Segunda parte de la conversación con Aleph Castañeda
Me voy del Puerto, / hoy es mi día, / voy a alegrar toda el alma mía…
Cuando llegué a Xalapa, la amé, la amé con todo mi corazón; aún la amo. Llegué a finales del verano, como en agosto o septiembre, cuando el clima es excelente, todavía no hace frío, y me empecé a dar cuenta de que, para mí, Xalapa y su ambiente eran la mezcla entre Veracruz y todo lo que significa cultural y musicalmente hablando, y el DF, porque esta ciudad es medio cosmopolita; de repente conocí a un polaco, conocí a un gringo, conocí a mucha gente y dije “bueno, esto es otra cosa”, y el ambiente en general es como de otro planeta, pero si quería estar en la Facultad de Música, tenía que hacer algo antes pues no iba a ser tan fácil porque ya tenía veintiuno o veintidós años y, para los estándares de la gente que entra a la Facultad de Música, ya estaba muy grande; entonces, aventado como siempre fui, me vine a Xalapa con unos amigos que venían a escuchar un concierto de la Orquesta Sinfónica de Xalapa. Por la amiga de una amiga, me presentaron al maestro Kalarus; me cité con él al otro día, me quedé esa noche en Xalapa. Al día siguiente me recibió muy amable en su casa, le pregunté si podía darme clases de contrabajo y no sé qué vio en mí pero accedió en ese momento; tal vez fue lo que le dije, tal vez fue que estaba muy jovencito, tal vez fue que él tenía tiempo porque las cosas en la facultad estaban un poquito más holgadas, no sé, pero me aceptó como alumno, como tres o cuatro meses antes de que me viniera ya formalmente.
Cuando se vino el proceso de ingreso a la Facultad de Música, yo ya era alumno de Kalarus. Hice el examen de admisión y todo lo demás, no había ningún tipo de filtro por la edad, así que fui aceptado. Eso fue en el año 1995.
Yo estaba muy asustado, realmente era la primera vez que estaba fuera de mi casa, porque en Veracruz estaba con mi familia materna, y en el DF estaba con mi padre, entonces, siempre estuve protegido de alguna forma y en ese momento fue: pues ya, vas, pero traía todo el entusiasmo y, sobre todo, estaba muy emocionado porque había sido aceptado.
Poco después de haber entrado a la facultad conocí al maestro Alejandro Corona, a Édgar Dorantes, a Rodrigo Álvarez, al maestro Enrique Salmerón, que después sería director de la facultad en la época que yo estudié; también conocí al maestro Raúl Ladrón de Guevara, que fue mi maestro de armonía y otras cosas.
Las jojazz de la Corona
Cuando entré a la facultad, Alejandro Corona tenía un poco más de un año dando un taller de jazz todos los jueves en la mañana; le decía Taller de Composición y Arreglos, así era como lo justificaba porque no era una materia oficial de la escuela, pero él muy amablemente (porque no recibía ningún tipo de remuneración por ese trabajo) y con mucha claridad, se daba a la tarea de prepararnos materiales y explicarnos un montón de cosas, y a decirnos, “miren, escuchen esta grabación”, y “miren, esto es la armonía, esto es tal, etc.”, o sea, era realmente un taller donde abarcábamos desde cuestiones netamente musicales, como armonía, forma, contrapunto y otras cosas además del repertorio, y nos motivaba a hacer nuestros primeros pininos como arreglistas o compositores, a nuestro nivel. Ese taller fue generador de muchas cosas; mucha gente pasó por ahí, como José Miguel Flores, el pianista del Orbis. Ahí conocí al maestro Jesús Reyes.
Poco a poco fue dándose un fenómeno en donde todo se ampliaba, el círculo se hacía más grande: iba conociendo a la gente que tocaba la música y a la gente que estaba como orbitando satelitalmente alrededor del jazz, gente que organizaba cosas, que hacía conciertos y que tenía los contactos para que el movimiento se diera. Actualmente, mucha gente dice que antes no había nada, y para mí había un montón de cosas en referencia al lugar de donde yo venía; yo decía, “guau, Xalapa es un paraíso, ahí está prácticamente todo lo que yo quiero”, y ahora la gente que se acerca a nosotros dice, “es que antes, en Xalapa no había nada”, es chistoso.
