La semana pasada, en el texto Cópula de verso y jazz, hablé del maridaje entre la poesía y el jazz que ha hecho Joan Margarit desde hace mucho tiempo. En esa columna me referí específicamente al poemario No era Lluny Ni difícil, que su hijo Carles musicalizó y convirtió en un espectáculo que tuvo varias presentaciones, una de las cuales fue grabada y editada, el año pasado, en un disco homónimo.
Conozcamos un poco más de la obra del poeta.
Joan Margarit nació en Sanaüja, comarca de la Segarra, en 1938. La guerra civil española obligó a la familia a llevar una vida trashumante hasta 1954, cuando se estableció en las Islas Canarias. En 1956 Joan se trasladó a Barcelona para estudiar arquitectura, profesión que ejerce paralelamente a la poesía. Se casó en 1962 y tuvo tres hijas, Mónica, Anna y Joana, y un hijo, Carles. Anna murió siendo niña y Joana nació con el síndrome de Rubinstein-Taybe, enfermemdad poco común que el portal Medline Plus define como «una enfermedad genética que involucra pulgares y dedos de los pies gruesos, baja estatura, rasgos faciales característicos y grados variables de discapacidad intelectual.»
Sobrevivió 30 años, tras su muerte, Margarite publicó una colección de poemas que escribió durante su agonía. El libro se llama Joana
El blues
Veía en todas partes a Joana:
surgía en todas partes la mirada
del cuerpo contrahecho
donde aprendí qué era la belleza
En su libro El jazz, Joachim Berendht habla de seis definiciones del blues. «La definición del blues desde el punto de vista ambiental es la más importante y la más usual», dice y habla del estado anímico al que esta música conduce.
El espíritu del blues permea en el todo del poemario. Se trata de versos emanados de la honda desgarradura que produjeron en el poeta los últimos ocho meses de la vida de su hija. Es un testimonio detallado y exhaustivo del avance de un dolor que nunca se estaciona, que va avanzando ante la inminencia un desenlace que deja una cauda de absoluto desconsuelo.
«De lo que siento acerca del mañana, lo más parecido a una certeza es que Joana y yo no volveremos a vernos. Cuán distinta sería la vida si la muerte fuese a esperar muchos millones de años para podernos encontrar de nuevo, aunque fuese tan sólo durante unos breves instantes. Pero el abismo que nos separa es el abismo del nunca más. Los treinta años que hemos vivido juntos son ahora el único contrapeso y mi tesoro.», dice en el prólogo.
En una entrevista, el poeta catalán le dijo a Marco Antonio Campos:
«Ana murió muy pequeña. Es un impacto, pero no hay tiempo para producirse otra cosa que este impacto. Yo tendría como 28 años. En cambio Joana es una persona absolutamente clave en mi vida. Era deficiente psíquica y física. Es alguien sin otra herramienta para ir por el mundo y defenderse del mundo que el amor. Joana lo entendió enseguida. Era toda amor. Alguien así no parece de este mundo. Cuando entra en el quirófano final le dice al cirujano que lo ama y el cirujano sale llorando porque ningún paciente en su vida se lo había dicho antes.»
Llovía con desidia la última noche de su hija y el poeta suplicaba por favor, no te vayas, no te vayas:
NO HAY MILAGROS
Llovía con desidia.
Diecinueve de octubre, las nueve de la noche.
Joana iba asustada hacia el quirófano
rodeada por nosotros, que quedamos
en la salita mal iluminada junto a los ascensores.
Dicen que en un intento
de salvarse le dijo te quiero al cirujano.
Creíamos que un hada podría devolvernos
la Joana tranquila, la de siempre,
con sus confiados ojos centelleantes.
A las once mirábamos
las gotas de la lluvia en el cristal
como si resbalaran por la noche.
La noche era una hora de guadaña.
SÚPLICA
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas,
quédate sumergida en este patio
como si hubieses naufragado
dentro de nuestra vida.
