Aunque no faltan los que quieren ver para la elección de Gobernador de Veracruz el año entrante un panorama similar al que acaba de ocurrir de Nuevo León, y ya le apuestan a quien será el posible candidato ciudadano triunfador, lo cierto es que las condiciones políticas son diferentes en uno y otro estado.
Es evidente que de las votaciones locales de este año, el caso de Nuevo León fue el más emblemático, dados sus resultados. Esa elección nos dejó como paradigma que los temas que le importan a la sociedad son la corrupción del sistema político, la violencia, y la falta de posibilidades laborales y de crecimiento personal.
Vale la pena destacar que el complejo escenario que se vislumbraba para el PRI en especial, que tenía el objetivo de repetir en el gobierno, se volvía explosivo, pues el hartazgo social estaba calificado como alto.
Y habría que agregar que por el lado de las filas tricolores había varios aspirantes. Además de Ivonne Álvarez García, la buscaron Marcela Guerra Castillo, Cristina Díaz Salazar, Héctor Gutiérrez De la Garza, Pedro Pablo Treviño Villarreal e Ildefonso Guajardo Villarreal.
Sin lugar a dudas, cualquiera hubiera perdido.
Todos esos personajes estuvieron mostrando el músculo durante varios meses, hasta que se llegó a un cónclave del cual salió electa la entonces senadora para volverse candidata.
Pero la similitud con Veracruz se desvanece, si atendemos a los resultados locales: en nuestro estado, el control político del primer priista se fortaleció, mientras que en Nuevo León iba y fue en picada.
La posibilidad avizorada de que se presentará una terna de precandidatos, de la cual saldrá electo el candidato a través de una encuesta, por convención o cónclave, confirma también la fuerza y protagonismo del gobernador Duarte de Ochoa en el inminente proceso de sucesión. Ante la falta de un liderazgo funcional, en Nuevo León hubo seis precandidatos inscritos, y acá no se piensa que pueda haber una desbandada de aspirantes, sobre todo porque se mantiene el control político en las fuerzas internas del partido.
Todo eso no obsta para que podamos decir que en Veracruz también se está dando la construcción de una ciudadanía, que parte de una situación de enojo generalizada ante los problemas crecientes de la economía popular y la falta de programas de seguridad eficientes que garanticen paz y tranquilidad.
Pero de eso a que vaya a surgir en los próximos meses un candidato sin partido que pueda ganar al formidable aparato electoral con que cuenta el priismo veracruzano, o que le pueda dar batalla a la estructura electoral con que cuenta el panismo en nuestra entidad, hay una gran distancia.
La emergencia de una ciudadanía participativa, de una revolución pacífica aunque combativa que termine por llevar al triunfo a un candidato emanado de sus filas y no de algún partido, llevará más tiempo en nuestro estado.
De acuerdo con las condiciones actuales, y de acuerdo con los resultados de la reciente votación, todo hace suponer que tendremos un gobernador priista de dos años, y seguramente otro que cubra el sexenio 2018-2024.
Ya veremos dentro de ocho años…
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