-Me he desarrollado en el bendito hueso, tan fuerte, tan lleno de sabiduría. El hueso es la escuela, ahí se aprende a acompañar, se aprende a escuchar, se aprende todo. El jazz, todos lo sabemos, es de la calle.
Así me lo dijo Leo Corona, uno de los músicos que formó parte del fuerte movimiento jazzístico que se dio en nuestro país entre los años sesenta y setenta.
Chilo Morán, Rodolfo “Popo” Sánchez, Juan José Calatayud, Víctor Ruiz Pasos “Vitillo”, Enrique Nery, son algunos de los nombres de esta generación; con todos ellos compartió escenarios y glorias.
Leo se inició musicalmente en Coatepec, la tierra de sus amores, y después se fue a la Ciudad de México para estudiar en la Escuela Superior de Música, pero no concluyó sus estudios porque Leo es callejero por derecho propio.
Por la lejana Montaña…
Soy Leonardo Corona de la Peña, usualmente llamado Leo Corona; se graba más rápido que todo el nombrezote tan largo.
Nací en Coatepec, Veracruz; Coatepec de mis amores, actualmente resido cerca de ahí, en una comunidad llamada La Orduña.
La música me atrapó justamente en Coatepec. A los ocho años me audicionaron para un coro que, en aquel tiempo (los años cincuenta), dirigía el maestro inolvidable, muy querido y muy respetado Pablo Hoyos; aún vive.
El padre Gómez, presbítero de la Iglesia de Guadalupe, le encargó a Pablo Hoyos hacer un coro, entonces empezaron a oír niños; yo fui y canté El Jinete (Por la lejana montaña…); el maestro no la conocía y no la pudo acompañar en el piano, pero me la eché a capela, y me aceptaron.
Fue un entrenamiento muy duro, tuvimos contacto con el solfeo desde la primera clase. Las clases eran diarias, cosa inusual; el solfeo se da terciado, es decir, lunes, miércoles, viernes, y aquí nos pusieron a chambear diario, de lunes a viernes, de tres a cinco de la tarde; claro que a los cuatro meses ya estábamos solfeando las particellas de las misas y las cosas religiosas que poníamos en el coro.
Y ahí seguí hasta los trece o catorce años, en que me cambió la voz. Yo ya había empezado a estudiar piano y me fui a México, a la Escuela Superior de Música que, en aquel tiempo, estaba instalada en la calle de República de Cuba, a unos pasos de la Secretaria de Educación Pública. Me aceptaron y estudié unos años a los Beethovenes, los Bachs, los etcéteras, pero siempre sentí la inquietud de la música popular; cuando iba a comprar mis libros de técnica y de piezas siempre me agenciaba algún tema norteamericano de música popular. No terminé la carrera de piano, solamente llegué hasta sexto o séptimo año.
Fue en un cabaret / donde me inicié,/ hueseando…
Cuando me salí de la escuela, unos cuates me invitaron a formar un trío de jazz y de música popular, con piano, contrabajo y batería.
La batería la tocaba un hombre que se llamaba Norberto Vargas López del Aro, ya no está con nosotros; y el contrabajo –y después también el bajo eléctrico- Pedro López, él todavía anda por ahí por ahí chambeando en un grupo de eventos, aquí les llaman pasteleros; es exactamente la misma gata, nomás que revolcada.
Formamos el Colova Trío, que duró nueve años. En ese grupo empecé mi vida en la música popular y, por consiguiente, en los centros nocturnos, los cabarets; esa ha sido mi preparación, el cabaret.
Brasil, Brasil / para ti, para mi…
Cuando Colova Trío se desintegró, me metí a chambear con unos brasileños con los que aprendí mucho; la música popular brasileña es extensísima y es bellísima. Cuando llegué, el bajista dio las gracias, entonces llamé a Pedro López y se integró. Ahí conocí a Jorge Ravelo, baterista descendiente de una familia de músicos verdaderamente notables, la familia Ravelo, a la que pertenecían Alfonso Ravelo, baterista que ya no vive; Juan Ravelo, un baritonista extraordinario, que ya tampoco está con nosotros, y Jorge, que era también muy buen baterista. Con ellos estuve trabajando como otros diez años.
Jazzero y jarocho
En 84 me vine a Xalapa, estuve dando clases de piano en el Centro Cultural del ISSSTE, y en 85 me fui a Veracruz a formar parte de un grupo que se llamó Tonatiuh, de grata memoria para los jarochos. Un trío de jazz con Fernando Torres en la batería y Guillermo Álvarez en el bajo; después invitamos a un percusionista y de repente se convirtió en jazz latino. Desafortunadamente para mí no pude continuar en Veracruz, y regresé a México como en el 87.
