“Rezo para que podamos hallar y construir el gobierno que nos merecemos…”, dijo González Iñárritu sabiendo, a la perfección, el efecto que causarían sus palabras. Palabras, nada menos, del mexicano, hoy por hoy, más alabado, reconocido y admirado no sólo por el mundo cinematográfico, sino por el orbe y sus dimensiones, y que en una sola frase encerró el drama que viven los mexicanos y lo que la gran mayoría piensa y siente sobre lo que ocurre en el país.
“El gobierno que nos merecemos…”, acuñó González Iñárritu.
El gobierno que nos merecemos, porque hoy no tenemos el gobierno que merecemos los mexicanos.
El gobierno que nos merecemos, libre de gobernantes enriquecidos, impunes bajo la sombra de la corrupción y el tráfico de influencias.
El gobierno que nos merecemos, que sirva a los intereses de las mayorías y no al grupo selecto de amigos o de empresarios beneficiados con el erario nacional.
El gobierno que nos merecemos, sin funcionarios con mansiones de oscura procedencia entre el tufo del tráfico de influencias y el beneficio personal.
El gobierno que nos merecemos, que utilice los programas sociales para intentar sacar verdaderamente a más de 50 millones de mexicanos de la pobreza, y no usarlos para la compra de votos y de elecciones.
El gobierno que nos merecemos, actuando con programas anticorrupción y de fiscalización no viciados de origen, con fiscales nombrados por órganos independientes (académicos, intelectuales, periodistas sin compromisos con el poder político), y no ungidos por el Presidente de la República en turno o partidos políticos que erigen, de manera cínica, a sus empleados como investigadores personales.
El gobierno que nos merecemos, que combata con nuevas y renovadas estrategias al crimen organizado y a su brazo más poderoso, el narcotráfico, con menos discursos y más efectividad, con menos saliva y mayor contundencia, con menos retórica y más conocimiento del problema.
El gobierno que nos merecemos, que no fracase —como hasta ahora— en la aplicación de una Reforma Educativa controlada en la praxis por gobernadores y líderes sindicales que la acomodan a sus intereses y conveniencias, operando al amparo de la industria de la reclamación y del chantaje… En fin, un gobierno distinto al que tenemos.