La anticipada calentura sucesoria en Veracruz, que empieza ya a debilitar la de por sí frágil figura política del gobernador Javier Duarte de Ochoa, alcanzó niveles tales que hasta Fidel Herrera Beltrán abandonó la comodidad de su despacho en la capital del país para tratar de convencer en el puerto jarocho al más aventajado en la contienda, el senador José Yunes Zorrilla, de que apagara motores y esperara mejor la gubernatura de seis años.
Lo que le preocupa al viejo zorro de Nopaltepec no es solo que su proyecto para estar en el poder durante 30 años pueda ser vencido por otros grupos priistas sino, sobre todo, que ninguno de sus alfiles pueda lograr la candidatura, que en cambio la logre este senador priista y, si gana la elección, sean descubiertos y perseguidos judicialmente los múltiples casos de corrupción en que han incurrido todos sus operadores, dejando en la lona a todo el equipo fidelista por lo que les reste de vida, cuando no varios de ellos tras los barrotes de nuestros centros penitenciarios.
Y es que nunca consideraron que en la culpa llevarían la penitencia. La tomadura de pelo al presidente Enrique Peña Nieto en su momento de mayor debilidad, cuando Duarte le sacó la autorización para proponer una reforma político-electoral que contemplara un periodo gubernamental de dos años, bajo el pretexto de hacer coincidir la siguiente elección gubernamental con la presidencial de 2018, no solo tuvo una mala recepción en la oposición sino que generó un tsunami en el interior mismo del PRI, cuyos daños hoy están viendo cómo remediar.
Penosamente, el primero en bajarse del comando en el ala insurgente fue el senador Héctor Yunes Landa, a quien seguramente convenció Fidel de que le bajara al volumen con la promesa de apoyarlo en posterior contienda, tal vez la de la gubernatura de seis años, la misma que el exgobernador le ofreció a Pepe Yunes, aunque éste lo mandó al carajo.
Y es que Yunes Landa fue un cometa muy intenso que pronto se extinguió en los pormenores de oscuras negociaciones, en las que lo primero que concedió fue romper justamente con Pepe.
No de otra manera puede interpretarse el arribo al gabinete de políticos hectorizados, la tersura del trato prodigado por este senador al mandatario veracruzano y, sobre todo, el haber abandonado a su efímero aliado cuando éste se retiró del auditorio Jesús Reyes Heroles del PRI estatal al inicio del discurso duartista, al que Héctor Yunes no tuvo empacho en ofrendarle su cálido aplauso.
Para colmo, su intento por despojar del mensaje político a la salida de José Yunes, señalando a la prensa que el motivo había sido no perder un vuelo a la ciudad de México.
Tras su regreso de la tierra del Sol naciente, a donde acudió con su aventajada pupila, Yolanda Gutiérrez Carlín, a quien le consiguió la Secretaría de Protección Civil, Héctor Yunes deberá evaluar los daños sufridos con su rápida deserción y el abandono de su discurso rijoso y de confrontación, que logró su cota más alta durante el acto agrario presidido por Peña Nieto en Boca del Río, cuando salió junto con Pepe para mostrar que no había unidad en el priismo veracruzano en torno a Duarte.
Mal cálculo o estrategia mal comprendida, lo cierto es que en este preciso momento todo lo que huele a Fidelidad encuentra inmediato repudio tanto en los sectores políticos como sociales de Veracruz, y eso le ha restado una buena cantidad de puntos al senador de Soledad de Doblado, mientras que se los ha sumado al senador de Perote porque no solo ha mantenido su visión de confrontación y distancia política sino que la ha ido precisando, en términos de lo que le aleja del grupo fidelista, particularmente de su barco insignia, el gobernador Javier Duarte de Ochoa.
Este sábado, en Veracruz, el propio senador habría aclarado qué lo separa de Duarte: “Evidentemente, hay distancia clara en muchos aspectos de la vida política del estado. Los he dicho siempre, los vuelvo a reiterar, ojalá quede registrado: hay total y completa distancia en el aspecto administrativo y financiero del estado”.
Programa de infraestructura, ¿atole con el dedo?
Mientras esto sucede en el campo partidista, electoral, en el gobierno estatal parecen entrampados en declaraciones improvisadas que buscan fortalecer hipótesis increíbles: que no se despedirá a empleados (las noticias corren en sentido contrario), que se invertirá más (hasta el cuarto año de gobierno, justo cuando la creciente deuda, el decreciente flujo de recursos federales y el reembolso de grandes sumas de dinero al gobierno federal, lo hacen imposible) y que el gobierno estatal se aprieta el cinturón, cuando se mantiene en las altas esferas el mismo ritmo de gasto.
El domingo, en Tlacotalpan, Javier Duarte acudió a inaugurar, junto con su flamante secretario de Infraestructura y Obras Públicas, Tomás Ruiz, un pequeño puente. Anunció que se construiría uno más, que será posible gracias a que su gobierno aplicaría la fórmula jurídico-matemática de menos gasto y más obra pública.
Sin embargo, si uno analiza lo que días antes dijo el propio mandatario al anunciar su programa de obras, producto de su decálogo de austeridad, las cosas no quedan nada claras.
En efecto, el jueves 19 en Tuxpan, Javier Duarte presentó lo que su gobierno pomposamente ha denominado el Programa Estatal de Infraestructura 2015, en que supuestamente se invertirá más de 11 mil millones de pesos. En esa ocasión dijo algo que ha repetido en los últimos días: “que la austeridad de la administración pública estatal se verá en obras de mayor calado que sustenten la creación de empleos productivos”.
Habló del apretón de cinturón, de que ello permitirá invertir los recursos en donde más generen progreso, estabilidad y prosperidad; lo que no explicó es por qué en los cuatro años anteriores su gobierno no hizo lo mismo. Tácitamente aceptó que en las dos terceras partes transcurridas, su gobierno gastó en temas que no generaron ningún bienestar a los veracruzanos y, por tanto, no invirtió productivamente.
En su largo discurso de presentación, jamás aterriza sobre las obras incluidas en el famoso programa estatal de infraestructura.
Repite que “son inversiones productivas para avanzar hacia un México próspero, que propiciará mayor productividad, competitividad y desarrollo económico regional”, y que dichos recursos serán destinados a infraestructura económica, conservación carretera, construcción de caminos rurales y carreteras alimentadoras.
También, a infraestructura hidroagrícola, hídrica, de agua potable, drenaje y saneamiento; proyectos estratégicos y obras de conectividad en materia portuaria para Tuxpan, Coatzacoalcos y la ampliación del Puerto de Veracruz; además de obras de asociación público-privada para hacer realidad los planes trazados en las carreteras Tuxpan-Tampico, Cardel-Poza Rica y Córdoba-Xalapa, entre muchas otras de gran relevancia.
Es decir, prácticamente lo que el gobierno federal ya había destinado a Veracruz; por ello se oye muy fuerte la inversión: ¡11 mil millones de pesos!.
Pero, cuál es el componente estatal, cuánto de lo que supuestamente ahorre el gobierno local una vez que despida a cientos de empleados y burócratas y cancele proyectos, destinará al rubro y qué obras son.
¿O es pura propaganda para esconder los graves problemas financieros que enfrenta y los hoyos enormes que un manejo caótico de los recursos federales ha producido en los últimos años? Porque si realmente tienen proyectos aterrizados, que el Gobernador nos lo revele, que nos diga qué, dónde, cuándo y de a cómo, porque hay carreteras que se han anunciado hasta cinco veces.
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