No me referiré hoy a las empresas extranjeras que detentan (el verbo queda perfecto, si me hacen el favor de consultar su significado) el manejo de los dineros, los ahorros y los créditos en nuestro país. No hablaré mal aquí, aunque ganas no me faltan, de los programitas de promoción y cobranza que tienen los mentados bancos a través de servicios telefónicos con telefonistas que se la pasan llamando a nuestras casas y a deshoras para importunarnos por un retraso en un pago o con la promesa de una tarjeta de crédito.
Y no me faltan ganas, porque recordarán la memoriosa lectora y el acordante lector que escribí hace algunos días en contra del Banco Santander (el mismo que le hizo perdedizos 7 millones de pesos al Ayuntamiento de Úrsulo Galván) debido a que me tenían alrevesado el hígado con inoportunas llamadas en las que me ofrecían una tarjeta de crédito.
Bueno, ¿creerán que volví a recibir otra llamada con lo mismo? Me van a disculpar, pero de plano le contesté al tunante con un insulto. Eso sí: no en contra de él, sino de la empresa para la que trabaja el pobre.
Al poner “la banca”, por hoy me refiero a ese lugar metafísico aunque poco atractivo en el que se colocan quienes se han quedado sin empleo u ocupación, sobre todo en el ámbito político.
Esa banca la traigo hoy a cuento porque está llena en estos tiempos por una gran cantidad de desempleados o desocupados que, aunque no lo necesiten, buscan un puesto o una posición desde la cual puedan ejercer lo que ellos consideran el poder político y desde la cual puedan abusar a conveniencia de los dineros públicos.
(No me cabe duda que hay algunos políticos a los que mueve no la ambición ni la soberbia, sino la mejor de las intenciones de hacer algún bien a favor de sus prójimos y de su ciudad o estado o país, pero su número resulta tan ínfimo ante tanto desatado, que termina perdiéndose entre la multitud de los insaciables, esos que no tienen llenadera, según dijo el innombrable -quien más bien es innombrado, si me entienden-).
Y en esa banca llena de desesperados comparten el frío glacial viejos mañosos que no quieren soltar el hueso; políticos entremediados que se sienten desplazados por los jóvenes del equipo que juega actualmente; líderes, lidercillos y liderzuelos que ya no pudieron engañar con el gambito de sus electores cautivos aunque inexistentes; ignorantes de toda laya que quieren hacer pasar por buenas las corcholatas dizque académicas que compraron a buen postor; pre-pre-precandidatos que no pudieron comprobar su impostada simpatía popular y su arrastre entre las masas…
Todos ellos están sueltos y son carne de cañón para quienes quieren cacharlos con el fin de aparentar fuerza, aceptación, vigencia.
Las encuestas no son definitivas ni orientarán la última palabra. No son más que instantáneas de un tiempo no electoral, relato de ocurrencias de ciudadanos que nunca han sabido por qué votan, y terminan tasando su decisión por una despensa.
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