Llegamos ya a la mitad del sexenio. Demasiado rápido. También, demasiadas cosas han sucedido en estos los primeros tres años del regreso del PRI a Los Pinos. Tantas las sacudidas para un gobierno que empezó dando pasos sólidos, concretando los cambios, o el inicio de ellos, que no se pudieron materializar en los gobiernos de alternancia.

Nos colocamos ante la mira internacional como la nueva esperanza de Latinoamérica. La prensa en varias partes del mundo aplaudía a nuestro país y su gobierno. Enrique Peña Nieto y su gobierno lograron que de México se dijeran otras cosas, lejanas a la sombra del narcotráfico y la violencia. Todos sabemos qué sucedió después.

Sin embargo, la violencia y los ecos de la corrupción volvieron a ser el centro de la atención dentro y fuera del país, lo que se convirtió en el punto de quiebre para un gobierno que parecía tener todo bajo control. Enrique Peña Nieto entregó al Congreso su Tercer Informe de Gobierno. El mensaje, como era de esperarse, fue una lista extensa del trabajo del gobierno durante los últimos 12 meses.

En México los presidentes apuestan a que el tiempo resuelva las crisis: fórmula que funciona, ciertamente, cuando el cinturón de los mexicanos no está muy apretado y sus bolsillos no tienen angustia. Y por primera vez en muchísimos años, la contracción económica no tiene nada que ver con las decisiones del gobierno en curso: les tocó la “mala suerte” del petróleo completamente devaluado a nivel global y un “superdólar” que ha hecho aparecer depreciadas a todas las monedas en el mundo. Y no pintan ni el petróleo ni el peso para volver a sus niveles previos en el corto plazo.

¿Cómo puede, pues, EPN generar condiciones que hagan menos agrios los tres años que todavía despachará en Los Pinos? No enfocándose simplemente en la danza de cifras y resultados. El mensaje tendrá que retomar la línea que se dibujó tras las conclusiones de la investigación de la llamada Casa Blanca: la del “acuse de recibo”, la de la autocrítica, la de colocarse nuevamente, con un acto de sensata humildad, al lado de la gente. El mensaje tendrá que ser social y tendrá que ser político. Tendrá que salir de la burbuja discursiva de los últimos meses.

Y necesariamente debería contener un claro mensaje para cada sector que se ha sentido lastimado en sus expectativas. Para los pobres, cada día más numerosos. Para los medianos y pequeños empresarios que se encuentran impacientes. Para la clase media que se ha visto estancada. Para los jóvenes que no terminan de visualizar su futuro inmediato. Para los intelectuales que sienten que hablan al vacío. Para los activistas que ya casi siempre son mirados con recelo. Para los periodistas que se sienten en peligro en sus estados. Para los maestros que sí han dejado mil hermosas semillas en las aulas. Para los ciudadanos que nunca, jamás, dieron siquiera una mordida, esperando que éste fuera un país de leyes, un suelo parejo para todos… en fin: la audiencia es un país entero que, al igual que el propio gobierno, ha visto muy lastimadas sus expectativas. Para todos ellos, tendría el presidente Peña que dar un acuse de recibo, un acto de valentía para relanzar su sexenio y enderezar el pacto social del México que gobierna.