Resultó que soy pionera en México como maestra de danza africana, cosa que yo no tenía la menor idea, no fue mi intención, pero así ha sido, me dijo Estela Lucio, una de las responsables de que sea tan importante el movimiento afro en Xalapa. Estudió arquitectura pero el espíritu del baile estuvo siempre a su lado, desde que veía a su padre y a su tío bailar mambo y chachachá.
Que baile esa niña / sí, sí
Yo me llamo Estela Lucio Casados y nací en Cerro Azul, Veracruz pero, cuando tenía más o menos un año, llegué a Poza
Rica porque mi papá fue a trabajar en Pemex. Mi mamá era muy joven, tenía 20 años y mi papá 30. En esa época, 1952-53, estaba en su auge el mambo, el chachachá y esos ritmos. Desde los tres o cuatro años me llamó la atención el baile y empecé a bailar con gusto porque veía a mi papá que era muy buen bailador de mambo y a un tío que se llama Paquín que le gustaba bailar chachachá; bailaban en la sala de la casa, a mi mamá no le gustaba bailar, pero ellos ponían el tocadiscos y bailaban solos, creo que esa fue mi primera influencia. Después, cuando fui creciendo, en la escuela en la que estaba había clases de ballet pero yo lo veía como una cosa inalcanzable porque era caro y solo iban las niñas bien; era otra clase social la que hacia ballet pero me llamaba la atención, por supuesto, y no tenía la menor idea de que existía la danza contemporánea, mis únicos acercamientos eran el mambo, el chachachá, la música tropical y el ballet.
Así fui creciendo, siempre me interesó, siempre me llamó la atención pero nunca supuse que fuera una carrera profesional. A los 13 o 14 años me di cuenta de que quería estudiar arquitectura y me vine a estudiar a la Universidad Veracruzana pero nunca quité de mi cabeza la idea de bailar, aunque fuera como aficionada.
Cuando entré a arquitectura llegaron por acá los maestros Xavier Francis y Rodolfo Reyes, creo que fue en el 72 o algo así, no me acuerdo bien, pero con ellos tuve mi primer acercamiento a la danza, no sé si contemporánea o moderna, porque son dos categorías. Tomé clases con los dos mientras estaba en primero o segundo año de arquitectura, también estudiaba violín en la escuela de música que estaba en Sebastián Camacho; salía a las seis de la tarde de arquitectura, me iba volando a la clase de música, salía de ahí como al cuarto para las ocho y me iba corriendo a pedir aventón, en esa época todavía se podía, para llegar al Teatro del Estado a las ocho y tomar la clase de danza.
Por mi raza hablará la danza
Terminé la carrera de arquitectura; cuando sale uno de la carrera es muy joven y muy tonto, la verdad, tiene 22 o 23 años
y no sabe ni qué hacer entonces me fui con mis papás unos meses a Poza Rica y decidí hacer una maestría en diseño y ahí voy al DF. Llegué, metí un proyecto a la UNAM que no sé cómo lo aceptaron porque eran muy rigurosos, pero lo aceptaron y entré. En esa época estaba el marxismo a todo lo que daba, yo tenía muchos amigos marxistas y, de oídas, tenía cierto acercamiento al marxismo pero ellos decían que, más bien, yo era existencialista, no sabía muy bien qué querían decir pero, bueno. Estuve yendo dizque a clases como seis u ocho meses pero realmente era puro adoctrinamiento marxista todo, todo, absolutamente todo, no me parece que esté mal pero yo tenía otros objetivos. En esos días vi un anuncio, chiquitito, en el periódico que decía: Clases de danza contemporánea, Taller de Guillermina Bravo, Ballet Nacional de México. Fui, me aceptaron, empecé a tomar clases y me fue bien. Dejé definitivamente la famosa maestría y ahí comenzó, realmente, mi carrera como bailarina. A veces iban Rodolfo y Xavier Francis a dar clases al DF y también las tomaba.
An-danzas
El maestro Jorge Tyler fue «El Venado» de Amalia Hernández, era un bailarín reconocidísimo, de hecho está en libros de
ballet; él trabajaba para Antonio Aguilar, en su gira por Estados Unidos había un show de folclor mexicano, tenía unos cuadros de danza de Chiapas, Veracruz, Jalisco, etc. Todo era muy vistoso, muy Amalia Hernández, pero era imposible zapatear porque era en rodeos de tierra entonces lo único que quería era que sus bailarinas tuvieran un tipo muy mexicano, que sacaran mucho el pecho e hicieran mucho faldeo. Un día me vio por ahí, en una de las clases, y me dijo:
-Oye, ¿no quieres ir?