Bajo el laurel, entre las aspidistras
de verdes hojas, anchas y románticas,
por favor, no te vayas, no te vayas.
Todo está preparado para ti.
Quédate, por favor, y no te vayas.
Tu fugaz triunfo sobre el nunca más,
dime si lo recuerdas: necesito
unas palabras con la clara y honda
voz de tu ausencia. Pero te recoges,
callada, en el pasado,
un lecho de tristeza fulgurante.
Así fuiste encerrándote, a lo largo de ocho meses,
en el capullo de la oscuridad,
y ahora, horrorizada por la luz,
surge aleteando la furiosa,
pálida mariposa de la muerte.
Pero, si estás muriéndote, aún vives,
y hago estallar la última alegría
de tu rostro cansado y las pequeñas
manos entre las mías. Y repito:
estar muriéndote es vivir aún.
De esta invernal mañana, amable y tibia,
por favor, no te vayas, no te vayas.
«Joana sabía escuchar dos horas música de Bach o de jazz. Joana sabía escuchar pero no sabía -no podía- escribir», también dice en el prólogo y el jazz y la música se asoman, como apariciones, lo mismo en una canción de cuna que en una oración:
CANCIÓN DE CUNA
Duerme, Joana.
Y que este Loverman oscuro y trágico
del saxo de tu hermano en Montjuïc
te pueda acompañar
toda la eternidad por los caminos
que son bien conocidos por la música.
Duerme, Joana, duerme.
Y a poder ser no olvides
tus años en el nido
que dentro de nosotros has dejado.
Mientras envejecemos,
conservaremos todos los colores
que han brillado en tus ojos.
Duerme, Joana. Esta es nuestra casa,
y todo lo ilumina tu sonrisa.
Un tranquilo silencio: aquí esperamos
redondear estas piedras del dolor
para que cuanto fuiste sea música,
la música que llene nuestro invierno.
ORACIÓN PARA J. M. R
Música del amor; que te escondías
en sitios negros, dulces, como rosas del jazz,
enciende el día azul, extiéndete debajo de los pinos
y haz que brillen las flores, los muros y la tierra.
Sé aquella agua secreta que esperaba,
y, un instante, devuélvenos
la niña eterna que hoy abandonamos
en pozos invisibles.
Un poco de un instante, para que nos ayude
a no llorar de miedo y de vergüenza
sintiendo su misterio de bondad.
Danos, música de oro, unas lágrimas limpias
como la vida que hoy enterraremos.
Música santa, hazle compañía,
tú que vienes del otro mundo al nuestro,
tú que ya sabes cómo es su silencio.
El jazz
En la misma entrevista con Marco Antonio Campos, cuando habla de Barcelona, dice:
«Uno es del sitio en que vivió de los 20 a los 30 años: esa edad de juventud y madurez. Por ejemplo, yo soy proamericano. ¿Qué significa esto? ¿Qué es para mí los Estados Unidos? Debo explicarme. No estoy hablando de política, sino de mi vida. Hablo de los años cincuenta, cuando yo tendría 15 años. Aquella Barcelona era oscura, gris, cerrada, llena del miedo a causa del franquismo de la posguerra. Era una ciudad muerta, o casi. Y de repente Dwight Eisenhower pacta con Francisco Franco y la Sexta Flota viene a Barcelona. Imagínese lo que era ver esos 10,000 marinos jóvenes, altos, bien alimentados, que se paseaban por las calles de la ciudad. Las muchachas empezaron a embellecer sus vestidos. Si entre ellas había prostitutas o no, es otra historia. Los marinos traían dinero a una ciudad donde no lo había. Gracias a ellos escuchamos jazz (…) Eso es Estados Unidos en mi aventura vital y no, claro, lo que pudo representar Bush. La ideología, Marco Antonio, mata a la vida.»
