El día que el auto de mi amigo Carlos amaneció con el cuerpo cortado, febril y tembeleque, hubo de llamar a la grúa para trasladarlo al hospital; un par de fornidos socorristas llenaron al vochito de cadenas y fierros raros para poder conducirlo hasta el taller de Miguel.
Déjame echarle un ojo para ver qué tiene, date una vuelta en la tarde, dijo, circunspecto, el galeno de la combustión interna.
El día fue para el olvido, deshabituado a las peripecias que hay que hacer para abordar una combi, a la inútil espera de un taxi al mediar un día de aguaceros, al aromático hacinamiento del servicio urbano, el hombre terminó hecho un guiñapo a las seis y media de la tarde, hora en que logró pepenar el taxi que lo condujo al sanatorio vehicular.
Lejos estaba de sospechar el duro golpe que estaba a punto de recibir, con un dejo de lamento y un gesto solidario, el mecánico sentenció:
—Ya se le acabó el sinfín
Varias fueron las sesiones que tuvo que pasar con la doctora A para asimilar la densa realidad: el sinfín había llegado a su fin, ¿qué podía seguir?
El asunto se resolvió con un préstamo en la chamba que fue cubriendo a lo largo de varias quincenas (a la reparación del auto se sumaron, por supuesto, los honorarios de la guapa psicoterapeuta).
Desde el martes pasado atravieso por un trance similar, mi Infinitum resultó finitum y estoy sin internet (no sabes cuánta falta me haces, amado Facebook), publico esto desde un cibercafé, qué suplicio tan grande. Entre la consternación y la impotencia, descubro cuán visionario fue Pompeyo cuando profirió la frase: navegar es necesario, vivir no es necesario.
El episodio está testimoniado en un pasaje de las Vidas paralelas, de Plutarco:
«Encargado Pompeyo de la organización y dirección del avituallamiento de Roma, envió legados y amigos a muchos lugares. Él mismo se embarcó hacia Sicilia, Cerdeña y Libia, procediendo a la recogida de cereales. Cuando ya estaban los barcos a punto de zarpar, se desencadenó un viento fuerte y los marineros no se atrevían a hacerse a la mar. Entonces Pompeyo subió primero a las naves, dio orden de levar ancla y gritó: Navigare necesse est, vivere non necesse. Gracias a su audacia y celo, secundados por la buena suerte, llenó de trigo los mercados y el mar de navíos, de forma que las provisiones fueron suficientes incluso para los pueblos más allá de Roma y de Italia, como una fuente inagotable, cuyas aguas fluyen hasta los extremos de la tierra».
La arenga, que se convirtió en una suerte de estandarte de los pescadores y navegantes del Mediterráneo, fue retomada por Fernando Pessoa:
Navegar é preciso; viver não é preciso
Navegadores antigos tinham uma frase gloriosa:
«Navegar é preciso; viver não é preciso».
Quero para mim o espirito desta frase, transformada
A forma para a casar com o que eu sou: Viver não
É necessario; o que é necessario é criar.
Nao conto gozar a minha vida; nem em goza-la penso.
Só quero torna-la grande, ainda que para isso
Tenha de ser o meu corpo e a minha alma a lenha desse fogo.
Só quero torna-la de toda a humanidade; ainda que para isso
Tenha de a perder como minha.
Cada vez mais assim penso. Cada vez mais ponho
Na essencia animica do meu sangue o propósito
Impessoal de engrandecer a pátria e contribuir
Para a evolução da humanidade.
É a forma que em mim tomou o misticismo da nossa Raça.
Navegantes antiguos tenían una frase gloriosa:
«Navegar es preciso; vivir no es preciso»
Quiero para mí el espíritu de esta frase, transformada
la forma para casarla con lo que yo soy; Vivir no
es necesario; lo que es necesario es crear.
No cuento gozar mi vida; ni en gozarla pienso.
Sólo quiero tornarla grande, pese a que para eso
tenga que ser mi cuerpo y mi alma la leña de ese fuego.
Sólo quiero tornarla de toda la humanidad; pese a que para eso
tenga que perderla como mía.
Cada vez más así pienso. Cada vez más pongo
en la esencia anímica de mi sangre el propósito
impersonal de engrandecer la patria y contribuir
para la evolución de la humanidad.
Es la forma que en mí tomó el misticismo de nuestra Raza.
En los años sesenta la frase cruzó el charco de la mano de Caetano Veloso, que compuso la pieza Os Argonautas. No entiendo el título porque los Argonautas fueron una suerte de dream team de superhéroes griegos que acompañaron a Jasón a buscar el Vellocinio de oro. El término deriva de Argos, el constructor de la nave; Argos, por cierto, también era el nombre del perro de Odiseo, el único que lo reconoció cuando volvió a Ítaca disfrazado de mendigo. Más allá de esa confusión nominal, la pieza es muy bella, me gusta especialmente la versión en la que la canta a dúo con Chico Buarque.
Os argonautas
O barco
Meu coração não agüenta
Tanta tormenta, alegria
Meu coração não contenta
O dia, O marco
Meu coração
O porto…Não
Navegar é preciso
Viver Não é preciso
O barco
Noite no teu tão bonito
Sorriso solto, perdido
Horizonte e madrugada
O riso. O arco
Da madrugada
O porto…Nada
Navegar é preciso
Viver Não é preciso
O barco
O automóvel brilhante
O trilho solto, barulho
Do meu dente em tua veia
O sangue. O charco
Barulho lento
O porto…Silêncio
Navegar é preciso
Viver Não é preciso
El barco. Mi corazón no aguanta tanta tormenta, tanta alegría. Mi corazón no se contenta. El día, el límite. Mi corazón. El puerto. No. Navegar es necesario, vivir no es necesario. El barco. La noche en tu sonrisa tan hermosa, solitaria, perdida, perdida madrugada y horizonte. La risa, el arco de la madrugada. El puerto, nada. El barco: el automóvil brillante. El camino abandonado, ruido de mi diente en tu vena. La sangre, el charco. Ruido lento. El puerto. Silencio. Navegar es necesario; vivir, vivir no es necesario.
La sentencia navegar en la red tiene algo de oximorónico, pues según las sesudas indagaciones del Perro Bermúdez, la red es el lugar al que los peces no quieren ir porque implica, precisamente, el fin del viaje marino, pero trascendidos los embrollos semánticos, cuando uno se queda sin Internet descubre que, efectivamente, navegar es necesario; vivir, ¿pa´qué?
https://www.youtube.com/watch?v=iqb6rNUwvtg
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