Eugenio de la lámpara maravillosa
En el 96, el Ivec organizó un taller de jazz parecido al que habíamos venido haciendo con el maestro Corona, pero en otro lugar y con un músico que también es referente de la música y del jazz en México: el maestro Eugenio Toussaint; un tipazo, súper culto, muy buena gente, amable a morir y tremendo músico. Él vino a dar ese curso de jazz a jazzistas, a músicos, a no músicos, y a no jazzistas, o sea, a quien quisiera entrar; fue muy importante y muy interesante. Recuerdo que fue en mayo porque en una de esas noches hubo un concierto donde tocaron Lucio Sánchez, Javier Cabrera y Eugenio, era día 10, y después nos fuimos a dar serenata a las madres de todos los amigos de esa época. En ese taller fue donde terminé por conocer la totalidad de la gente que escuchaba jazz, que hacía jazz, que estaba en la música en general; conocí a Guillermo Cuevas, te conocí a ti, a Luis Gallego, a Servando Quiroz, a Memo Piñero, a Lucio Sánchez y toda la gente del Orbis, ya los conocía, pero ahí empecé a hablar con ellos, a estar con ellos. Los más jovencitos éramos Édgar Dorantes, Rodrigo Álvarez, Ángel Luis Guerrero, Iván Martínez y yo.
Ese hecho me marcó contundentemente porque conocí a toda esa gente de la que ya tenía referencia, pero no conocía. Más adelante conocí a Adolfo Álvarez, él no estuvo en el curso.
São coisas lindas que eu tenho pra tocar
En esa época, Memo Cuevas tenía un grupo que se llamaba Jazz o Menos y había otro grupo que se llamaba Jazzimiento, donde estaban Sergio Martínez en el piano, Iván Martínez en la batería, Cecilia Ladrón de Guevara en la voz, Franco Bonzagni en el sax, Arlan Harris en la batería y Alci Rebolledo en la guitarra. Édgar había formado un grupo que se llamaba Trío Jobim, estaba Juan Galván en el bajo; después entré yo y quedamos Édgar en el piano, Rodrigo Álvarez en la batería y yo en el bajo. Ese trío duró hasta finales del 99, que fue cuando Édgar se fue a North Texas a hacer su maestría. Édgar y Rodrigo casi eran egresados de la facultad cuando los conocí, y yo estaba entrando, pero nos unió ese movimiento.
Otra cosa importante que me sucedió fue que por el maestro Kalarus, conocí al maestro Andrés Dechnick, con el cual estudié después. Él era el bajista del grupo de Alejandro Corona.
La era Glacial
Casi en el verano del 96 conocí, por Alejandro Corona, a Mario Ruiz Armengol; vino a Xalapa a darnos unos talleres y a hablarnos sobre música. El tipo era fenomenal, era una biblioteca de todo: de anécdotas, de chistes, de comida, de música, en fin, un genio. Alejandro en ese entonces estaba estrenando una obra suya que se llama Glacial, era una composición para quinteto de metales y trío de jazz. Por azares del destino, el maestro Dechnick no pudo hacer la presentación y me aventaron como el Borras. Alejandro me pasó la música y me dijo: “toma, léete esto, y échanos la mano porque Andrés no está y vamos a estar ensayando, y no está bien que no haya bajista”, entonces yo, pese a toda mi novatez, le eché mucho empeño y entusiasmo. Estuve ensayando un rato, y una o dos semanas antes de la presentación Alejandro me dijo: “tú vas a tocar el concierto”, o sea, de alguna forma fue como una recompensa. Me costó mucho trabajo, la música estaba muy difícil y yo apenas iba a cumplir un año en la facultad y, además, con el nombrezote del maestro Alejandro, que siempre ha sido una personalidad muy respetada en Xalapa. Además iba a estar presente Mario Ruiz Armengol. El quinteto de metales estaba formado por maestros de la Sinfónica de Xalapa, entonces, era un paquetote, era como subir una montaña muy alta corriendo pero, bueno, fue una experiencia inolvidable.
Esa obra es como un híbrido entre la tradición de escribir todo, que le gusta a Alejandro, pero da pie a ciertas formas y lugares donde hay improvisación, como en el jazz; eso me gustó muchísimo, de hecho cuando tuve la clase de Conjuntos de Cámara con la maestra Lidia Kucielzuck, yo casi sólo aceptaba los proyectos donde se incluía ese híbrido, que eran las suites estas para instrumentos, de Claude Bolling, que no es jazz, pero están muy empapadas de ese lenguaje; son como conciertos o pequeñas sonatas jazzeadas para instrumentos solistas. No sabes cómo nos divertíamos.
Porque jazzeando se alegran, Cielito Lindo, las percusiones
En el transcurso de la facultad siempre tuve que ver más con la parte rítmica, y eso empezó porque el maestro Chucho Reyes estuvo tocando con nosotros en el taller de Alejandro.