Yasúcarrrrrrrrrrrr
Regresando a México entré a trabajar con un señor que es toda una tradición en la música tradicional afroantillana, Moi Domínguez; creo que era de Tabasco, no sé si viva pero tiene todo mi agradecimiento porque ahí aprendí muchísimas cosas más de la música tradicional. Moi era cantante y en su grupo se cantaba el Son de la Loma, cha-cha-chá y toda la música que pertenece a ese género increíblemente bello, que es la música tradicional cubana; aprendí mucho.
Después me puse en contacto con el maestro Rodolfo “Popo” Sánchez, cuando formó el quinteto Yazú, un grupazo. Yasú inauguró El Arcano, un lugar cargado de música y de gente tremendamente fuerte en el ámbito del jazz, que estaba en la avenida División del Norte, muy cerca de la alberca olímpica, en el mero barrio de Coyoacán. Ahí conocí al que fue como mi padre, Chilo Morán.
Con Yasú anduvimos de gira por toda la república y grabamos un disco: Nuevo amanecer.
Chilo In My Mind
Cuando se desintegró Yasú, Chilo me invitó a formar parte de su quinteto que estaba integrado por él en la trompeta, el bárbaro saxofonista Salvador “Chava” López, hermano del legendario baterista Álvaro López y de Lupe López, también una familia de músicos muy fuertes. En el bajo estaba otra leyenda del jazz mexicano, Víctor Ruiz Pasos, mejor conocido en el ambiente como Vitillo, primo de Mario Ruiz Armengol, y en la batería, Rudy Sánchez, tremendo baterista que trabajaba en aquel programa muy famoso de tv, Otro rollo, de Adal Ramones; la gente le gritaba: ¡Rudy!, ¡Rudy!, ¡Rudy!. Con ese grupo grabé como tres discos.
Chilo era tremendamente honrado, no se le daba el caimanato; llegaba con la lana y nos decía:
-Nos pagaron tanto, tanto es para mí, ¿les parece?
Y Vitillo decía:
-Chilo, pero cómo nos dices eso, cómo vamos a protestar si tú conseguiste el hueso; es más, nosotros no tenemos ni por qué saber lo que tú ganas
-No, pero yo quiero comunicarles
Y nos pagaba una lanota, y él se llevaba una lanilla más. No sé si era ingenuo o era honesto, yo creo que era las dos cosas.
Aunque usted no lo crea, como dicen, Wynton Marsalis era fan de Chilo, lo adoraba.
Una vez que fue Wynton a México para hacer dos funciones en Bellas Artes, pidió reunirse con todos los trompetistas de México. Chilo se encargó de coordinar a toda la palomilla de trompetistas, no recuerdo la fecha, recuerdo que era un domingo a mediodía. Le consiguieron la Sala Manuel M. Ponce, que es la sala pequeña de Bellas Artes. Había un piano, y empezaron a pasar todos luciendo sus mejores galas, y yo acompañando a medio mundo. Músicos tremendamente valiosos en México que en ese tiempo estaban medio verdes, pero eran grandes prospectos. Para impresionarlo, todos tocaban durísimo, agudísimo, claro que a los cinco o seis compases de tocar en esas alturas, estaban agotados.
Fue una reunión padrísima, sin el “yo soy el acá, y ustedes están más abajo”, nada de eso, todo mundo estaba en el mismo nivel, así los hizo sentir Wynton. El tipo es una estrella del tamaño del universo, pero sencillísimo y cordial.
Al terminar, los reunió a todos en el escenario y les dijo:
-Miren, en el jazz no es necesario tocar diez compases agudísimos, se trata de emprender un manejo de notas en el plano agudo, y regresar a su escala normal, donde ustedes puedan desarrollar su música y tocar plenamente. El jazz se toca, se toca –y se quedó así un momento-, se toca…como lo toca Chilo
Y Chilo, lo sabemos, no era el gran virtuoso ni el gran agudero, a pesar de que tocó agudos impresionantemente porque aprendió a tocar la trompeta con un método de clarinete. Si ustedes quieren corroborar su tremendo alcance, nada más pónganse un disquillo de Pérez Prado y escuchen uno de los mambos clásicos, el que quieran, y cuando oigan una trompeta que empieza a despuntar por allá arribísima, ese es Chilo Morán.
Chilo Morán formó parte de la banda de Pérez Prado en la flor de su juventud, cuando tenía, no sé, veinte o veintidós años y estaba recién llegado de su pueblo, Concordia, Sinaloa, que está a unos 35, 40 kilómetros de Mazatlán.
Chilo sigue siendo, hasta este momento, un modelo y un héroe para los sinaloenses, y la vida me ofreció el enorme placer y la enorme fortuna de ser su pianista durante muchos años.
(CONTINUARÁ)
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