Con dedicatoria especial a todos mis alumnos,

jóvenes amigos y todos aquellos jóvenes

que no saben qué futuro les aguarda.

 

El otro día, una querida exalumna compartió un artículo titulado Somos demasiado jóvenes para estar tan tristes*, escrito por una chica española, casi en sus treintas, a quien le cuesta trabajo comprender por qué la vida que le está tocando a ella y a su generación es tan diferente y dura de como se la pintaron desde su infancia. Porque seguimos criando chicos bajo la premisa de que si estudian duro, se preparan bien y tienen una actitud positiva podrán comerse al mundo, cuando la realidad es muy distinta.

Creo que les debemos una explicación a estos jóvenes… o, al menos, una disculpa. La vida se nos ha ido yendo de las manos sin darnos cuenta de que el ser humano siempre vuelve a repetir patrones. La bonanza y equilibrio alcanzados durante la segunda mitad del siglo XX no podían durar. Pero, ¿por qué?

Es muy fácil decir que no ha sido culpa nuestra, que en realidad no tenemos poder de decisión sobre nuestro destino, que han sido un montón de corporaciones y políticos quienes han ido fraguando el camino para una nueva forma de esclavitud y que nosotros, simples ciudadanos mortales, hacemos lo que podemos para sobrevivir.

¿Hasta dónde es cierto todo esto? Lo fue en el momento en que decidimos dejar de actuar como sociedad y como comunidad. Lo fue en el momento en el que la indiferencia, el egoísmo y el hedonismo se volvieron tan cómodos que dejamos de involucrarnos en lo que a todos nos concierne: responsabilizarnos de nosotros mismos, nuestro futuro y de nuestro entorno. Podríamos decir también que simplemente confiamos en nuestra democracia y sistemas políticos o parlamentarios, delegando en otros sin contemplar la naturaleza humana, tanto la más luminosa como la más destructiva. En fin, que explicaciones hay y muchas.

Lo importante es analizar ¿qué mensaje real, más allá del discurso, están recibiendo los jóvenes y adolescentes de hoy en día? Porque, por un lado, para quienes están en una posición privilegiada, dentro de las élites, se les forma y anima a reproducir patrones que les perpetúen en el poder y control de las cosas y el capital, sin importar los medios ni las consecuencias; porque son criados como neo-realeza, bajo la premisa de que todo merecen por derecho propio y que son los únicos que tienen un valor. Éstos son los delincuentes de cuello blanco y muchos políticos, herederos de un poder que solo ejercen para conveniencia propia y sin beneficio alguno a la sociedad de la que viven. Los que son criados con carretadas de dinero, palancas e impunidad, en vez de con amor, responsabilidad y ética social.

Y está también el polo opuesto, la carne de cañón de la delincuencia y de nuestro sistema pseudo electoral y pseudo democrático, donde no se elige sino se doblega la voluntad “al mejor postor”; ese otro México que vive en las condiciones más infrahumanas y pobres, tanto en lo material como en lo moral. Porque sin oportunidades reales de estudiar, de crecer, de salir adelante, sin núcleos familiares sólidos o donde los padres están tan preocupados tratando de mantener a sus familias que están ausentes de las vidas de sus hijos, quienes crecen rodeados de carencias y, al mismo tiempo, de mensajes que los invitan a una vida corta, pero placentera. Esa parte de la sociedad que es cooptada por la delincuencia bajo amenazas de que si le entran tendrán sustento y si no, pueden irse despidiendo de su vida o de su familia.

Y en medio estamos quienes podemos acceder a la educación, servicios y aspirar a alguna perspectiva de vida; aquellos que de algún modo cuestionamos más, participamos más, o quienes también, simplemente nos hacemos de la vista gorda, mientras no nos toquen.

Y entonces, ¿cómo sacar adelante a un país con realidades tan distintas? ¿Cómo lograr una buena infraestructura y mejorar la economía interna a corto, mediano y largo plazos, si nuestras políticas públicas están dirigidas a ser saqueados y utilizados como mano de obra barata con tal de que haya inversión? ¿Cómo podemos hablar de bienestar y crecimiento cuando nuestro sistema de salud, pensiones, educación pública básica, cultura, ciencia e innovación tecnológica están cada vez peor?

¿Por qué no mejor romper con estos esquemas y comenzar a crear nuevas maneras, más productivas y sustentables de relacionarnos y organizarnos?

La respuesta está en la sociedad, en que quienes estamos a cargo de las nuevas generaciones luchemos no solo por sobrevivir, sino por crear realmente una nueva manera de convivir, de reconectarnos, de proponer desde la sociedad y participar desde ella de manera más activa.

Los niños y los jóvenes aprenden más del ejemplo que del discurso. Nos toca mostrarles que sí nos importan, que somos corresponsables de lo que pasa y nos toca enseñarles que siempre hay esperanza, porque pese a todas las debilidades humanas está el instinto de conservación y en nuestra especie la estrategia más funcional es organizarnos en sociedades verdaderamente colaborativas, sustentables y respetuosas.

A los jóvenes les queda no darse por vencidos, no conformarse, no ceder la fuerza de sus sueños y juventud sino darse a ello. Les toca romper paradigmas y reconstruir el tejido social. Les toca cambiar el bullying y la competencia que tanto nos han inculcado por la colaboración y el respeto a la vocación y a la vida. Les toca erguirse con dignidad y no aceptar el futuro incierto y obscuro que nos pueda ofrecer el presente; porque se trata solo de una alternativa.

A ustedes, jóvenes, les toca aprender a reconectarse con los demás, de manera vivencial, y organizarse para generar, con toda su energía, otras formas de vida. Les toca no renunciar a su voluntad y responsabilidad y hacer la diferencia. Les toca, porque así lo merecen, construir una nueva sociedad que sepa generar bienestar para sí misma y no para un individuo. Les toca probar y comprobar que el bienestar de todos –o, al menos, de la mayoría– es el bienestar propio. No renuncien a ello. Mejor construyan redes de apoyo entre ustedes y con los mayores que apuestan a lo mismo. Les toca, junto con muchos de nosotros, demostrar que sí somos capaces y necesarios para construir un país sano y funcional. Requiere de trabajo, preparación, ética y un verdadero sentido de pertenencia, identidad y responsabilidad. ¿Qué dicen?… ¿Le entran?

Mientras, les dejo un poema de Mario Benedetti:

 

¿Qué les queda a los jóvenes?

 

¿Qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de paciencia y asco?

¿sólo grafitti? ¿rock? ¿escepticismo?

también les queda no decir amén

no dejar que les maten el amor

recuperar el habla y la utopía

ser jóvenes sin prisa y con memoria

situarse en una historia que es la suya

no convertirse en viejos prematuros

 

¿qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de rutina y ruina?

¿cocaína? ¿cerveza? ¿barras bravas?

les queda respirar / abrir los ojos

descubrir las raíces del horror

inventar paz así sea a ponchazos

entenderse con la naturaleza

y con la lluvia y los relámpagos

y con el sentimiento y con la muerte

esa loca de atar y desatar

 

¿qué les queda por probar a los jóvenes

en este mundo de consumo y humo?

¿vértigo? ¿asaltos? ¿discotecas?

también les queda discutir con dios

tanto si existe como si no existe

tender manos que ayudan/ abrir puertas

entre el corazón propio y el ajeno/

sobretodo les queda hacer futuro

a pesar de los ruines del pasado

y los sabios granujas del presente

 

*http://m.smoda.elpais.com/artículos/somos-demasiado-jovenes-para-estar-tan-tristes/6196