Después de un año y cachito me invitó a tocar con el Ensamble de Percusiones que él fundó; actualmente lo dirige René Pérez Casas y creo que pertenece a la SEV, pero él lo fundó. Chucho tenía puesto un repertorio que si bien era de puras percusiones, había una serie de arreglos que estaban enfocados en obras clásicas, tanto barrocas como modernas y demás donde había puros teclados, o sea, marimbas, vibráfonos, etc., y Chucho quería tener la base más emparentada con los instrumentos que no son percusivos; si bien la marimba alcanza unos graves muy buenos, la presencia de un bajo siempre es más fuerte. Entones me convertí en integrante del Ensamble de Percusiones, ¡siendo bajista! Ahí conocí a Miguel Cruz y a René Pérez Casas; también estaban Rodrigo Álvarez, Juan Martínez y todos los de esa generación. Hay todo un anecdotario de giras y conciertos con ese ensamble.
En esa época el maestro Chucho estaba tocando el vibráfono, si yo tengo que definir a Jesús Reyes lo defino como vibrafonista, aunque pueda tocar todo. También hicimos un ensamble pequeño con el que empezamos a montar canciones de jazz. Chucho se inició en el jazz en los setenta, la época de Return To Forever, Weather Report, Mahavishnu Orchestra, todos esos; entonces él traía esa sonoridad en la cabeza, y empezamos a poner ese repertorio. Yo no conocía esas canciones, entonces se me abrió una puerta más.
Encuentros jazzeanos
En 1997, Javier Flores fundó el Jazz Fest, que era un encuentro internacional de jazz impartido por maestros de Berklee; esa fue la primera vez que vinieron músicos que tú decías “estos son lo que son”. Al primer encuentro vinieron cuatro maestros y como trescientos alumnos; éramos muchísimos porque era en verano, cuando todo mundo puede, y además era en Xalapa. Ese primer encuentro lo recuerdo con cariño porque fue una locura y fue la primera vez que toqué con una big band, o sea, yo tenía ya el antecedente de toda esta música y de la escuela y blablablá, pero tocar repertorio de jazz con una orquesta de jazz para mí fue una experiencia no antes vivida. Ahí se me abrió la cabeza, me explotaron los oídos como palomita y ni siquiera era repertorio tan complicado, pero la energía que se sintió en ese primer concierto en la Casa del Lago, cuando se formó la primera big band de jazz en Xalapa, con músicos de Xalapa y los que habían venido al curso, fue una cuestión impresionante. Yo no tengo referencia de algo anterior, creo que no había habido en Xalapa algo así, en toda su historia. Yo no dejé de acudir a esos seminarios, salvo en verano del 99 que estuve en Stanford, pero asistí a todos hasta el 2007, o sea, los diez años que se llevó a cabo.
Encuentros bajeanos
Estuve estudiando con el maestro Kalarus como tres años, pero cuando murió su madre se tuvo que ir a Polonia y se quedó allá un poco más de un año. Antes de irse me dijo: “¿sabes qué?, te vas a tener que cambiar de maestro porque yo tengo que atender ese asunto”. Me cambié con el maestro Dechnick, y con él me quedé hasta el final de la carrera.
En esa época, el maestro Jorge Arteaga organizó en Xalapa dos encuentros internacionales de Contrabajo, en 1997 y 1998. Para esos encuentros se formó un ensamble de contrabajos con los estudiantes de la escuela; a veces era cuarteto y a veces quinteto, y empezamos a montar un repertorio que iba desde obras que eran para el instrumento hasta conciertos y cosas para ensamble. En ese momento, ayudado por lo que me había enseñado Alejandro Corona, empecé a escribir arreglos para cuarteto y quinteto de contrabajos. Fue una época súper bonita, estábamos bien prendidos con ese proyecto, vinieron del DF muchas personalidades del contrabajo clásico. El invitado principal en esos dos encuentros fue el maestro Michael Stadnicki; es polaco pero vive en Dinamarca; él nos inyectó mucha energía y nos abrió mucho el mundo del instrumento.
Éramos cinco en esa generación: Enrique Lara y Hugo Adriano, que actualmente tocan en la Orquesta Sinfónica de Xalapa; Gabriel Robles, que fundó la escuela Silvestre Revueltas en Torreón; Joel González, que se fue a vivir a Dinamarca, Óscar Terán y yo, que nos quedamos en el jazz.