-Sí, sí voy
Yo dije me voy de gira y me quedo en Nueva York, y así lo hice. Llegamos a Nueva York una amiga y yo, con muy poco dinero, para seguir estudiando danza contemporánea porque las dos estábamos en los talleres del Ballet Nacional. Llegamos y, no sé, yo creo que teníamos un ángel de la guarda porque nos fue bien, nos acogió una mujer dominicana que no tenía por qué hacerlo, yo creo que nos vio muy desprotegidas y dijo estas pobres chavas (risas). Ahí seguimos estudiando danza contemporánea con Merce Cunningham, con Louis Falco, con los que heredaron a Marta Graham que ya ni me acuerdo cómo se llamaban. Yo también estudiaba la barra de ballet y estaba metidísima en estos asuntos. Entré a trabajar como modelo en una escuela de arte que estaba en la Calle Ocho, me acuerdo que para trabajar me pidieron mi número de seguro social, yo les di el número de la clave para llamar a Poza Rica (risas) y nunca se dieron cuenta porque me pagaban y yo feliz, y como tenía un tipo muy diferente a ellos, muy de india, pues me fue bien; de eso me mantenía porque, además, no pagaba renta porque esta dominicana, no sé por qué, nos ayudó. Así estuvimos un rato y en una de esas andanzas escuché, en uno de los salones del lugar donde iba a tomar clases, un sonido de tambor y dije bueno, y eso, ¿qué es?, me asomo y veo que es una clase diferente, con tambor en vivo y que se mueven diferente. Era una clase de danza africana, la siento muy fresca, muy natural, me mueve y empiezo a tomar clases con los primeros que llegaron a Nueva York que, en ese momento, apenas estaba llegando, eso fue en el 78-79. Hubo un movimiento fuerte después, en el 84, pero los primeros llegaron en esos años, iban de Guinea, de Costa de Marfil y también del Caribe, sobre todo de Cuba y de Haití. Empiezo a tomar todo ese abanico de clases y participo en algunos grupos que los maestros formaban con sus alumnos; estuvo muy bien, fue una buena temporada. Así inicié en la danza africana.
Mu-danzas
Allá conocí a mi marido, me casé, tuve dos hijas y decidimos regresar a México porque no se nos hacía buena la educación
para que mis hijas estuvieron allá. Regresé a México en el 80, llegué a Poza Rica con mi esposo, en esa época Ida Rodríguez Prampolini andaba abriendo casas de cultura y una mujer que estaba de funcionaria, no me acuerdo cómo se llama, nos propuso fundar la Casa de la Cultura de Poza Rica; empezamos, mi esposo daba clases de teatro, yo daba clases de danza y formamos algo bonito, la funcionaria esta nos traía: maestro para acá y maestra para allá pero no había nada de dinero, eso es típico, era como impensable que se pagara el arte.
Hicimos un buen trabajo pero decidimos que no podíamos vivir de eso entonces volvimos a Xalapa y aquí entré a la Compañía Titular de Teatro de la UV, que ahora es ORTEUV. Empecé a hacer teatro con un papel chiquito pero mi esposo no sabía qué hacer porque a él realmente no le iba nada mal en Nueva York, ahí hizo mucho teatro y tuvo papeles importantes como primer actor, ganaba premios pero yo lo convencí de que en México estaba todo mejor y que Xalapa estaba muy bien, claro que yo tenía esa idea romántica de una Xalapa que ya no existe y, además, llega una persona extranjera y siempre la ven de reojo.
Aquí estaba Alejandro Schwartz, tomé algunas clases con él y nos conectó con Rodolfo Reyes que estaba en Chilpancingo, Guerrero haciendo cosas en la Casa de la Cultura y ahí vamos mi marido y yo para allá. Él llegó hacerse cargo de los talleres de teatro y yo me incorporé con Arturo Garrido, un ecuatoriano que ha estado en México muchos años, es muy importante en la danza contemporánea y ha hecho muchos grupos, uno de ellos fue Barro Rojo que lo fundamos, en Chilpancigo, Arturo Garrido, Daniel Heredia y yo.
Trabajábamos durísimo, ensayábamos en parques, en canchas de basquetbol, en donde fuera; hicimos danza y teatro, fue un movimiento muy fuerte. En el 82 ganamos un premio nacional del INBA con Barro Rojo y a Rodolfo no le gustó porque dijo que, si ganábamos ese premio, no le iba a dar dinero la Universidad porque el chiste es que dijéramos que no había recursos y por eso no ganábamos nada.
Estábamos muy bien pagados, la verdad, pero me salí porque volví a embarazarme y una amiga me llamó de Tabasco para invitarme a trabajar como arquitecta y yo dije bueno, mientras estoy embarazada, está bien. Llegué a trabajar a Obras Públicas, estuve ahí todo mi embarazo, nació mi hija Jazmín y me cansé de ese trabajo, después me ofrecieron trabajo en una dependencia de urbanismo que se llamaba CODEURTAB y, aparte, me llamaron para dar clases para niños en la sección de cultura del gobierno, que no me acuerdo cómo se llama.
Estaba bien pero mi esposo no tenía trabajo, se dedicaba a jugar basquetbol y a cuidar a las niñas y la verdad es que se estaba fastidiando mucho entonces me convence, dejo esos trabajos que estaban súper bien pagados y ahí vamos de regreso a Nueva York, otra vez con las maletas nada más, eso fue como en el 84 y otra vez me meto a tomar clases de afro con mucha intensidad y ahí fue donde realmente me formé como maestra y como bailarina de afro en varios estilos, fue sin querer porque nada más tomaba clases aquí y allá de las que me gustaban, pero fueron varios años. Nuevamente decidimos regresar a México por la misma educación de las hijas porque, como te decía, las escuelas públicas allá eran malísimas y no teníamos dinero para escuelas privadas porque son muy caras entonces ahí venimos de regreso.
(CONTINUARÁ)