La música es una de las profesiones más demandantes y poco comprendidas que conozco. Poca gente sabe de todas las horas de trabajo requerido solamente para montar repertorio y mantenerse en forma para sonar bien (es decir, el tiempo de práctica y estudio).
La mayoría de las personas creen que cuando van a un concierto, los artistas se juntaron ese día a la hora de la función para gozar y entretener al público. Simplemente ignoran todo el proceso para que un concierto o espectáculo salga bien y sea de calidad. Mucho menos aún sabe la gente que llegar a ese momento (que casi siempre dura hora y media o dos) llevó varios días de trabajo individual y colectivo para montar, ensamblar, componer, arreglar, perfeccionar y estar ahí, frente a ellos. Tampoco se imaginan de toda la logística que implica movilizar, sonorizar, publicitar, divulgar y vender un espectáculo.
He comenzado mi columna de esta manera porque se desconoce mucho de lo que implica ser músico y esto trae una falsa percepción de la profesión. Bueno, simplemente no se concibe, en muchas ocasiones, como un trabajo digno y hay tantos mitos y prejuicios alrededor que llega a tomarse, en muchos casos, como un oficio de gente viciosa, desadaptados sociales o gente que no aporta nada a la sociedad.
Pero, ¿pueden imaginar un mundo sin música? No hay aspecto en nuestra vida que no implique música, en cualquier parte del mundo y desde tiempos inmemoriales. La música, junto con la danza y otras artes, son parte del “chip” del ser humano, desde su origen. Ya ni hablar de todas las aplicaciones y beneficios que trae tanto sociales como cognitivos e, incluso, para la salud y el bienestar social.
Como músico me he enfrentado a cuestionamientos sobre si la música es realmente una profesión, si es posible vivir de ella y qué clase de vida se lleva. Debo decir que me ha dado mucho y, a cambio, me ha implicado también algunos sacrificios, pero lleno de satisfacciones que pocas personas siquiera imaginan.
Cuando estaba en la prepa tenía un grupito de música mexicana con otros compañeros y mi hermano. Tocábamos en fiestas, restaurantes, comidas, cenas, bautizos, etc. Cobrábamos barato porque éramos conscientes de que no éramos profesionales y también por desconocimiento de las tarifas de los otros grupos.
Aun así, lo que sacábamos los fines de semana nos daba suficiente para cubrir gastos de pasajes y comidas fuera de casa durante la semana (muy útil para un estudiante). Incluso, cuando iba bien, podíamos ahorrar un poco y pagar otro tipo de gastos. Gracias a la música, mi hermano pagaba sus gastos cotidianos e inscripciones para su carrera de ingeniería. Más tarde, comencé a trabajar como voluntaria dando clases en EUA (donde viví un año); no pagaban mucho, pero sí lo suficiente para que de ahí sacara para mis clases de cello barroco, la gasolina y, además, aprendí mucho.
Ya estando en México y habiéndome mudado a la ciudad de Xalapa, tuve la enorme fortuna de ingresar a la Orquesta Sinfónica Juvenil del Estado de Veracruz, con cuya beca me bastaba para vivir, mantenerme sola y pagar gastos cotidianos de la escuela. En esta orquesta me formé en muchos aspectos, por eso me dio tanta tristeza enterarme de cómo las autoridades de la SEV hoy en día no comprenden lo mucho que ha hecho esta orquesta por y para la cultura de nuestro estado y lo duro que se trabaja para ganarse cada peso de esa beca. Tristemente, uno de los rubros que más han sufrido recortes son cultura y becas de estudios.
Pero, volviendo a lo que estábamos, cuando me llegó el tiempo de volar y comenzar una vida laboral profesional, pude darme cuenta de que las orquestas y los grupos subsidiados por las universidades y otros organismos son una enorme fuente de empleo. Además, he impartido clases de violoncello y canto, tanto privadas como en la Universidad Veracruzana y en el programa Orquesta Esperanza Azteca.
Actualmente, y desde hace casi tres años, formo parte del Coro de la Universidad Veracruzana, el cual es mi principal fuente de ingresos y una de mis más grandes satisfacciones en la vida. Mis ingresos actuales los complemento con conciertos extras, espectáculos a los que me invitan, eventos, ceremonias religiosas, clases particulares y docencia institucional.
Pero también he sabido lo que es vivir por la libre, o de freelance. En ese momento sobreviví tocando como extra en distintas orquestas, dando clases, tocando o cantando en diferentes lugares, conciertos y eventos. Debo decir que, pese al enorme esfuerzo que me implicó esto (además de viajar mucho), tanto en estudio como en esfuerzo físico, nunca pasé por aquella frase “de músico te mueres de hambre”. Ni pasé antes, ni en ese momento, ni ahora, ni mañana.
El músico es de los profesionistas más versátiles que hay y aunque los constantes recortes a la cultura de los últimos años no parece que vayan a terminar (tan triste como el bajo y mal administrado presupuesto a educación, ciencia y desarrollo), los músicos tenemos un amplio campo de trabajo digno que nos permitirá que nunca nos falte, al menos, lo necesario para vivir, sostener a la familia y, en los mejores casos, hacerse de un patrimonio.
Lo único que hay que ceder es tiempo, porque el músico debe estudiar constantemente, actualizarse en formación, tocar cuando otros profesionistas ya están descansando y sacrificar, muchas veces, fines de semana y temporadas vacacionales, especialmente para los músicos independientes.
El campo de trabajo es amplio: orquestas, escuelas, bandas, clases privadas, universidades, música independiente, producción, eventos, músico de sesión (para grabaciones), grupos subsidiados por universidades que aún apuestan por la cultura, teatro musical, arreglistas, jingles, espectáculos masivos, programas culturales y gestión de proyectos socio-culturales financiados por instituciones públicas o privadas.
Lo que hay que tomar en cuenta, antes de decidirse por la música, es que para poder formar parte de alguna agrupación dependiente de alguna universidad o para dar clases, cada vez más se exige contar con un título universitario en música o, incluso, con estudios de posgrado. También hay que tomar en cuenta la inversión monetaria que hay que realizar para la adquisición de un buen instrumento y equipo, y su mantenimiento, que además es una inversión constante.
El ingreso promedio de un músico oscila entre los 8,000 y los 25,000 pesos mensuales, dependiendo de en qué lugar del país se viva, la carga de responsabilidad, si se es un artista consolidado, o qué cantidad de actividad profesional se tenga. Hay que tomar en cuenta que hay gente que percibe menos que esto y también hay artistas que perciben mucho más.
Como en todo, es cuestión de estar bien preparado, actualizado, estudiar constantemente, mantener un buen estándar de ejecución, una buena actitud y ser una persona que sepa trabajar en equipo, así como adaptarse a las exigencias de cada nueva circunstancia o proyecto, así como de saber perseverar para alcanzar sueños y metas personales.