrullesca, la respuesta debía estar en el cuento de Borges que, indubitablemente, dio origen al mito que conocemos como Memo Cuevas: Tlön, Uqbar, Orbis Tertius.
Cerca de mis libros no hay ningún espejo así que no debo a conjunción alguna el hallazgo de Ficciones, el libro de Borges que contiene ese texto del que, desde la primera lectura realizada en el año 86, se me quedó grabada un sentencia: Los espejos y la cópula son abominables porque multiplican el número de los hombres.
También un neologismo me cautivó en aquella primera aproximación: lunecer. Cito: «El mundo para ellos [los habitantes de Tlön] no es un concurso de objetos en el espacio; es una serie heterogénea de actos independientes. Es sucesivo, temporal, no espacial. No hay sustantivos en la conjetural Ursprache de Tlön (…): hay verbos impersonales, calificados por sufijos (o prefijos) monosilábicos de valor adverbial. Por ejemplo: no hay palabra que corresponda a la palabra luna, pero hay un verbo que sería en español lunecer o lunar. Surgió la luna sobre el río se dice hlör u fang axaxaxas mlö o sea en su orden: hacia arriba (upward) detrás duradero-fluir luneció»
(Duradero-fluir para evitar el adjetivo río es, por supuesto, brillante pero lunecer me parece más bello).
Cuando llegué a la parte que explica la filosofía idealista del hipotético planeta, entreví la verdad:
«Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefinido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente (1). Otra escuela declara que ha transcurrido ya todo el tiempo y que nuestra vida es apenas el recuerdo o el reflejo crepuscular, y sin duda falseado y mutilado, de un proceso irrecuperable. Otra, que la historia del universo -y en ella nuestras vidas y el más tenue detalle de nuestras vidas- es la escritura que produce un dios subalterno para entenderse con un demonio. Otra, que el universo es comparable a esas criptografías en las que no valen todos los símbolos y que solo es verdad lo que sucede cada trescientas noches. Otra, que mientras dormimos aquí, estamos despiertos en otro lado y que casi cada hombre es dos hombres.»
Pensar en el jazz como un sistema de símbolos que produce un dios de segunda para entenderse con un demonio de primera es, quizá, aproximarse a la definición más precisa de esta música. Esta idea me vino de manera colateral pero no le di oportunidad de distraerme porque la respuesta a la pregunta fundamental empezaba a tomar forma: acaso Memo Cuevas es verdad solo cada trescientas noches.
«Entre las doctrinas de Tlön, ninguna ha merecido tanto escándalo como el materialismo», se lee más adelante y se narra el epidodio en el que un heresiarca, para demostrar la existencia del tiempo y la persistencia de los objetos en el espacio, propuso un razonamiento que fue calificado de sofisma:
«El martes, X atraviesa un camino desierto y pierde nueve monedas de cobre. El jueves, Y encuentra en el camino cuatro monedas, algo herrumbradas por la lluvia del miércoles. El viernes, Z descubre tres monedas en el camino. El viernes de mañana, X encuentra dos monedas en el corredor de su casa (…) Es absurdo (afirmaba) imaginar que cuatro de las monedas no han existido entre el martes y el jueves, tres entre el martes y la tarde del viernes, dos entre el martes y la madrugada del viernes. Es lógico pensar que han existido -siquiera de un modo secreto, de comprensión vedada a los hombres- en todos los momentos de esos tres plazos.»
¿Entonces sí existe Memo Cuevas siempre pero de un modo secreto, de comprensión vedada a nosotros, los mortales?
La osadía del hereje fue refutada de manera lúcida e impía. La falacia, razonaron, se sustentaba en la introducción de dos voces no autorizadas: Los verbos encontrar y perder que «presuponían la identidad de las nueve primeras monedas y de las últimas (…) Denunciaron la pérfida circunstancia algo herrumbradas por la lluvia del miércoles, que presupone lo que trata de demostrar: la persistencia de las cuatro monedas entre el jueves y el martes. Explicaron que una cosa es igualdad y otra identidad y formularon una especie de reductio ad absurdum, o sea el caso hipotético de nueve hombres que nueve sucesivas noches padecen un vivo dolor. ¿No sería ridículo -interrogaron- pretender que ese dolor es el mismo?»
Esto sucedió el viernes por la noche, cinco días después, cumpliendo lo convenido con Memo en el café, fui a la plática sobre música y literatura que imparte todos los miércoles en la USBI. Tras un largo y fatigoso periplo, di con él y no supe si era igualmente absurdo imaginar que ese hombre que veía era el mismo del que me había despedido el viernes al mediodía, como suponer que el último cigarro que me fumé la noche del viernes era el mismo que encendí el miércoles por la mañana.
«Una de las escuelas de Tlön llega a negar el tiempo: razona que el presente es indefiido, que el futuro no tiene realidad sino como esperanza presente, que el pasado no tiene realidad sino como recuerdo presente (1)», vuelvo a citar este párrafo porque, al cerrarse, tiene una nota que arriba omití pero que ahora transcribo:
«1 Russell (The analysis of mind, 1921, página 159) supone que el planeta ha sido creado hace pocos minutos, provisto de una humanidad que ‹recuerda› un pasado ilusorio»
Hasta este momento todo era confuso, no lograba elucidar si Memo Cuevas existe en la realidad o es una suerte de holograma que aparace y desaparece a conveniencia de una circunstancia que siempre está relacionada con la música; seguía ignorando si Memo es un señor de carne y hueso o un sueño colectivo del que participamos solo quienes queremos pertenecer a tal cofradía de soñantes. Como pude, derroté al insomnio, apagué el cigarro (¿el mismo que encendería cinco días después, tras el desayuno?) y me quedé dormido.
El miércoles siguiente, cuando llegué a la plática, la nota sobre Russell cobró un inquietante sentido que detallaré mañana, estén pendientes.
(CONTINUARÁ)
SEGUNDA PARTE: Entre laberintos y Cuevas
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