A escasos 138 días de las elecciones del 7 de junio —las primeras intermedias de la historia reciente en las que estarán en juego casi dos mil 200 cargos locales y federales en todo el país—, y la sombra del abstencionismo se cierne sobre ellas.
No hay precisamente una luna de miel entre la clase política y los gobernados y, como los principales partidos han sido marcados por escándalos recientes, las diferencias entre unos y otros no parecen ser un aliciente para salir a votar.
Sin embargo, no tiene sentido desear que tuviéramos otro tipo de contendientes. Hay lo que hay, y, al margen de qué porcentaje de los ciudadanos haga uso de su derecho de elegir a autoridades y representantes, algunos de los candidatos postulados por los partidos serán declarados ganadores de los comicios y ejercerán los cargos.
¿No valdría entonces la pena tratar de que estas elecciones cuenten para algo?
La semana pasada, la Confederación Patronal de la República Mexicana (Coparmex) llamó a no votar por políticos chapulines, es decir, aquellos que hubiesen dejado inconclusos sus cargos para buscar otros. Me parece muy bien la convocatoria, pues hay algunos que ni siquiera cumplieron la mitad del periodo para el que fueron elegidos —lo cual es un acto de deshonestidad con las personas a las que se pide el voto—, pero no puede ser el único criterio.
Hay que exigir a los candidatos que nos digan para qué quieren ser elegidos. Pedirles una serie de compromisos que vayan en sintonía con lo que esperan los ciudadanos respecto de quienes los gobiernan y los representan.
¿Como cuáles compromisos? No creemos que haya otro más concreto en estos momentos que el de ejercer sus cargos con honestidad.