Acaso ese sea el origen de la reiterada presencia del jazz en su obra:
NO TE VOLVERÉ A VER
Es esta piel violeta de una noche
que dejamos pendiente.
Y tu silencio suena como un saxo
de oro negro en el fondo
de los días sin ti.
En tu pecho jadea el contrabajo,
y en tu flanco, tan cálido de sombra
que siempre soñaré cuando mi mano
lenta avance hacia ti.
Músicos en penumbra, los instrumentos de oro
en sus bocas lilosas: ya, la vida
no me devolverá la que aposté
a tu cuerpo desnudo cuando eras una fiesta.
No queda más que -al piano- un negro ciego,
nuestro amor: toca solo en la sombra
y mi sueño se duerme entre sus dedos.
EMBRACEABLE YOU
Es triste poner Gershwin sin poder abrazarte.
Somos el blanco y negro de una vieja película:
las parejas bailando, y los barcos de guerra
que han de zarpar al alba. Quizá fui aquel muchacho
que pereció en combate, y tú aquella muchacha
que nunca olvidaría la canción.
Vivimos en la sombra su mañana perdido
en oscuros bailables. Pero hoy, aquella música
se toca en los conciertos y nadie ya la baila.
Hemos errado el tiempo, destruido los recuerdos.
La fiesta está acabando: guarda el último baile
-la luz de oro del saxo y una pieza de Gershwin-
para cuando se acerque
la hora de embarcar en el buque de guerra.
REMOLCADORES ENTRE LA NIEBLA
Amiga de la noche, reluciente,
lúcido disco de la luna:
avanzas junto a mí por la playa, iluminas
estancias con espejos para amantes
a los que aflije el plazo de una noche.
Tú y yo cruzamos la ciudad caída.
Hay hojas de periódico arrastrándose
como heridas de guerra, son gaviotas
que mueren en el agua de algún muelle.
También cartas de amor que pasan cuentas
como viejos recibos de negocios.
El viaje hacia la sombra nos exije
decidir compañía: yo he escogido
esos ríos espesos, relucientes
de dos armas doradas, dos trompetas:
una cálida y negra, la de Clifford
como un fuego en la nieve de las calles
y la blanca, que apenas puede oirse
en la pútrida noche con letreros
de los hoteles tristes de Chet Baker.
Paso junto a amenazas de paredes
y escaleras de metro con los bultos
de los que duermen bajo los cartones.
Son las sombras que tocan en la noche.
Esperaba un acuerdo sobre fines
y nunca hallé finalidad alguna.
Esperé incluso la pasión del náufrago
por encender un fuego frente al mar
pero nadie deseaba ser salvado.
Creí que contaría con la gente
en asuntos de versos y valores.
No sabía que todas estas cosas
sólo indicaban cómo envejecía:
de pronto todo el mundo estaba lejos
y, mientras, yo escribía este poema
sabiendo que el mañana estaba hecho
de un arte para mí desconocido.
Conocí a una mujer: bailaba y, juntos,
escuchamos un «Autumn leaves» como este
que en la Rambla, magnánimos, los plátanos
murmuran con las hojas en la noche.
Era una mujer de orden, tenía bellas manos:
¡Dios, era mi mujer! Cómo bailaba
cantándome al oído cada pieza,
cómo reía cuando la abrazaba.
Hoy abrazo a la noche y escucho el «Loverman»
en el que Parker equivoca el tiempo.
Los faroles lejanos son los ojos
vidriosos de algún perro.
La música consuela, nada más:
está dentro de mí junto a mis penas,
interpretándolas con claridad
y sentimiento, aunque sin esperanza.
Ya cayó la ciudad de mi futuro.
Camino entre leyendas pisoteadas
del otoño del cuerpo pero aún
lo que había perdido, ya, de ti.
¿A qué has venido?
¿Quién eres, si eres sólo
la imagen en el fondo del pozo de mí mismo?
He quemado tu cuerpo en mi interior,
todo ha llegado demasiado tarde.
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