En la actualidad y para tragedia de todos, nada detiene a un ciudadano para delinquir más que su propia ética, sus creencias religiosas o su sentimiento de culpa.
Las leyes no existen.
Entonces la corrupción se ha convertido en el deporte nacional por excelencia: los banqueros delinquen, los gobernadores (Chihuahua, Puebla, Guerrero, Tabasco, Veracruz, Coahuila, Sonora, Michoacán) también. Los militares, magistrados y autoridades electorales delinquen.
Los fraudes, trampas, tranzas y abusos de todo tipo se multiplican por todas las regiones y en todos los sectores, y los derechos humanos languidecen en miles de fosas.
De ahí surge la inseguridad: cada dos horas desaparece un mexicano, se roban miles de autos y se cometen miles de plagios y extorsiones. Sólo en 2014 fueron asesinados 34 mil 417 individuos. Es la cara visible de la guerra que se quiere ocultar.
Que el país camina directamente al caos parece muy probable.
Más aún cuando se considera lo siguiente: la deuda pública aumentó con EPN 22 por ciento (2 mil millones diarios), las pérdidas por desastres naturales se incrementaron hasta alcanzar 22 mil millones de pesos anuales; la ineficiencia de los bancos dejó 129 mil demandas de los usuarios en 2014, hay ya más de un millón de esquizofrénicos, el cambio climático acecha, la democracia no existe y el país se queda sin petróleo en 10 años.
Todo indica que se pone a prueba un experimento suicida global en esta nación llamada México. ¿Lograremos detenerlo? ¿Reaccionaremos a tiempo?