Decía la madre Teresa de Calcuta que cuando se trata de ayudar a los más necesitados, a los hermanos en desgracia, hay que dar y dar… dar hasta que duela. Y mucho de razón tenía la abnegada monja porque cuando alguien se ve asolado por la calamidad lo necesita todo en grandes cantidades, desde lo material hasta lo sentimental y espiritual.
Hoy le ha tocado a nuestros hermanos de Baja California Sur que fueron azotados por la furia desencadenada de la furiosa naturaleza, convertida en un acicate que destroza vidas y haciendas, y golpea a mansalva a los humanos que nos atrevimos a retarla con nuestras transformaciones.
Primero el ciclón Odile y después la tormenta Polo hicieron un coctel destructivo que arrasó la parte baja de la Península, acabó patrimonios forjados con años de esfuerzo y dejó en la indefensión a ancianos, a hombres, a mujeres y a niños que son nuestros compatriotas.
Hoy que ellos han necesitado de nosotros y de Veracruz, encontraron una respuesta inaudita por buena, sobre todo en razón de que una vez más en esta administración se reúnen dos elementos virtuosos: por una parte, el buen corazón de nuestro pueblo, que se quita hasta la camisa cuando se trata de auxiliar al desvalido, y por la otra, la impecable organización administrativa de una de las áreas del gobierno más efectivas y eficaces, la de la asistencia social que comanda el DIF de Karime Macías.
El orden con el que se llevan a cabo las cosas en esa dependencia, sensible a las necesidades más delicadas de la población, ha impuesto una confianza hacia los empleados y los voluntarios que a partir de un mando firme e inteligente realizan la titánica labor de sufragar la vulnerabilidad.
Hay que reconocer la atinada dirección de Astrid Elías Mansur al frente del Sistema DIF veracruzano, quien ha sabido interpretar la estrategia impuesta por Karime Macías, que proviene de sus acuciosos estudios de doctorado sobre el tema de la asistencia social, que han servido para dar rumbo y destino a los recursos destinados al mejor de los fines: auxiliar a quienes nada tienen.
Los centros de acopio -instalados con lógica y concierto por el DIF estatal en puntos estratégicos- cumplieron como puntos de convergencia para la legendaria caridad veracruzana. De cada región fueron fluyendo los víveres que al ser entregados en su destino salvaron vidas, llevaron un poco de consuelo a la desgracia y sustentaron las horas más difíciles y desesperadas de la emergencia.
Hay que hacer honor a los veracruzanos que se quitaron la camisa en apoyo de los bajacalifornianos azotados por meteoros aterradores en su capacidad de destrucción, pero también hay que reconocer el trabajo diligente de quienes hicieron posible que la recolecta fuera exitosa en tiempo y volúmenes.
Bien por el DIF y sus laboriosos colaboradores. Bien por la organización de la asistencia social. Bien por Veracruz.
Baja California lo agradece.
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