En estos días/semanas de la inmediata post-electoralidad, los operadores políticos están haciendo tres cosas:
- Gastando rabiosamente –easy comes, easy goes– los jugosos remanentes económicos que les quedaron, después de las campañas y del día de la elección (y que hubieran aplicado completos, como era su intención, pero no dio tiempo para más. Aunque su trabajo “estaba tan bien hecho, que ya no fue necesario comprar otros votos, jefecito, y pues ni modo que regrese el efectivo que me dieron. Como decía el señor de antes: ¡Lo cáido, cáido!”).
- Atribuyéndose los triunfos obtenidos por su partido (el que haya sido, porque hay de todos los colores) en el distrito en que supuestamente operaron, y platicando a diestra y siniestra cómo la elección estaba perdida a las 3 de la tarde del domingo 7, y ellos en un arrebato de experiencia, pundonor y amor a la camiseta, se pusieron a trabajar con las bases y lograron revertir el resultado de la elección (“la verdad es que fue un gran esfuerzo, jefecito, y si no lo hubiera hecho, otro gallo le estaría cantando al candidato” -o candidata, según el caso- “ahorita. Yo creo que eso merece un premio adicional para mí, ¿o no, señor?”).
- Buscando chivos expiatorios a quienes echarles la culpa de las derrotas sufridas, de modo que sobre el trabajo y los resultados de los operadores no caiga ningún asomo de duda (“no es que no sirva para nada o no hayamos hecho bien nuestro trabajo, lo que pasa es que nos traicionaron, jefecito. A nosotros, pero sobre todo a usted, y lo hicieron quienes se la deben más. Yo, la verdad, en este momento estaría echando corredera de esos traidores, ingratos y vende patrias. Y si le queda un puesto que necesite ocupar, acá le dejo mi currículum, por lo que se ofrezca. No va a encontrar a nadie que sea más institucional que yo”).
Como siempre, a la hora de repartir las culpas y los castigos, cabe la posibilidad de que terminen pagando justos por pecadores – si la lectora purista y el exquisito lector me dispensan el lugar común-. Y para eso son maestros los operadores políticos: endosar yerros, derivar acusaciones, salvar el pellejo.
Lo cierto, lo real, lo objetivo, es que los operadores y su mapachismo sobrevivieron por esta vez como una inercia del antiguo sistema seudoelectoral. Sin embargo, no es menos cierto, real y objetivo que están destinados a la desaparición como especie, y que tendrán que buscar otras formas de sobrevivir, incluso hasta con la posibilidad de que tengan que trabajar -¡Dios mío!- en algo dentro del sector productivo de la sociedad.
Así, dejarían de ser el lastre que siempre han sido, y dejaríamos de verlos en los cafés cuchicheando; en los eventos, saludando a los importantes, y sentados en asientos que no les corresponden; en las antesalas, quitando el tiempo -y si se dejan los recursos- de los funcionarios que sí trabajan; en la vida, ocupando una posición que no les corresponde, porque no la merecen.
Operadores… quintaesencia del ardite, summun de la patraña, artífices del engaño.
“Por cierto, jefecito, ¿quiere que le cuente cómo estuvo lo del Veracruz urbano? Hubo una traición. Deje, le cuento…”
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