Ahora que el partido Morena consiguió su registro oficial y presentó su plataforma de principios, llama la atención especialmente la convicción de tal partido “de reivindicar a la política” mediante el principio “del amor al prójimo”. Es de tomarse en cuenta esto, pues este principio es indubitablemente de carácter religioso: “Amarás a tu prójimo como a ti mismo, pues no existe otro mandamiento mayor que este” (Marcos 12,31). “No te vengarás ni guardarás rencor contra los hijos de tu pueblo. Amarás a tu prójimo como a ti mismo” (Levítico 19,18).
Se podrían citar otros textos religiosos que reivindican “el amor al prójimo” como un mandamiento de Dios, y estoy seguro de que nadie pondría en duda que ese principio de Morena es, literalmente, de carácter Toral (Rabí Akiva dijo: “Ama a tu prójimo como a ti mismo, éste es el gran principio de la Torá”) y, como se sabe, el prójimo era sólo aquel que pertenecía al “pueblo elegido”.
Lo que sí debiera hacernos dudar a todos es lo siguiente: ¿Se puede reivindicar a la política mediante la propagación y aplicación de principios religiosos?
Seguro que no y esta certidumbre se obtiene, en primer término, de la historia de muchos países –incluido el nuestro– que han padecido teocracias (gobiernos que se guían por principios religiosos) y que, contrario a reivindicar a la política, lo que hacen es defenestrarla, anularla, eliminarla.
Nuestra norma fundamental, nuestra Constitución, no mandata el amor al prójimo como sí lo hace la Biblia. En sentido diferente, determina la igualdad jurídica para todos los mexicanos, establece la obligación del Estado de impartir justicia y de garantizar el ejercicio de derechos y el bienestar social y económico para todas y todos los mexicanos.
Nuestra Constitución establece que las leyes civiles son las que deben normar el comportamiento de los gobernantes y de los gobernados, pero además obliga –por la condición laica del Estado mexicano– a que cualquier fundamento religioso no pueda sobreponerse o sustituir a las leyes civiles.
Por ello mismo, Karl Popper decía que “quienes enseñan que no debe gobernar la razón sino el amor, abren las puertas a aquellos que sólo quieren y pueden gobernar por el odio”.
Puede ser encomiable predicar el amor al prójimo, pero ello no puede y no debe anular a la razón política.