No me lo va a creer la comunicada lectora, menos el telefónico lector, pero desde hace varios años he sido víctima de una especie de bullying comercial, todo porque a los genios que dirigen los programas de promoción de muchas empresas -sobre todo transnacionales- se les ocurrió que llamando por teléfono a las casas de sus probables consumidores, los iban a convencer de que compraran sus productos, pero sobre todo de que compraran MÁS sus productos (a un compañero indocto pero bien intencionado que me reprochó el uso de mayúsculas para destacar algún texto, le comento que en efecto sé que lo conveniente es utilizar cursivas pero resulta que muchos portales en los que publico esta columna no tienen un comando que les permita copiar textos con todo y sus características, así que cuando suben lo que les mando se les pierden las cursivas y negritas que les pongo; la única forma que me queda es emplear las mayúsculas; servido, colega).

Y en esa idea de que por teléfono y a destajo se puede convencer a alguien de que adquiera un producto o un servicio… No lo van a creer, pensarán que lo invento, pero en el mismo momento en que escribo esto, me acaba de entrar una llamada de un empleado de Movistar, quien me deseó “Una excelente tarde” y trató de colocarme uno de sus paquetes de telefonía celular. Va un tip que puede resultar útil: sólo me lo pude quitar de encima cuando le pregunté de manera firme y con tono molesto quién le había proporcionado mi número telefónico. Ante mi pregunta, rápidamente me contestó “Hasta luego” y colgó de inmediato. Se ve que esas compañías ya tienen previsto que muchas de las personas a las que molestan terminarán por ponerles alguna demanda, y por eso han instruido a sus vendedores que corten la llamada cuando alguien les lanza ese tipo de amenaza.

Bueno, pues una de las compañías más persistentes y por eso más molesta es el banco Santander, y lo digo por lo que me ha pasado a mí:

Son las 7.30 am de un sábado en el que he decidido dormir hasta tarde (que para mi edad, esa hora viene siendo las 9:00 am). De pronto suena el teléfono. Mientras descuelgo y trato de regresar al mundo consciente (y/o trato de regresar consciente al mundo) escucho una voz que me dice: “¿Ya conoce usted los beneficios que puede obtener con la tarjeta de crédito Santander?”

Enojado, le contesto que me importa un pito y le pregunto quién le proporcionó mi número. El tipo miente con el mayor candor del mundo y me dice que yo mismo se los di cuando fui personalmente a una sucursal a solicitar la tarjeta.

Bueno, me lo quité de encima como pude, pero para no hacérselas cansada les cuento que ese mismo día recibí cinco llamadas más de telefonistas de Santander con la misma monserga.

Al último de ellos, terminé gritándole los mejores insultos que me sé. Pobrecito.

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