No puedes hacer una tortilla sin romper un par de huevos. El refrán español queda al pelo para hablar, con consternación, pero también con indignación, de las terribles circunstancias que está viviendo hace un tiempo nuestro último escritor de la generación del 50, el veracruzano Sergio Pitol Domeneghi, que el próximo 18 de marzo cumplirá 82 años gloriosos.
Hospitalizado desde el lunes en un nosocomio privado de Xalapa, el autor de libros memorables como El arte de la fuga, Domar a la divina garza, Vals de Mefisto, El desfile del amor, El tañido de una flauta, La vida conyugal y El mago de Viena, por citar solo algunos de los que este periodista le ha leído, enfrenta no solo los pesares de una enfermedad dilatada que le ha afectado el habla sino también la ambición desmedida de un familiar cercano.
Apenas en 2005, hace casi 10 años, lo escuchamos –gracias a una grabación de la ceremonia– leer con dificultad su discurso en el paraninfo de la Universidad de Alcalá, donde recibió el Premio Miguel de Cervantes, considerado el Premio Nobel de las Letras españolas, que coronó una cadena de reconocimientos como el Premio Nacional de Literatura (1983), el Premio Herralde de Novela (1984) y el Premio Juan Rulfo (1999), entre muchos otros.
“Uno es los libros que ha leído, la pintura que ha visto, la música escuchada y olvidada, las calles recorridas. Uno es su niñez, su familia, unos cuantos amigos, algunos amores, bastantes fastidios. Uno es una suma mermada por infinitas restas”, escribió Pitol.
Y mientras el mundo espera su inmortalidad, que las restas dejen de mermarlo, algunos quisieran hace tiempo que su vida hubiera concluido, para aprovechar sus bienes materiales, los derechos de autor, su extraordinaria biblioteca, la gloria que no les pertenece.
Como si fuera personaje de una mala novela negra, un familiar cercano (cuyo nombre me reservo, aunque muchos pueden intuirlo), coludido con otras aves de rapiña, ha tratado de que su salud se quebrante más rápidamente y asumir, para su provecho, la tutoría interina de Sergio, un personaje del mundo y de los xalapeños, con quienes hace muchos años decidió convivir tras décadas de fuga en Europa.
Por eso, aunque he sido crítico de varias acciones de gobierno, no puedo sino congratularme porque el DIF estatal –como ayer mismo lo hizo público– haya asumido desde noviembre pasado la tutoría interina de Sergio Pitol Demeneghi, en acato a la orden de la Juez Octava de Primera Instancia de lo Familiar, María Concepción Andrade López, mientras se lleva a cabo el juicio de interdicción, iniciado por la familia del escritor el pasado mes de octubre.
“Desde entonces, la instancia estatal ha constatado que reciba la atención económica, médica y todo lo que concierna a su persona física y emocional para que prevalezca su bienestar, informó la procuradora de la Defensa del Menor, la Familia y el Indígena del DIF estatal, Adelina Trujillo Landa”, reza el comunicado de prensa emitido en un momento en que la presión judicial de un familiar por apropiarse de sus bienes aún en vida se ha hecho prácticamente abrumadora.
De esta manera se protege a nuestro querido Sergio Pitol de acciones legales desplegadas por un particular, en circunstancia en que por sus problemas de salud no puede defenderse. Solo he querido hacer esta reflexión y esperar la pronta recuperación de su salud.
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