Aunque Veracruz no le fue entregado como una empresa boyante ni el ‘padre’ dejó con números negros las finanzas públicas de la entidad, lo que ha ocurrido con la economía estatal durante el gobierno de Javier Duarte cada vez semeja más a la de una herencia que ha sido dilapidada por el sucesor.
Engolosinado con una caja a la que ingresan pingües recursos, en lugar de destinarlos a mantener a flote la desmedrada contabilidad del emporio y disminuir las pérdidas, los ha utilizado para caras banalidades, pirotecnia financiera, compras de pánico en el mercado electoral, lujos mediáticos y fiestas con amigos tontos que no tienen llenadera.
A Duarte, la fortuna le pilló de pronto sin que tuviera bajo el brazo un plan riguroso y disciplinado para enmendar los excesos del ambicioso ‘padre’, quien endeudó hasta las canillas un estado que ya le había dejado con enormes pasivos quien inició en Veracruz la caída vertiginosa de las finanzas públicas.
En efecto, Miguel Alemán Velasco, quien fue recibido como la esperanza de que Veracruz saldría del subdesarrollo gracias a ideas atrevidas (como que construiría carreteras con puentes y túneles para abreviarlas), relaciones con el mundo empresarial nacional e internacional (que vendrían con gozo a invertir y generar empleos) y una fortuna que le haría inmune a la tentación de meter mano a los caudales, se sirvió con la cuchara grande, junto con amigos de clase que vieron en la entidad no el hábitat de una población necesitada de desarrollo sino la tierra prometida para hacer negocios con el dinero público.
Ya todos sabemos que el exgobernador Patricio Chirinos Calero le dejó en caja a Alemán unos 2 mil 500 millones de pesos para usarlos en las obras públicas que anhelaban los jarochos, pero nunca operó el milagro; en cambio, facilitó negocios personales, dejando una deuda pública que rebasaba los 3 mil 500 millones de pesos.
Y entonces llegó Fidel. Si el de cuna millonaria no nos había ayudado, muchos pensaron que lo haría el de cuna humilde, oriundo de una pequeña comarca de la Cuenca del Papaloapan, con un discurso inteligente y fresco que lo hacía aparecer como el que conocía a fondo los múltiples y diversos problemas del estado y con la capacidad de encararlos con soluciones definitivas e inéditas.
¡Vaya fiasco! Los seis años del famoso Tío Fide fueron de un control personal de las finanzas públicas en todos los rincones de la administración estatal, para usarlas en propósitos personales y políticos que le permitieran instaurar una prolongada prevalencia de su grupo, descabezar los liderazgos políticos en todos los partidos y organizaciones sociales para asegurar un control casi dictatorial en un entorno en que el gobierno federal panista permitía a los gobernadores del PRI convertirse en virreyes, usar discrecionalmente los recursos públicos en el culto a su personalidad, privando a los veracruzanos aún de la más mínima manifestación de prensa crítica u objetiva, y permitir los más negros pasajes de impunidad que hemos sufrido los veracruzanos ante la acción descontrolada de las organizaciones criminales.
El resultado fue desastroso. Amén de haber dispuesto incluso de los recursos enviados por el gobierno federal para atender los múltiples desastres naturales, la primera parte de la Fidelidad nos dejó con una deuda histórica que muchos calculan superior a los 80 mil millones de pesos, una prevalencia del crimen organizado que enlutó y empobreció a miles de familias, el predominio de un ejército de políticos imberbes que le rendían absoluta pleitesía sin haber aprendido siquiera a administrar sus crecientes fortunas… y a uno de sus delfines, Javier Duarte de Ochoa, en el gobierno estatal por los siguientes seis años.
La austeridad, para los pobres
Amén de los persistentes escándalos por los homicidios de periodistas, cuyo culmen ha sido el caso Narvarte, el gobierno encabezado por Javier Duarte no ha dejado testimonios de una voluntad política para remediar la grave situación financiera de la administración pública.
El inicio de su gobierno fue verdaderamente accidentado. Rotos los posibles acuerdos con los grupos delictivos dominantes y la incursión de nuevas bandas, además de la carencia del más mínimo recurso en caja para afrontar las pantagruélicas deudas dejadas por Fidel Herrera, Duarte debió hacer del discurso el único insumo político tangible.
Sus primeras acciones fueron llevar a juicio a exalcaldes de pequeños municipios que habían metido la mano al cajón, anunciar acciones orientadas a combatir la corrupción, un programa de austeridad que incluía un severo ajuste del cinturón en las finanzas públicas, el despido de empleados y funcionarios, la cancelación de la mayoría de los onerosos convenios de publicidad contratados por su antecesor hasta con la más humilde hoja volante y el banderazo a la autopista Tuxpan-Tampico que, al momento, no conocemos si esté en proyecto siquiera.
La siguiente acción de su gobierno, obligado por las terribles circunstancias, fue establecer acciones conjuntas con las fuerzas federales para contener la violencia desatada por todos los rumbos de la entidad, que amenazaba con descartar a Veracruz, ya no digamos para las inversiones, sino incluso para el turismo nacional, tema por cierto que fue el más impulsado en esa negra inauguración de su gestión, aprovechando tres eventos de inicio de año: las Fiestas de la Candelaria en Tlacotalpan, el Carnaval de Veracruz y la Cumbre Tajín.
¿Qué ha pasado de 2011 a la fecha? Nula obra pública, mayor endeudamiento, dificultades para pagar la nómina y a pensionados, bloqueo de recursos a UV y municipios, una fuerte inversión en seguridad pública que no ha evitado el florecimiento de los índices delictivos, recortes presupuestales, fuertes confrontaciones con los órganos federales de control del gasto y una fuerte derivación de recursos para ganar comicios locales y federales.
¿Qué esperamos los veracruzanos? Que por fin haya al menos inversiones en infraestructura de caminos y carreteras, aunque sea mediante la reparación de las existentes pues muy difícilmente se podrán abrir nuevas vías de comunicación; una real austeridad de los mandos medios y altos del gobierno estatal, el cumplimiento con los programas básicos en materias tales como educación y salud, y una mayor transparencia gubernamental.
Como decía al principio, el actual gobierno está actuando como el junior que recibió una empresa con muchas posibilidades pero con graves problemas financieros. Como todo heredero inexperto, se ha dedicado a gastar el dinero que no tiene, que no genera, y hoy está desprendiéndose incluso de sus propiedades inmobiliarias para pagar sus gastos y sus excesos.
Como consecuencia, la población en pobreza y en pobreza extrema ha crecido de manera vergonzosa en los últimos dos años, la inversión atraída no ha servido para crear los empleos de calidad que requieren los veracruzanos y ha tenido que cancelar o postergar aun las obras públicas más modestas, como reparación de caminos, y es posible que deje para la posteridad la culminación de las pocas obras que son de gran envergadura como el túnel bajo el río Coatzacoalcos.
Si quiere corregir la grave crisis política que le pudieron endilgar con al caso Narvarte, ya va siendo hora de que haga algo por este estado, convertido en un erial de desarrollo y una vergüenza internacional en materia política.
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