Tuvimos muchos momentos / de inmensa felicidad
En esa época llegó a vivir a Xalapa un amigo entrañable, hermano mío, que se llama Benjamín Willis. Llegando se integró al Jazz entre Tres, de Adolfo Álvarez, y también se puso a estudiar con Andrés Dechnick.
Él estuvo en esos encuentros de Contrabajo y manejaba el mundo del clásico y el del jazz; en ese momento me di cuenta que la música no tiene líneas divisorias; las divisiones, si acaso, las dan las personalidades y los momentos que no son musicales. Hay épocas que son parteaguas y personalidades que innovan pero, para mí, no hay diferencia entre lo clásico, el jazz, la música de cámara, lo afro, etc. Para mí, la música es un gran universo donde todo coexiste, y siempre he estado abierto a todo; eso me ha ayudado a no perderme de nada. Por otro lado, si bien hay mucha gente que está dentro de una sola línea, la ha trabajado y ha dejado un legado, también hay mucha gente que yo admiro mucho que no se limita a una sola cosa, entre ellos, Mayito (Mario Ruiz Armengol). Cuando lo conocí me di cuenta de que el señor podía tocar lo que fuera y sabía canciones y repertorio de todo; tenía una actitud de constante búsqueda y de constante renovación dentro de la música y eso es algo que me marcó mucho. Él siempre fue curioso, a pesar de que era un señor grande, era como un niñito, se emocionaba y temblaba y se regocijaba, y estaba todo el tiempo con la cabeza piense y piense en muchas cosas.
The Sound Of San Francisco
Antes de que Édgar se fuera a vivir a North Texas, me invitó a acudir a un Summer Camp a la Universidad de Stanford, California. Hicimos juntos el viaje a la ciudad de San Francisco y, cuando llegamos, lo que parecía muy lejano o inalcanzable se volvió tangible. Fue la primera vez que me pasó algo así.
Estuvimos en ese curso de verano en el 99, estudiando con Kenny Barron, Buster Williams, Mark Levine y Gary Bartz, que después vino aquí a Xalapa.
Todo ese jazz que veíamos casi casi en un escaparate o que existía solamente dentro de los discos, de repente se materializó; esas figuras se convirtieron en personas con las cuales podías hablar, preguntar, interactuar y creo que fue la primera vez que tuve la oportunidad de interesarme al trescientos por ciento más.
Lo chistoso es que el verano previo a esto que te estoy contando, hice audición para la Sinfónica Juvenil, aquí en Xalapa, que dirigía el maestro Herrera de la Fuente; es bien irónico porque regresando de ese sacudidón de jazz de Stanford, llego a Xalapa y me meto de lleno a tocar clásico, o sea, de alguna forma viví como ese gran boom del jazz en Estados Unidos y regresé a Xalapa a otra cosa totalmente distinta.
Dos orquestas, un camino
Estuve tres años tocando en la Orquesta Sinfónica Juvenil, de 1999 a 2002.
En ese momento a Sergio Martínez, el Picos, le dio la inquietud de hacer una big band con gente de Xalapa, y me invitó. Entonces tocaba yo en dos orquestas: la Sinfónica Juvenil, donde empecé a tocar repertorio que estaba, según yo, más emparentado con lo que a mí me gustaba hacer, y en una big band de jazz.
Con el maestro Herrera de la Fuente tocábamos música muy bonita. Éramos una orquesta de estudiantes, pero con todo el poder, toda la fuerza, toda la pasión y todo el entusiasmo que tienes cuando todavía no eres músico profesional. En esa época tocábamos Stravinski, Brahms, Wagner, Beethoven, algunas cosas de música contemporánea; me tocó un repertorio pesado para el contrabajo de Orquesta Sinfónica, pero para mí no había ninguna diferencia entre echarme una tocada de rock o un súper swing, así, fast swing, o tocar una sinfonía de Beethoven; es la misma energía y debes tener la misma concentración. Por eso digo que para mí quedó más que claro que no hay líneas divisorias en la música.
A la big band, el Picos le echó sangre, sudor y lágrimas, porque comenzó como un proyecto independiente e, intermitentemente, lo apoyó el Ivec, el Gobierno del Estado, la Universidad Veracruzana, pero seguía siendo un proyecto producto del entusiasmo de quienes lo formábamos, era nada más el puro afán que teníamos todos nosotros de hacer música. Lo hacíamos con poco conocimiento de qué es una big band, de los arreglistas, de cómo se dieron las diferentes evoluciones, aunque sí teníamos algunas referencias como Duke Ellington, Count Basie, Stan Kenton, Thad Jones, porque era lo que estábamos tocando.
(Continuará)
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