Las cifras de la economía mexicana angustian: el INEGI reporta que durante mayo la tasa de desempleo en México fue de 5.0% respecto a la Población Económicamente Activa (PEA), el segundo nivel más alto de 2014. En lenguaje común: había 2.5 millones sin trabajo, con los bolsillos vacíos, sin expectativas al corto plazo.
Pero a los 2.5 millones de desempleados oficiales habrá que sumarle la cifra que la semana pasada dio a conocer el Centro de Estudios Económicos del Sector Privado (CEESP), que muestra mayor penuria financiera: en los tres primeros meses del año se perdieron alrededor de 800 mil empleos. Cada mes han desaparecido 270 mil plazas. Son las cifras de la derrota económica para millones de hogares mexicanos.
Sumando estas cifras negras, tendríamos que para mediados de 2014, el número de mexicanos sin empleo rebasaría los tres millones y, lo más grave, con un panorama nada halagüeño.
“Los resultados de las reformas se verán dentro de dos o tres años, no antes”, vaticina el secretario general de la poderosa OCDE, José Ángel Gurría. Es decir: se llevarán prácticamente todo el sexenio.
Ya lo había deslizado Enrique Peña Nieto en su reciente entrevista con El País: los beneficios de las reformas serán hasta 2018, tiempos de la próxima elección presidencial.
De acuerdo. Pero, mientras, ¿qué hacen los millones de desempleados? ¿Que no coman ellos y sus familias durante los próximos tres años? ¿Que se sigan sentando en los zócalos con letreros de “trabajo de lo que sea”?
La gravedad del desempleo desalienta a quienes han logrado estudiar en niveles medio o medio superior. De acuerdo a las cifras divulgadas por el INEGI, ocho de cada diez de quienes perdieron su trabajo tenían mayor nivel de instrucción educativa. El resto no contaba con estudios completos de secundaria.