Carta al Presidente de Uruguay
Don Pepe o don José o señor Presidente:
Como un veracruzano más, quiero agradecerle su presencia en estas tierras, pero sobre todo que haya tenido la bondad de compartirnos a los mexicanos la largueza de su pensamiento y la experiencia de su productiva vida en favor de sus semejantes.
Yo de Uruguay sé algo porque me formé con un exiliado político, Jorge Ruffinelli, quien fue el último director del suplemento cultural de Marcha. Sé que el primer tango del mundo, La Cumparsita, se escribió en Montevideo; que han sido dos veces campeones mundiales de futbol; que ustedes son grandes lectores y les encanta el cine.
Espero que disfrute nuestra comida. Sé que usted es más bien carnívoro -o fue, con tantos achaques que nos va dejando la edad-, pero no le va a hacer el fuchi a nuestro guachinango a la veracruzana o a los cocteles de mariscos que preparan en cualquier esquina de la calle (conste que dije “de la calle”, no “de Lacalle”, que es otra cosa); tenga, eso sí, cuidado con nuestros antojitos, que combinan deliciosa y desastrosamente la manteca con el maíz. También le recomiendo nuestra música y nuestros bailes, nuestra cultura y nuestra alegría… y la sabiduría popular que anida en nuestros albures, en nuestros chistes, en nuestros chismes.
Escuché y leí con cuidado, atención y regocijo lo que le dijo a los muchachos en la Universidad de Guadalajara el sábado pasado. En Youtube pude ver una grabación que se hizo desde adentro del Auditorio Salvador Allende, pero poco después tuve la suerte de encontrar una filmación que hizo un estudiante en la explanada donde se pararon los miles de muchachos que no pudieron entrar, casi unos gurís, enfundados en sus championes y sus jeans, que oyeron con atención, respeto y entusiasmo las palabras que usted les dirigió.
Le agradezco lo que les dijo, que es luminoso (el día de ayer en este espacio reproduje parte de ese discurso y mañana lo volveré a hacer), pero más todavía que nos haya permitido a los jóvenes y a los adultos mexicanos la oportunidad de darnos cuenta de que no todo está perdido en este país, como muchos piensan en estos momentos.
Cuando vi interesados a esos miles de muchachos que se la pasan a grito pelado y viven la vida a la marchanta, encontré una luz de esperanza; cuando vi que esos pibes aplaudían cuando usted les decía que había que anteponer el amor al odio y el laburo a la garrez; cuando ellos escuchaban y asentían… me di cuenta de que la llevamos de gane, porque los veo contestatarios sí, enojados también, pero dispuestos a apechugarse por la nación, a cambiar las boludeces y los boliches para meter lomo por el país.
Le agradezco pues que nos haya renovado la esperanza, que no es decir poco; asimismo, la entereza de su pensamiento, y que haya estado con nosotros.
Bienvenido a esta tierra, que es su humilde casa.
Siéntase como en ella.
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