Vetado durante el actual sexenio por el presidente Enrique Peña Nieto –pues desde hace dos años no ha podido conseguir ninguna embajada y, ahora, ni él ni su prole fueron incluidos en la lista de candidatos del PRI a la diputación federal–, el ex gobernador Fidel Herrera Beltrán y sus más allegados han tenido que infiltrarse a través del Partido Verde Ecologista de México (PVEM), una franquicia partidista controlada y explotada política y económicamente por una familia vinculada al negocio de medicamentos, a la que el ex mandatario veracruzano habría beneficiado en su administración.
Desde hace diez años, Herrera Beltrán ha manejado a su antojo la franquicia del PVEM en Veracruz. Inclusive en 2006 –cuando en la elección presidencial el PRI, abanderado por Roberto Madrazo, fue relegado hasta el tercer lugar de la votación–, el ex mandatario veracruzano maniobró para imponer como candidato al Senado de la República a Maximino Alejandro Fernández Ávila, un junior perteneciente a una elitista familia xalapeña y muy cercano en ese entonces a los Herrera-Borunda pero totalmente desarraigado y desconocido en la entidad, ya que nació, creció y estudió en la ciudad de México, razón por la cual terminó siendo un pesado lastre para el priista Pepe Yunes Zorrilla, quien encabezaba la fórmula de mayoría relativa y cuya derrota en aquella ocasión descarriló su proyecto para suceder al gobernador Herrera en 2010. Fue la única vez que el priismo veracruzano se quedó sin representantes en la Cámara alta del Congreso de la Unión, lo que finalmente le allanó el camino a la gubernatura al ex secretario de Finanzas y Planeación, Javier Duarte de Ochoa, a la sazón diputado federal por Córdoba.
Por eso ahora a nadie debió sorprender que Fidel haya maniobrado otra vez para impulsar a su hijo Javier Herrera Borunda –a quien no pudo meter por Cosamaloapan, distrito reservado por el PRI en la alianza con el PVEM– y a su hija putativa Carolina Gudiño Corro como candidatos del Partido Verde, a uno por la vía plurinominal y a la otra por el distrito de Boca del Río (Veracruz Rural), pese a que Duarte de Ochoa venía impulsando a Sergio Pazos Navarrete, sobrino del ex candidato del PAN a gobernador, Luis Pazos de la Torre, el cual ya había contendido en 2013 para la alcaldía boqueña.
Al postularla por el bastión panista en poder de la familia Yunes Linares-Márquez –un reducto del PAN que contra todos los pronósticos ya ganó Herrera Beltrán como candidato a diputado federal en 1997, cuando Miguel Ángel Yunes, su principal enemigo, despachaba en la Secretaría General de Gobierno–, Fidel buscaría encartar a Gudiño Corro no tanto para la sucesión estatal de 2016 sino para la de 2018, a sabiendas de que la ex alcaldesa porteña, aun perdiendo, saldría ganando, ya que de no ser nominada para la gubernatura podría ser perfilada para la senaduría. De ganar, Carolina será la rival a vencer por la ex alcaldesa xalapeña Elízabeth Morales, quien también está obligada a triunfar en uno de los distritos electorales más complicados para la alianza PRI-PVEM, aunque la victoria de la ex munícipe porteña tendría un doble mérito por vencer en su casa al más fuerte aspirante a la gubernatura del partido blanquiazul, quien ya tiene amarrada la diputación plurinominal.
En Boca del Río la apuesta de la dupla Carolina-Fidel es hacer que los Yunes panistas muerdan el polvo. Y es que ambos son igual de gandallas y ambiciosos. Comparten los mismos genes políticos y los distingue el mismo sentido patrimonialista de ejercer el poder. Herrera, por ejemplo, ha querido seguir disfrutando de un mandato transexenal, y Gudiño mostró su voracidad en el proceso electoral local de 2013, en el que a cambio de apoyar a Anilú Ingram para la diputación local, y a Ramón Poo para la alcaldía, exigió una regiduría para su esposo Víctor Hugo Vázquez Bretón y otra para su amiguísima Ángela Perera Gutiérrez, mientras que a su hermano Gustavo Gudiño Corro y a su padre Manuel Gudiño Rendón los impuso en el número 7 de la lista plurinominal del PRI, como candidatos propietario y suplente, respectivamente, pues ambos van a compartir la curul.
De los descendientes del gobierno de la Fidelidad –todos aquellos jóvenes priistas que en el sexenio 2004-2010 fueron tutelados, promovidos y empoderados por el ex gobernador Herrera–, la ex alcaldesa de Veracruz ha sido la que mayor incondicionalidad le ha mostrado a su mentor político, quien a su vez ha sido generosamente recíproco.
Antes del deceso de su hermano Moisés, acaecido en octubre de este año, la última vez que se le vio públicamente a Fidel en Veracruz fue precisamente en el bautizo de la primogénita de Gudiño, en julio de 2014.
Con Herrera Beltrán, en cargos de elección popular, Carolina fue primero diputada local y presidenta de la mesa directiva de la LXI Legislatura del estado; luego diputada federal en 2009, y en 2010 la dejó enfilada para la alcaldía porteña, desde donde siguió manifestando su absoluto apego al ex mandatario, no sólo por seguir usando en su administración municipal el color rojo que impuso y distinguió al fidelato –a diferencia del tono multicromático que estrenó la nueva gestión de Duarte de Ochoa– sino porque en el Ayuntamiento todo lo seguía consultando y decidiendo con el ex gobernador, ignorando olímpicamente al sucesor.
De hecho, a diferencia de otros ediles muy allegados también al ex mandatario –como Alfredo Gándara, de Poza Rica, o Alberto Silva, de Tuxpan–, a Duarte comenzó a correrle la invitación para inaugurar obras municipales… ¡hasta el final de su trienio!