El PRI hizo publicar un desplegado en el que agrupa adecuadamente las propuestas presidenciales en tres capítulos: 1) sociedad y justicia, 2) combate a la corrupción y a la inseguridad y 3) fomento al desarrollo económico (en el abandonado sur de la República).
Numerosos artículos y editoriales han señalado las diversas acciones de EPN que ya habían sido propuestas desde el sexenio pasado y otras que se encuentran en forma de proyectos de ley en el Congreso. Pero hasta ahora nada de lo propuesto ha prosperado.
Adicionalmente los “qué” de las acciones peñistas son enunciados excesivamente someros y no vienen acompañados de “cómo” se llevarán a los hechos. De este modo, resolver el problema de la corrupción y de la impunidad, así como el de a seguridad y el de una justicia correcta y oportuna, se nos ha prometido tantas veces, que su credibilidad se halla en mínimos históricos.
Lo del “fomento al desarrollo” es una reincidencia cotidiana antediluviana que, por cierto, viene acompañada de la advertencia de que esto no puede ser “de un día para otro”. Por eso las marchas y las protestas continúan.
Una de las críticas correctas que se hicieron al insolvente régimen de Felipe Calderón Hinojosa –y al de Fox–, fue justamente que no tenían oficio de gobierno y, entre otros ejemplos, ahí estaba la guerra –así la llamó el perplejo Felipe– contra el crimen organizado, que inauguró el camino de las matazones entre bandas, entre soldados y bandas, en la atracción de miles de ciudadanos paupérrimos a servir como carne de cañón de los capos, o a convertirse en capos, en aumentar la corrupción en los gobiernos a niveles insospechados, en penetrar estructuras de gobierno: el infierno.
Pero esta crítica mutó y se volvió política de Estado: EPN habrá hecho algunas innovaciones organizativas, ha dado cacería a capos más famosos que los que atrapó el desconcertado Felipe, pero siguió el mismo camino, y el mayor “nivel” de los capos atrapados no ha disminuido las matazones. Quizá todo lo ha empeorado. EPN está cargando con ese pasado, por eso también la credibilidad sobre sus medidas es minúscula. La demostración de que el PRI sí tiene oficio de gobierno no ha avanzado espectacularmente, ni mucho menos.